Checa de nacimiento, en su adolescencia tuvo que huir de su amada Praga por la persecución a la que era sometido su padre. Aun recuerda aquella primavera pratense donde los tanques soviéticos ocuparon una pacífica ciudad que tenía sueños de libertad. A regañadientes, abandonando estudios y amigos, partió con su familia en busca de esos sueños que fueron cercenados con bombas. India primero, y después Estados Unidos les esperaban, pero las vueltas que da la vida, la condujeron hasta Barcelona donde desarrolla su profesión de traductora, periodista y, por supuesto, escritora.
Si hubiese un ranking de regímenes asesino, China se llevaría la medalla de oro con más de 65 millones de asesinatos, le seguiría el régimen soviético de Stalin, con otros 20 millones de asesinatos y como tercero el genocida Hitler, que llevó a las cámaras de gas y a la muerte a cerca de 12 millones de personas. El régimen que conoce perfectamente es el soviético, ya que su padre fue perseguido, por eso cuando se la pregunta a qué asocia el comunismo, la palabra "persecución" sale rauda y decidida. Persecución a todo aquel que se atreva a pensar, no sólo a decir lo que piensa.
Por eso su motivación en querer saber y comprender qué pasó durante esos años de comunismo asesino; además, el papel de las mujeres en esas atrocidades siempre se ha obviado, hasta hace poco tiempo no conocimos las violaciones sistemáticas que los rusos hicieron a las mujeres alemanas o polacas y tampoco sabemos con certeza cuántas mujeres estuvieron en el gulag. Monika Zgustova ha podido entrevistar a seis de esas supervivientes. Pero una de ellas, Valentina, se merece una novela para ella sola: La noche de Valia. Las demás tendrán que esperar a un próximo libro de testimonios.
"Yo sabía que había mujeres que habían estado en el gulag, que habían sido utilizadas como mano de obra", cuenta la escritora checa. Pero lo que no sabía era en qué condiciones habían estado allí, "sufrían las mismas condiciones que los hombres, las torturaban con no dormir teniendo la luz encendida las 24 horas, con no comer, con palizas, frío, humedad, todo esto sabiendo que las mujeres son más frágiles", continúa relatando. Pero lo peor, a su parecer, eran las torturas psicológicas durante los interrogatorios, donde la higiene era muy deficitaria por no decir nula. Esos interrogatorios tenía una única finalidad: que reconociesen los delitos que los torturadores quisiesen y que no las quedaba más remedio que firmar.
La protagonista Valia fue acusada de espionaje a favor de los americanos. Durante la Segunda Guerra Mundial conoció a un marinero americano, Bill Rowgrave, que había llegado a puerto ruso para entregar armas al ejército soviético. De dicho marinero quedó embarazada, pero él tuvo que partir y al terminar la guerra y comenzar la guerra fría no pudieron volver a verse. La novela cuenta esta peripecia, la cual es totalmente verídica, y el posterior rencuentro en los años sesenta que ya es ficción. Estamos pues ante una historia real novelada.
Las penalidades que tuvo que pasar la protagonista y el resto de mujeres encarceladas fue muy cruento. Construir una pared durante el día, y al acabar destruirlo, era una de las prácticas de tortura psicológica a las que eran sometidas. Pese a todas estas crueldades padecidas, con 28 años fue puesta en libertad. Aprovechó para matricularse en la universidad en cibernética. Pasados los años escribiría bastantes libros y sería una reputada científica.
Los años de cautiverio de todas estas víctimas fueron atroces, es prácticamente inexplicable cómo podían sobrevivir, "cuando una persona es inocente y tiene la conciencia limpia tiene más posibilidades de aguantar todas la penurias y torturas", afirma la traductora. Otro de los factores era la higiene, la poca higiene, mantener ese mínimo es imprescindible para no tener las múltiples enfermedades que se podían contraer en el gulag.
A parte de Valentina, Monika Zgustova tiene varias historias más que contar. Recuerda una aristócrata ucraniana que trabajó como traductora de los nazis durante la guerra. Al finalizar la guerra fue acusada de colaboradora con los nazis; su castigo fue quedar internada en una mina para trabajar, donde no veía nunca el sol y todo ello en Siberia, donde la noche dura todo un invierno. Hay que señalar que la mayoría de los campos de concentración soviéticos estaban próximos al Círculo Polar Ártico o en plena Siberia.
La novela está escrita en primera persona, lo que añade dramatismo a la trama, la cual en muchas ocasiones nos pone la piel de gallina, tanto por la capacidad de aguante que tiene el ser humano, como por la capacidad de crueldad de los carceleros. Es un testimonio fundamental para conocer de primera mano uno de los episodios más sórdidos de la historia humana.
La autora nos ha querido mostrar esas condiciones de vida que se mueven por el límite, pero, como traductora, también nos ha querido mostrar en su obra a muchos escritores a los que admira y ha traducido, o bien del checo o bien del alemán. Por su trabajo han pasados figuras como Bohumil Hrabal, de quien hizo una biografía novelada, Jaroslav Hasek, Vaclav Havel, Milan Kundera o Fiodor Dostoievsky. Más de cincuenta traducciones por las cuales ha recibido numerosos premios. "Nunca podría traducir a autores colaboradores con el gulag", concluye la escritora.
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