Para él, "el historiador nunca miente, sí puede tener falta de objetividad, ya que en la historiografía es prácticamente imposible ser imparcial y, por tanto, objetivo. Lo suelen intentar y, en ocasiones, la ideología puede deformar algunos hechos", analiza el autor gallego. Pero lo que ve más importante es "la falta de documentos", en la historia hay muchas lagunas y es entonces cuando la imaginación de los historiadores rellenan esas faltas.
Esa falta de documentos nos demuestra lo frágil que es la historia y lo difícil que es el trabajo de historiador. "Los historiadores nos han contado lo que hay, que precisamente, es muy poco", explica. Su libro no intenta ir contra la historia oficial sino contar cómo en algunas ocasiones se ha descontextualizado y cómo leyendas se han convertido en historias oficiales. Su libro está lleno de anécdotas en las que nos pone diversos acontecimientos en su justo término sin proponer una alternativa.
"Los historiadores tienden a ser conservadores y el público que lee historia, también", dice. Años atrás era precisamente al contrario, por la sociología del profesor universitario, pero últimamente esto ha cambiado. El interés del lector por la novela histórica lo demuestra. "Está en la naturaleza humana, queremos embellecer la historia, hacerla más interesante y que nos cuenten la historia con motivaciones morales, lo cual cumple mejor nuestras expectativas", apunta.
El principal enemigo del historiador es la falta de documentación, los vacíos historiográficos, lo cual hace prácticamente imposible saber qué es lo que ocurrió. Un caso paradigmático fue la conquista de España por los musulmanes. Desde el año 711 y durante poco más de un siglo no se conserva ningún documento. La batalla de Covadonga, don Pelayo, son mitos de los que no se tiene certeza real de su existencia.
Fueron siglos después cuando se comenzaron las crónicas, "hasta los siglos XII y XIII se escribía muy poco. Había pocas personas alfabetizadas y los manuscritos eran muy caros de hacer. Además, se han perdido muchos originales por culpa de los incendios", describe Miguel-Anxo Murado. Lo que ha llegado hasta nuestros tiempos son copias de copias que se tardaba mucho tiempo en hacer. Pone como ejemplo los textos de Esquilo, "han sido tantas veces copiados que ya no sabemos si algo fue realmente escrito por él"
Cosa similar sucede con las leyendas. Algunas de ellas han terminado asimiladas por la historia oficial. "El caso de Numancia y Sagunto están en este caso. El suicidio colectivo de estos pueblos no ha podido ser probado, no se han encontrado restos que así lo atestigüen. Todo viene del hecho de Masada, ocurrido a caballo entre el siglo I y II d. C. Está claro que a los historiadores romanos les gustaban esos sacrificios", apunta, no sin cierto humor gallego.
En ocasiones, los historiadores tienen que justificar un poco a los perdedores, para que no queden como auténticos malos o malvados. Por una parte es bueno ensalzar al triunfador y a su vez no denostar al perdedor. "Así, el vencedor queda mejor y al perdedor se le reconocen ciertas cualidades", apunta. El caso de las batallas entre indios y americanos es un ejemplo. Los indios siempre se llevan la peor parte, pero la película que queda en nuestra memoria es la de Little Big Horn, la única batalla donde los indios superan a los americanos. "La excepción es lo que realmente interesa al lector", apunta.
"Toda historia es nacionalista", sugiere el autor de La invención del pasado. En ocasiones esa historia es victimista, como en el caso de Irlanda, donde decidieron resaltar todo lo negativo, construyendo un pasado horrible para buscar la independencia de Gran Bretaña; lo mismo le puede suceder a Cataluña. En otras ocasiones, la historia suple las carencias de los pueblos. En el caso de Castilla, que no es tan antigua como nos han contado, les interesó forjar unos precedentes inventados. Por eso cree el autor que "la historia no es tan importante. Le estamos dando demasiado importancia".
En la forja de Asturias tuvo mucho que ver el obispo Pelayo de Oviedo del siglo XI y su denominado por Murado, taller de falsificación, "construye un pasado que ha funcionado durante siglos y es imposible saber lo que es verdad o no de la historia de Asturias", opina. De ahí, otros historiadores como Modesto Lafuente forjarían el nacimiento de un país.
Otro factor importante es la imaginería. "Nuestros antepasados estaban más condicionados que nosotros por la imagen. Casos como la Rendición de Breda, pintada por Velázquez, no ocurrieron en la realidad, fue una forma de justificar un acuerdo que no gustó a la población o el caso de la rendición de Granada que, en contra de lo pintado por Padilla, la reina Isabel no estuvo presente", explica. La serie televisiva está bastante bien documentada. Hay varias crónicas donde señalan a una reina rubia o pelirroja, sin embargo la edad de Fernando, menor que la reina, no se refleja con exactitud. Cuando se casaron tenía dieciocho años la reina y uno menos el rey. El caso de Juana la "Beltraneja" también se trata de forma equívoca. Todo hace suponer que era hija legítima del rey.
"El cine tiene que ser cine, y la historia, historia", de ahí que defienda la artificiosidad del séptimo arte; éste tiene que ser una interpretación de la realidad, "porque no sabemos realmente cómo vestían y cómo hablaban. Además, si nos fijásemos en cómo se hablaba en el Mío Cid y lo reprodujésemos en el cine, pocas personas lo entenderían realmente". Dejemos pues que el cine o las series de televisión reflejen la historia a su manera, porque como dijimos al comienzo de esta entrevista, nadie ha viajado al pasado, pero eso sí, con cierta rigurosidad y sin cometer las tropelías a las que algunas series nos tienen acostumbrados.
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