El escritor leonés, en su nueva novela, reflexiona sobre dos cuestiones, esencialmente; luego veremos que hay más, que a los seres humanos nos traen de cabeza desde el principio de los tiempos: el paso del tiempo y que todo al final se repite. "El tiempo pasa y escribimos para luchar contra el olvido, para darnos cuenta de la fugacidad de la vida, lo insignificante que es la vida humana y que reflejo en la novela con el resplandor de las estrellas fugaces en la noche del tiempo", explica.
La siguiente cuestión es que si el tiempo pasa, éste se repite como en el día de la marmota. "Todo se repite. Cada generación piensa que la vida cambia mucho, pero en esencia sigue siendo lo mismo", reflexiona el autor nacido en Vegamián. Por la intensidad con la que escribe pudiera parecer que su novela es autobiográfica, está escrita en primera persona, pero el escritor ni ha sido profesor, ni ha vivido en Bilbao ni en Ibiza. Sin embargo, opina que "todas las novelas son autobiográficas, no en los hechos, pero sí en que refleja los sentimientos, el espíritu y el alma del autor".
Quien lea la novela, cosa que deberían hacer nada más terminar esta entrevista, percibirá el universo de Julio Llamazares, porque como él mismo dice, "la literatura explica la vida". Cada obra una parte de la vida. En Las lágrimas de San Lorenzo, el protagonista es un Ulises moderno que viaja buscando un sentido a la vida. "Seguimos teniendo los mismo miedos y las mismas frustraciones que en el pasado", dice. Como apuntaba antes, la vida "no ha cambiado nada".
Lo que sí va cambiando es la percepción del tiempo, "no es igual para todo el mundo, ni para toda época de la vida. A medida que pasa el tiempo, según envejecemos, el tiempo se acelera", reflexiona. De ahí que el narrador se enfrente en un momento dado a dar sentido a su vida. Enseñar a su hijo, lo que su padre le enseñó y le lleva a una playa ibicenca, un 10 de agosto, festividad de San Lorenzo, aquel santo que murió en una parrilla, para asistir al espectáculo de las Perseidas, una lluvia de estrellas fugaces que iluminan el cielo estrellado.
"En España no hay nadie inocente"
Costumbres como estás se van perdiendo mientras se adoptan otras de países. "La sociedad española tiene muchos complejos. Adopta costumbres por esnobismo o por complejo de inferioridad", puntualiza. Lo que nos lleva a hablar de la situación que vivimos en nuestro país. "Veo la actualidad con estupor, confusión y cabreo. Estamos acostumbrados a echar la culpa de todo al Estado, pero en España nadie es inocente. Cuando vivíamos un periodo fructífero todo el mundo hacía la vista gorda a la corrupción, ahora en época de vacas flacas se culpa a los políticos cuando ellos no son más que un reflejo de lo que somos nosotros", cuenta atinadamente.
Pero esto no viene de un pasado reciente, ya Cervantes en El patio del Monipodio nos anticipaba la idiosincrasia del pueblo español, como también lo hizo Quevedo o toda nuestra narrativa de la picaresca. Desgraciadamente apunta "la literatura va por detrás del periodismo y ahora no está reflejando lo que estamos viviendo, no se está escribiendo sobre la realidad abstracta de nuestra sociedad".
Julio Llamazares siempre se ha sentido ajeno a las modas literarias. "Escribo lo que quiero y sobre lo que quiero sin importarme modas o premios literarios", afirma concienzudo. Nunca le ha gustado presentarse a premios, salvo en su primera época que para darse a conocer se presentó y ganó dos premios de poesía. Después, pese a los ofrecimientos para presentarse, los ha obviado. "Sólo tengo otro más que me dieron los libreros por La lluvia amarilla", recuerda.
También le aburren los saraos literarios y ese sentimiento de autocomplacencia y de reconocimiento que tienen los escritores y que cree se debe a una cierta inseguridad. "Yo compito conmigo mismo", asevera. Eso no quiere decir que sea una persona insociable, ya que es todo lo contrario pese a su aspecto de persona seria y robusta como un oso de su tierra leonesa que, por cierto, quedan pocos. No le gusta la endogamia literaria. Cuando habla es amable, detallista y cordial. ¡Vamos, que se asemeja más a un osito de peluche que al oso cantábrico!
"Reflexiono poco sobre lo que voy escribiendo", nos desvela. Es cuando ha terminado la obra cuando piensa más ella. "Para empezar a escribir solo necesito tener el título y una estructura. La arquitectura de la obra es importantísima. Lo demás lo determina el azar", reconoce. Pero sobre todo "yo escribo para disfrutar. Escribo lo que me apetece y cuando me apetece". No concibe la literatura como un encargo. Afortunadamente siempre lo ha podido hacer. "Tengo unos 40.000 lectores que me siguen, escriba novelas o escriba libro de viajes o sobre catedrales. En ocasiones estos lectores son más y eso me ha permitido vivir dignamente de la literatura", apunta.
En la actualidad no está escribiendo nada, pero sí está dando vueltas a una novela que tiene en la mente. También quiere hacer la segunda parte del libro de las catedrales, "todavía me quedan algunas por visitar en el Levante", reconoce. Esperemos que la espera sea breve porque Las rosas de piedra se merecen una conclusión memorable.
Para finalizar, nos desvela los secretos mejor guardados de su última novela: "Mi obra es una metáfora de los hombres, que somos unos seres insignificantes que huimos de la soledad y buscamos la felicidad". "Las lágrimas de San Lorenzo es una novela melancólica, pero no nostálgica. La melancolía es inherente al paso del tiempo, la nostalgia es un querer volver atrás", señala. Por eso recomienda "vivir la vida con intensidad".
Se define como un escritor lento, "puedo estar dos años pensando una novela antes de empezar a escribir", afirma. Pero siempre la espera es fructífera. "La literatura es tiempo y requiere tiempo para fermentar", piensa. Y con esos pensamientos escribe sus obras, para disfrutar él y hacer disfrutar a los lectores, pero también requiere de imaginación, "ésta suple la falta de memoria". Quizá sea mejor inventar la memoria para hacer más grato el recuerdo de aquellos tiempos en que las estrellas lucían en nuestros cielos libres de contaminación lumínica.
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