Pedro II de Aragón siempre tuvo en mente construir una Gran Corona de Aragón que se extendiese a los dos lados de la cordillera pirenaica: "los Pirineos, más que desunir, han unido a los pueblos colindantes, son muy permeables, son una auténtica columna vertebral en las relaciones humanas, prueba de ello es el Camino de Santiago", afirma el escritor de Borja, aquel pueblo que se hizo famoso por la rehabilitación naif que hizo una feligresa del Ecce Homo de su iglesia. Sin embargo, todos los anhelos de grandeza se frustraron por una batalla, que teniéndolo todo para ganar, la terminaría perdiendo.
Para escribir su tercera novela, Luis Zueco se documentó profusamente en la tesis doctoral de Martín Albín Cabrer sobre "Pedro el Católico, Rey de Aragón y Conde de Barcelona (1196-1213). En ocasiones, cuando un tema le interesa se documenta, incluso obsesivamente, y a él, como buen aragonés, todo lo referente a Pedro II le interesa, pero no solo eso, también el tema del catarismo, "en la novela se explica desde un punto de vista doctrinal. ¿En qué se diferenciaban de los cristianos realmente? Explicarlo era realmente un tema complejo, ya que tienen significativas diferencias: el tema de la reencarnación, el infierno, el dios bueno y el dios malo, no comer carne y desechar el Antiguo Testamento y algunos sacramentos. Todos son temas muy igualitarios, muy progresistas", explica concienzudo en la entrevista que mantuvimos antes de la presentación de su libro en Madrid.
La lucha contra los "herejes cátaros" y la búsqueda de "El libro de los dos principios", la Biblia cátara, ocupan la primera parte del libro. De esta supuesta Biblia "sólo quedan unos fragmentos encontrados en el siglo XIV; precisamente de donde más documentación he podido sacar ha sido de los procesos de la Inquisición", recuerda el autor y añade "el catarismo llegó a convertirse en un problema cuando convencen a los nobles. Eran los únicos que sabían leer y tenían acceso al conocimiento cátaro. Hay que tener en cuenta que en aquella época la Biblia no estaba traducida a lenguas romances y sólo la leían el clero y la nobleza", recuerda el autor de El escalón 33.
Pedro II se jugó sus posesiones occitanas a una sola batalla y esa fue la de Muret. "A mí me gustan las batallas y me fijé en la de Muret por su importancia. En esa época la Corona de Aragón estaba en estado embrionario. Si hubiese ganado esa batalla la Corona se hubiese expandido por media Francia y España, convirtiéndose en un reino muy importante", mantiene el escritor y continúa puntualizando "pero la batalla estuvo mal planteada, el rey quería acabar la guerra allí y en vez de asediar la ciudad de Muret planteó una batalla campal contra Montfort. Quiso llegar como un liberador, pero fracasó porque le faltaron sus mejores hombres, las órdenes militares y además no quiso utilizar la infantería". Teniendo más hombres, pero peor pertrechados que los enemigos, no movió sus tropas como lo hiciese en las Navas de Tolosa y hasta fue flanqueado.
Teniendo un ejército inmenso, perdió Pedro II la batalla de Muret y encontró la muerte allí. Los principales errores fueron que quizá se mostró muy confiado después de la batalla de Las Navas, estaba demasiado eufórico y que la caballería centro europea estaba mejor equipada que la aragonesa. Estas batallas las solían ganar las caballerías que mejor pertrechada estaban, las cuales eran una auténtica maquinaria de guerra. "La infantería no tenía casi ninguna importancia", apostilla Luis Zueco.
A su modo de ver, "nos cuesta mucho entender a las personas que vivieron hace 800 años. Las novelas lo que tienen que hacer es ayudar a abstraer al lector para que entiendan esa época", apunta el autor de Tierra sin rey y continúa explicando pausadamente pero con intensidad: "intento poner al lector en la época con su crueldad extrema, explicar el papel de la Iglesia y el de la mujer". La crueldad era una de las características de la Iglesia, el suceso de Bram que relata en la novela es un episodio que pone los pelos de punta, como escarmiento a los cátaros, la Iglesia manda sacar los ojos, cortar las narices y orejas a cien personas menos a uno que deja tuerto para que pueda dirigir al resto hasta la ciudad de Cabaret y sirva para desmoralizar a los asediados.
Tierra sin rey es una novela coral con personajes históricos y ficticios. Estos últimos van evolucionando mucho y, desde luego, les pasan muchas cosas, hay muchas muertes y hay personajes que van entrando y saliendo según avanza la novela histórica. El contexto del siglo XIII era muy complicado, con muchos condados dependiendo políticamente de las coronas, un clero beligerante que participaba en las guerras para buscar fines económicos y una burguesía en un proceso de crecimiento, en lo que sería un cierto precapitalismo.
El personaje favorito para el autor es sin duda Pedro II. "Todo el mundo se olvida de él por que fue un rey perdedor que hizo a la corona aragonesa vasalla de la Iglesia. Todos sus reyes se tendrán que coronar en la Seo de San Salvador de Zaragoza, aunque él fue coronado en Roma. Aunque perdió las posesiones en Occitania, conquistó las últimas plazas almohades de la provincia de Teruel, sentando las bases para la conquista de Valencia", recuerda. A partir de la muerte del rey, Aragón ya no miraría más hacia el norte.
El autor de Rojo amanecer en Lepanto reconoce que tiene mucho material histórico para seguir escribiendo novelas de este género, pero para la siguiente nos tiene preparada una sorpresa. "En estos momentos estoy leyendo más novela negra que novela histórica", confiesa. Aún no sabe exactamente por dónde tirarán ya que le quedan varios meses de promoción de su libro y quiere continuar con una de sus grandes pasiones: el estudio de los castillos y de la época medieval.
Esa pasión se nota en sus escritos. Nos falta el conocimiento de cómo eran los castillos en aquella época y las ciudades amuralladas. En esta ocasión ha descrito con mucha precisión la indumentaria de aquel tiempo, la equipación de los caballeros y de los peones. Los asedios a las distintas fortalezas están muy bien descritos y hay que reconocer que el lector se sumerge en esas descripciones y comprende cómo era una época ya tan lejana y que en la actualidad no sabemos ni ver ni entender como se debiera. Además, añade un capítulo sobre la batalla de Las Navas de Tolosa, de la que el año pasado también se conmomeró el 800 aniversario.
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