Quien espere una novela negra como Don de lenguas se decepcionará. El gran frío no es una continuación de la primera entrega de la serie. Muchas cosas han cambiado en los años que van del Congreso Eucarístico de 1952 al invierno más frío del siglo en 1956. Lo primero es la desaparición del inspector Isidro Castro. La pareja que formaron ocasionalmente Martí y Castro se deshace, consecuentemente la trama policíaca también.
Ana Martí, harta del machismo imperante en un periódico como La Vanguardia, decide abandonar su puesto de trabajo donde hacía crónica social para irse a una nueva revista de cotilleos y al gran periódico de sucesos de España de aquella época: El Caso. Aquí el recuerdo de Enrique Rubio está presente en muchas de sus páginas. Por allí pasaron una larga lista de periodistas de lo oculto y de lo policíaco. Ana Martí se moverá en la novela entre estos dos mundos.
El sacerdote de dicha población oscense llama al periódico para dar la exclusiva de una niña de 13 años que padece los estigmas de Cristo. Hasta allí se acerca Ana dispuesta a dar una visión humana del suceso. Su llegada a Las Torres supone un acontecimiento social, unos pocos la reciben con los brazos abiertos, los más como a alguien que viene a romper su monotonía.
El viaje desde Barcelona al Maestrazgo es también un viaje en el tiempo. Si en el 1956, en una gran ciudad se notaban los desastres de la Guerra Civil, en Las Torres parecía que se vivía todavía en el siglo XIX, aunque la guerra continuaba presente gracias a los maquis y al somatén del pueblo, que de vez en cuando organizaba partidas para capturar a los pocos que aún quedaban por allí.
Al intentar desvelar el misterio de los estigmas, Ana se da cuenta de que la población vivía bajo la bota de un terrateniente que dominaba absolutamente toda la economía del pueblo. Además, el conocimiento del terreno la va haciendo desviarse del tema de los estigmas para centrarse en el gran secreto que oculta el pueblo, que no es otro que la muerte de niñas adolescentes que dan los primeros pasos de su feminidad. Un gran silencio cubre el lugar, como el frío que se padece, que no sólo hiela el corazón sino también la sangre.
El gran frío no es una novela policiaca como Don de lenguas, Rosa Ribas y Sabine Hofmann han abandonado la investigación policiaca para centrarse más en una investigación social de un hecho abominable. Se observa que en esta ocasión ha sido Rosa Ribas la que ha llevado el peso de la novela, haciéndola más intimista, más social y más costumbrista.
Si Castro desaparece, su prima Beatriz casi lo hace. Para mí estos dos personajes daban un valor diferente a la novela porque la engrandecían y daban ciertos contrapuntos necesarios en la narración. Al desaparecer éstos, es Ana la única protagonista y eso en cierta manera hace que la novela sea más plana en cuanto a la trama, y a la vez más reflexiva.
Aunque escrita en tercera persona, la obra parece que nos transmite el pensamiento de Ana. Las autoras añaden además la voz de Mauricio, en primera persona, al comienzo o final de los capítulos, un joven al que podríamos considerar el tonto del pueblo, pero sus ojos ven más que el resto de los habitantes del pueblo y al final será el auténtico protagonista de la trama.
El gran frío no es la novela continuista que esperábamos, las autoras han querido hacer un retrato de una sociedad caduca, un mosaico de personajes y situaciones que nos describen con eficacia un mundo ya pasado pero del que quedan muchas reminiscencias en el presente y la protagonista Ana Martí ha sufrido una trasformación desde el mundo de Marlowe al de miss Marple.
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