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Don Quijote y Sancho Panza
Don Quijote y Sancho Panza

"Fócil meditación sobre lo que en ella se escuchará" por Edvuardo Zeind Palafox

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

¡Obra de romanos es oír! ¡Pero más difícil es escuchar! Hagamos aquí, sin caer en minucias epistemológicas, pícaro distingo, jurando que oír es meramente percibir, recibir, y que escuchar es recibir y dar una forma a lo percibido. Tal distinción, creo, es la que usa la chusma de las comadres en los mercados. Una vocal, una consonante, una sílaba, una palabra, son simples sonidos que nada significan si no realizamos una exégesis. ¿Por qué usar la palabra "exégesis" y no la humilde palabra "interpretación"? Porque interpretar es aderezar con lo que ya sabemos las palabras que recibimos, mientras que exégesis es penetrar en el emisor, ir hacia él, ir hacia su intención.

En el capítulo VII de la dudosa segunda parte del "Quijote", según dice Cide Hamete Benengeli, leemos una plática sabrosa que pasa entre don Quijote y Sancho Panza. Éste quiere explicar que posee una personalidad "dócil", pero en vez de decir "dócil" dice "fócil"; el Quijote, acostumbrado a los caireles de la prosa caballeresca, rubia, tersa, sonora y significativa, lo reprende diciéndole que no entiende qué sea "fócil", aberración de color moreno, moviendo así a desesperación a Sancho.

El jactancioso "Quijote" escuchó la palabra "dócil" detrás del sonido que hace "fócil", mas fingió no haber captado la intención de Sancho Panza. ¿Por qué? Porque todos los seres humanos tendemos a resguardar nuestra consciencia, esto es, a la mandona y habladora voz de la cabeza. Podemos dejar que ocupen nuestro cuerpo, nuestra casa, nuestras cosas, pero no nuestra consciencia. La consciencia sólo es consciente estando en paz, en silencio. Veamos: la consciencia es la única verdad que poseemos, según la filosofía moderna.

La verdad, dice Kant, es la armonía que hay entre el objeto y el concepto. ¿Hay armonía entre la palabra "fócil" y la idea de la "docilidad"? Para el Quijote no la hay, y por eso reclamó. Pero luego, mirando que Sancho era realmente un bellaco más hecho que derecho, aceptó que sí había entendido el vocablo de Sancho, quien luego dijo así: "Apostaré yo –dijo Sancho– que desde el emprincipio me caló y me entendió, sino que quiso turbarme, por oírme decir otras doscientas patochadas".

El hombre en manos de la consciencia es un maleador. La consciencia, hemos dicho, mucho recela su silencio, que es frágil, muy frágil. ¿Cómo mantener el sosiego de la consciencia? Con filosofía. Recordemos la historia de Jacob. Jacob, al llegar a Bet-el, toma una piedra y la usa como cabecera, enseñándonos alegóricamente que más sólido es el sueño que se estiba en firme que en blando, en cuerdo que en loco. La filosofía es una lógica sólida, no oportunista, trascendental, una más alta que la callejuela del mundo inteligible. Tal lógica trascendental fue la que permitió al Quijote, pese a la mala dicción sanchesca, entender que "fócil" es "dócil". La filosofía guerrea siempre contra el lenguaje, que es ácrata, odiador de todo orden.

Gracias a la piedra, según mi entender, Jacob pudo soñar una escalera que tocaba la tierra y llegaba al cielo. El lenguaje, o mejor dicho las proposiciones que a diario enristramos, pueden alterar los objetos que estudiamos. La docilidad será para el filósofo una virtud, un estado de ánimo, pero para Sancho es simplemente ser "tan así". ¿Qué diantre significará ser "tan así"? Escuchemos antes de avanzar nuestra inquina, y no seamos como el Quijote, saboreador de patochadas.

Ese "tan", como la escalera soñada por Jacob, nos muestra la idea de lo gradual, y ese "así" es deíctico, necio conato, un querer seguir siendo lo que se es. Sancho se tiene por lo que es, por un gaznápiro, y sabe que su incultura o mental inelegancia crecerá si su amo se pone a discutirle materias filológicas, y por dicho motivo suplica "tan así" a su dueño no persista en triquiñuelas léxicas. ¿Y acaso nosotros no somos iguales o peores, pues ante la súplica nos ensoberbecemos? Somos soberbios cuando jóvenes, cuando los sentidos están prestos a percibirlo todo. Pero es menester aprender a desconfiar de los sentidos.

Hablemos rápidamente de la historia del Isaac ciego, que creyendo hablar con Esaú hablaba con Jacob. Dice el pasaje del "Génesis": "Y se acercó Jacob a su padre Isaac, quien le palpó, y dijo: La voz es la voz de Jacob, pero las manos, las manos de Esaú". Isaac oía y no escuchaba. Isaac hubiera podido distinguir quién era quién si hubiese querido dialogar con Jacob, que pasaba por Esaú; es decir, Isaac pudo haber atendido a la lógica de Jacob, "dócil" meditador, y saber que no era Esaú, cazador. Pero baste lo dicho para aleccionarnos.

Luego, escuchar es darle lógica a los sonidos, orden, substantivar la verborrea. Oír es sólo hacer filas de sonidos, una mera suma, y escuchar es hacer fructificar cada sonido o intención hecha palabra. Es la filosofía, la lógica trascendental, humana y no científica, la que enseña a escuchar y a comprender a cualquiera. La filosofía trascendental es sencilla, trabaja con pocos mandamientos o máximas. Jacob, por ejemplo, ruega a Dios tres cosas: "pan", "vestido" y "paz", cosas con las que puede explicarse cualquier cuestión. ¿Qué quería la consciencia del Quijote al hablar con Sancho? Vestirse de filóloga. ¿Qué Sancho? Paz. ¿Por qué Cide recogió las aventuras de ambos locos? Por pan.


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