Con motivo de su publicación, hemos entrevistado a su autor y hemos hablado acerca de la constante búsqueda de un mundo mejor por parte de los seres humanos, la insularidad de las utopías o si la religión tendría cabida en ellas y si sería posible desarrollar un modelo utópico adaptado al mundo actual y que funcionara.
¿Qué le llevó a escribir Breve historia de la utopía?
La actualidad. Mi principal interés como filósofo es hacer que la filosofía se manche las manos con la vida diaria. Este libro lo concebí como una manera de intervenir en el presente. Creo que vivimos una época llena de tensiones contradictorias: por un lado es muy fuerte la pulsión conservadora del poder, pero por otro lado, existe cada vez una mayor demanda de salidas creativas a la crisis moral, económica, política y social en que vivimos. Aquí es donde creo que las ideas utópicas tienen su lugar hoy, porque tengo la certeza de que una sociedad que conoce las respuestas que dieron aquellos hombres y mujeres que nos precedieron, es una sociedad mejor armada para responder a los desafíos que afronta. Todas las utopías surgieron como soluciones inteligentes e imaginativas frente a una realidad en crisis. Eso es lo que da sentido a un libro como Breve historia de la utopía en la actualidad.
¿Cuál fue la primera teoría utópica conocida?
La utopía es una constante antropológica. Quiero decir: el impulso de soñar mundos alternativos más felices y justos es natural al ser humano. De hecho, los mitos religiosos están llenos de ideas fantásticas que, con el tiempo, se fueron convirtiendo en eficaces propuestas utópico-políticas. Yo creo que la primera utopía es la del jardín del Edén. La Biblia comienza con el relato utópico por antonomasia. Imagina un mundo perfecto, natural, sin fatigas... Pero a cambio de esa felicidad, imagínate, el hombre no puede comer del árbol de la ciencia. Lo que ya plantea el mito bíblico es algo que se repetirá a lo largo de toda la historia: La felicidad es posible: ¿pero a cambio de la ignorancia? La civilización, la racionalidad, ¿no nos roba la inocencia necesaria que exige la unidad de los seres humanos en un mundo feliz?
Y el otro gran mito utópico sería el del diluvio y Noé: buena parte de las utopías modernas beben inconscientemente de esa idea bíblica de que, para lograr un mundo perfecto, es necesario eliminar antes todo el mal del mundo, y construir uno nuevo con los elegidos.
¿Cuáles eran las razones de Platón para eliminar a los poetas de su república?
La República de Platón está entre los cinco libros más importantes de la historia, no sólo de la filosofía, sino de la cultura universal. Esto no quiere decir que sea un libro cómodo. Dice cosas muy duras, muy sorprendentes, que nos impulsan a reflexionar. Por otra parte, hemos de recordar que el mismo Platón fue un gran escritor y poeta. No obstante, él tenía claro que para que un sistema político funcione lo primero que hay que controlar es el sistema educativo. Su tesis de fondo dice esto: dame el sistema educativo, y moveré la república a mi antojo. Por eso, él consideraba que los poetas debían ser expulsados del Estado porque, en Grecia, ellos eran los que dominaban la formación interior de los ciudadanos, y no los filósofos, como él deseaba. En el fondo, la expulsión de los poetas es la forma platónica de abrir el debate sobre la formación del ciudadano. Y Platón detestaba que los ciudadanos fueran formados por escritores sin rigor, que apelaban a una interioridad muy alejada del rigor lógico-filosófico, y que, por tanto, podía dar lugar a desórdenes políticos.
¿Sería un filósofo un buen gobernante en la actualidad?
Desde luego, para Platón era esencial que el gobernante o fuera filósofo, o se dejara aconsejar por uno. La idea puede parecer sorprendente, pero apunta a algo muy de actualidad: la necesidad de que el político no sea un diletante, sino que tenga una formación superior y excelente, o cuando menos, unas cualidades intelectuales que lo hagan merecedor de la gestión de los asuntos públicos. Estos requisitos platónicos evitarían en la actualidad la conformación de oligarquías políticas, pues el gobierno sólo podría ser ejercido por personas que acrediten su valía e inteligencia. Esto, en todo caso, neutralizaría el principal mal que corrompe cualquier sistema político, especialmente las democracias. Este mal es el que sufren aquellas sociedades que son gobernados por oligarquías clientelares, que están muy lejos de poder ser consideradas élites intelectuales.
¿Por qué la mayoría de las utopías están localizadas en islas?
Esto tiene que ver con algo que vio muy bien Tomás Moro. La isla es siempre un lugar imaginativamente alejado, que nos permite fabular con un nuevo comienzo de todo. La isla hace pensar en algo virgen, que no ha sido todavía corrompido por la civilización de quienes han comido del árbol de la ciencia. Es como una tabula rasa espacial que permite a la imaginación política crear desde cero el mejor de los mundos posibles, sin tener que habérselas con los intereses, tradiciones y hábitos de territorios con una larga historia. De aquí proviene también esa idea mítica de América como un lugar nuevo en el que poder fundar un nuevo Estado libre, alejado de la vieja Europa corrompida.
En su opinión, ¿tendría cabida la religión en una utopía?
La religión contiene elementos utópicos universales, como acabo de expresar. Tanto la judeocristiana como la clásica griega. Ya el poeta griego Hesíodo nos habla de una edad dorada de la humanidad. Mi opinión personal es que no hay nada más peligroso que la conversión de una utopía en religión, es decir, en una verdad absoluta que se ha de convertir en realidad caiga quien caiga. Muchos críticos consideran que uno de los mayores elementos que distorsionaron el marxismo fue su conversión en una especie de religión laica, que impulsó a ciertos líderes a implantarlo aunque para ello tuvieran que morir millones de personas. Para muchos, aquellos episodios tuvieron muy poco de marxismo y mucho de dictadura. Mas por otra parte, creo que lo religioso (más allá de las confesiones en sí mismas) es inextirpable de lo utópico, pues una utopía siempre es un intento de construir en la realidad el mejor de los mundos, lo que para los cristianos sería el reino de Dios sobre la tierra. Esto es peligroso, pero al mismo tiempo, es lo que dota a la utopía de una potencia crítica inigualable contra la realidad. Mientras el bien y la felicidad no imperen sobre la tierra, debemos seguir luchando, aunque sepamos que es imposible, aunque sepamos que hay muchos poderes que van a impedirlo; pero las gentes, cuando salen a las calles a exigir sus derechos, en el fondo, en el límite, están exigiendo a la realidad que éste sea un mundo mejor y más justo.
¿Y la democracia?
Si con democracia nos estamos refiriendo a un sistema plural, libre, abierto a todos, donde los representantes políticos representen fiel y realmente a los ciudadanos... entonces creo que la democracia es la utopía más hermosa por la que debemos luchar. Naturalmente, esta noción de democracia debería ser el ideal que sirviera para medir la calidad del sistema en que vivimos.
¿Cuál de los movimientos utópicos que se han ido desarrollando a lo largo de la historia es el que más cerca ha estado de tener éxito?
No me convence la distinción que se suele hacer entre utopía y distopía, porque implica que hay sueños de un mundo mejor buenos y sueños de un mundo mejor malos que en realidad son pesadillas. Así, por ejemplo, si nos imaginamos en la práctica cualquiera de las utopías que aborda el libro, estoy seguro de que a muchas personas les parecerían sistemas horribles, mientras a otros fantásticos. Digo esto porque si alguien considera que el socialismo es una utopía y que el sistema soviético lo representó, entonces ese alguien dirá que ese ha sido el movimiento utópico más longevo y cercano a la realización. No obstante, yo prefiero citar otro: las repúblicas de indios guaraníes. Desde luego que muchos estudiosos consideran que aquel experimento comunitarista hispano fue un sistema de dominio lleno de problemas, pero de lo que no cabe duda es de que los jesuitas llevaron a cabo un experimento de ingeniería social con los indios guaraníes que tuvo mucho éxito durante más de un siglo.
¿Cuál de las tesis de utopía que menciona en el libro es su favorita?
Más que favorita a nivel personal, me parece intelectualmente muy potente la idea de una movilización social transfronteriza en la época actual. Hace unas pocas décadas era impensable imaginar que personas de diferentes lugares del mundo podían participar en una misma convocatoria global. La idea de una ciudadanía crítica universal, cosmopolita, sin fronteras, es algo que ya soñaron los estoicos, y que parece que va cobrando realidad. Por ejemplo, parece complicado pensar que hoy se pueda hacer política en España ignorando movimientos como el 15 M o las reacciones que se produjeron en Sol.
¿Sería posible encuadrar una utopía en un mundo tan globalizado como el nuestro?
Creo que deberíamos empezar a considerar que la globalización no es un fenómeno nuevo. Se puede decir que el mundo es global desde 1492. En este sentido, se puede decir también que todas las guerras europeas fueron guerras mundiales que afectaban a diversas partes del globo terráqueo. Lo nuevo de la era actual es que estamos ante una globalización en la que el punto de vista está dejando de ser único, y ya no es sólo la perspectiva occidental de origen europeo la que impera. En tal sentido, la gran utopía global sería la de un mundo globalizado en que una ciudadanía universal fuera capaz de expresar todos los puntos de vista.
¿Cree que podría desarrollarse algún modelo utópico para el mundo actual?
Me parece que las utopías son potencias críticas, que sirven para que los ciudadanos tengan más elementos de juicio para enfrentarse a las crisis de la actualidad. Pero no creo que se pueda proponer un marco de acción utópico único. No hay un carro al que subirse para luchar; hay muchos carros, muchas perspectivas en el mundo actual. De hecho, creo que la gran utopía para el mundo actual será aquella que sepa integrar en su seno la pluralidad entera de la humanidad, sin reduccionismos.
¿Qué aportan los indignados al mundo de las utopías?
Las utopías nacen de la indignación que un ser humano siente ante la realidad. Cuando la realidad nos indigna buscamos salidas imaginativas; algunas pueden parecer descabelladas, imposibles, pero cuando se lanza una idea al mar de la historia, nunca se sabe si llegará a la orilla de un presente que la hará realidad. Por eso, estar indignado hoy es la forma intelectual previa para buscar alternativas. Los indignados son la principal potencia utópica del presente. Pero todavía no sabremos si llegarán a algún puerto, o las olas del tiempo harán naufragar sus energías.
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