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Entrevista a Severiano Gil, autor de "Nubes de levante, brisa de poniente"

"El nacido en ultramar siempre echa de menos la cercanía con la patria"

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Severiano Gil, nacido en la poética Villa Nador (antiguo Protectorado de España en Marruecos), en 1955, un año antes de la firma de la carta de Independencia. En la actualidad reside en Lima (Perú) y es teniente del ejército español en la reserva. Posee una gran sensibilidad artística que no solo le lleva por el mundo de las letras impresas, sino también a la música y a la interpretación. Quizá es esa infancia en el siempre mágico y desconocido continente africano, con sus especias, su salitre, su mundo colonial, el que le lleva a plasmar su alegre corazón e inquietos pies en todo cuanto emprende. Es autor de varias novelas de temática marroquí donde destaca La Cuarta Mezquita.

Ahora nos presenta Nubes de levante, brisa de poniente, editado por Good Books. Una historia con trasfondo bélico en la que la vida de los personajes, a punto de verse inmersos en los cambios y guerras de principios del siglo XX, estará marcada por la desaparición inexorable de ese mundo colonial en el que el tiempo iba a menor velocidad.

¿D. Severiano, que hay detrás del título de su novela? ¿Levante es lo que se cierra y poniente lo que se abre?

Pudiera ser, ¿por qué no?, es una buena sugerencia; pero, en realidad, ese título, además de corresponder al tipismo climatológico de Melilla, reproduce una frase de uno de los personajes de la historia, un indígena rifeño, que explica que, cuando las nubes de levante se encuentran con la brisa de poniente, siempre se produce lluvia, y sigue: "vosotros, los españoles cristianos, sois las nubes, nosotros, los guerreros rifeños, la brisa, y siempre se producirá la guerra, que es la lluvia provocada por el encuentro".

¿Cuánto de autobiográfico, en Santiago Valtanas, protagonista de la novela, ha impregnado el perfil?

Tanto como cualquier escritor debe echar mano de sus recuerdos de adolescente o de joven para reflejar el punto de vista del personaje. Todos hemos sido un poco Santiago Valtanas; e, inevitablemente, algún detalle vivido se desliza entre líneas. Escribir siempre es un ejercicio de desdoblamiento, una catarsis que te amiga con tus demonios y te enemista con los ángeles que te aconsejaron mal, y viceversa.

¿Se quiere más a España cuando se ha nacido y vivido en territorios de fuera de la península? ¿Se la quiere de un modo más idealizado por encontrarse y ser frontera de dos mundos?

Estoy llegando a pensar que sí, que siempre se magnifican las carencias, y, por lo tanto, el nacido en ultramar siempre echa de menos la cercanía con la patria, con nuestros orígenes, por más que nos sintamos plenamente africanos después de cuatro o cinco generaciones. También hay un deseo de reforzar los lazos, en algunos casos los tenues lazos genealógicos que nos unen con la Metrópoli, empeñándonos a ser más y mejores que nadie, precisamente por la lejanía y, también, a pesar de un cierto abandono, que se ha podido sentir en determinadas circunstancias.

¿En qué momento de "Nubes de levante, brisa de poniente", se avecina que el mundo, tal y como lo conocen los personajes principales, cambiará para siempre?

No creo que los protagonistas de determinada época sean capaces de vislumbrar el cambio que sus decisiones o las de otros van a producir en el sistema en general; tal vez, hoy día sí, y eso gracias a la velocidad de las comunicaciones actuales. Creo, además, que los grandes cambios se efectúan sin que apenas lo noten sus protagonistas, y al revés: cuanto más interés se tiene en inducir cambios drásticos, más probabilidades existen de que, al final, todo quede igual. Así, inmersos en plena campaña de 1909, los protagonistas no se dan cuenta de que la rivalidad entre las compañías mineras que operan en los alrededores de Melilla es sólo un reflejo de la futura y cercana Primera Guerra Mundial, que enfrentará a franceses, alemanes y británicos. Ni siquiera son conscientes de hasta dónde la Semana Trágica de Barcelona es una consecuencia directa de las decisiones que toma Madrid para solventar el problema en África. Nadie puede ver el futuro -salvo el escritor que conoce el final de su libro--, y es precisamente echando mano de diálogos entre corresponsales de Prensa la forma de lograr que el lector pueda advertir la trascendencia del momento que se estaba viviendo entonces.

¿Cuando se escribe sobre el continente africano hay que llevarlo en la sangre?

África es muy grande, inmensa y variada; yo, como africano, no sé cómo se me daría hacer que una de mis creaciones se desarrollara en la selva tropical; pero sí es cierto que mi zona, es decir, el Magreb hasta el Sáhara, sí me provoca la sensación de estar jugando en el patio de mi colegio, como es natural. Es un mundo bien diferenciado del resto, con sus propias características y con una relación estrechísima con España. Como todo, tu entorno te impregna, especialmente si la tradición familiar se remonta a muchas décadas de permanencia en él, y, sí, es cierto que se advierten carencias muy notables cuando un autor trata de reflejar ese universo norteafricano sin conocerlo. Hay muy buenas excepciones, una de ellas reciente, de una gran novela de una autora española que, sin ser de allí, acertó plenamente al describir el Protectorado español en Marruecos.

¿Fueron buenos tiempos aquellos años de principio del siglo XX? ¿La industria de la que tanto se beneficiaba el primer mundo, extrayendo tanta y tan variadas materias primas de las colonias, estaba acabando por contradicción con un modo de vida más placentero y sosegado?

Desde nuestra perspectiva actual, sí fueron buenos tiempos, a pesar de su dureza. Pero la puerta hacia África ayudó a muchas familias a salir del agujero que era la sociedad española de finales del XIX y principios del XX, con su megacrisis económica, política, social y hasta moral. Los que llegan a Marruecos se encuentran todo por hacer, un mundo en pañales en el que era preciso invertir, trabajar obteniendo un provecho y, sobre todo, ser partícipe en el diseño del futuro. Melilla, como ciudad moderna, se empieza a edificar en esa época, aunando la disponibilidad de terrenos, el capital de los comerciantes y mineros y la abundancia de ingenieros militares. El resultado es un ensanche urbano en el que rivalizan diversas formas de modernismo, art decó y racionalismo en el empeño de ser la más bella construcción de un conjunto muy europeo, yo diría que rabiosamente no africano.

Por otra parte, las minas de hierro de la cuenca minera de Uixan fueron el gran motor industrial que mantuvo en marcha la economía local, sobre todo cuando, ya iniciada la Primera Guerra Mundial, se suministra mineral de forma ininterrumpida a ambos contendientes, tan necesitados de él, de manera que, junto al fluido comercio de exportaciones e importaciones, mantuvieron una dinámica económica muy saneada, mientras Europa se ahogaba en los desastres de la guerra.

No obstante, aquello tuvo un costo en vidas y privaciones previas, en incertidumbres y guerras, que nos saltan a la cara en primer lugar y pudieran hacernos creer que la zona era un lugar infernal. Ésa es la imagen clásica que acude a la memoria del español cuando se habla de las guerras de África o las campañas de Melilla.

¿Ha habido algún capítulo que haya sido doloroso de escribir? ¿Por qué?

Cuando una historia te obliga a que la escribas, ir avanzando es una liberación, por muy duro que sea el contenido... No creo que haya un capítulo especialmente doloroso, salvo, por supuesto, el último, cuando notas que has llegado a término y todo ese universo que has creado, y con el que has convivido durante meses, está a punto de acabar para siempre.

Su novela tiene tintes románticos, a diferencia de otras que ya ha escrito y que también ocurren en esa parte del continente africano, que son más de aventuras. ¿Eso viene dado por la elección del tiempo en que transcurre?

Pues en cierto modo sí, había por mi parte un deseo de transportarlo todo a los modos y formas de aquel tiempo, incluyéndome a mí mientras escribía, por supuesto, y el resultado fue colarme de lleno en el romanticismo de la época. Es cierto que los personajes, el entorno y las circunstancias ayudaron mucho a que esta novela pueda ser calificada así, romántica, a pesar de que lo que primó en ella a la hora de escribirla fue respetar los tiempos reales, casi con un cronómetro en las manos, y, por supuesto, no desplazar ni un milímetro los acontecimientos que se dieron en aquel verano de 1909.

¿La novela nos abre las puertas a la realidad de aquel mundo?

Ojalá así fuese, es uno de los objetivos que deseábamos alcanzar, y hablo en plural, porque la idea de esta novela surge en 2008, cuando el general Muro Benayas, entonces Comandante General de Melilla, convocó una reunión en la que nos planteó su interés de no dejar que, al año siguiente, el centenario de aquellas fechas pasara sin pena ni gloria por falta de iniciativas. De aquella reunión surgieron exposiciones, conferencias, seminarios, encuentros y esta novela, cuya primera edición coincidió con la celebración que recordaba a todos una época en la que no sólo dio comienzo el siglo XX, sino que, además de significar el nacimiento de Melilla como ciudad, se establecían las bases de lo que después serían los Protectorados español y francés de Marruecos y se daba inicio a un mundo peculiar al otro lado del Mediterráneo que, en muchos sentidos, movió la batuta de la Historia de España hasta mediados del siglo.

¿Qué puede aprender uno de nuestros jóvenes españoles leyendo "Nubes de levante, brisa de poniente"?

Que no siempre la vida es como pudieran creer; que, a excepción de esta época de desarrollo y bonanza social, los españoles han vivido en una constante de esfuerzos y privaciones, donde nada había asegurado, donde cada logro había que trabajárselo duramente, y viviendo en unas condiciones muy lejanas a esta realidad actual que viven los jóvenes de hoy día. Y, a pesar de todo, fueron capaces, los jóvenes y los viejos, de sentar las bases de un futuro como el que ahora podemos disfrutar, a pesar de que no estoy muy seguro de que sea ventajoso o adecuado reclinarse en las mieles de este maldito estado del bienestar, que nos ha llevado a las puertas de la catástrofe.

¿Qué nos regala Severiano Gil en "Nubes de levante, brisa de poniente"?

El pasado de los míos, aventura, riesgo, amores, guerra, dolor, alegría y, sobre todo, Historia. Y la moraleja de que, más de cien años después, el ser humano es, en esencia, el mismo, con las mismas ambiciones, los mismos temores, los mismos vicios y las mismas virtudes... Por eso la novela histórica ayuda tanto a conocernos a nosotros mismos.

Y para terminar: Ahora que es limeño, ¿nos ofrecerá novelas tan apasionantes sobre este nuevo continente, también de acento y huella tan español?

Resulta curioso cómo un africano español puede descubrir tanta similitud entre la vida en Latinoamérica y su pasado en África. Fue una de las cosas que primeramente me llegó, causándome un impacto realmente positivo. No podría decir el porqué, todavía, pero en las calles de Lima, en los parques de los barrios que dan al mar, en algunos modos de vida, rescato rasgos de aquel pasado hispano-marroquí que fue parte de mi niñez y adolescencia; para mí ha sido como regresar, por fin, a un mundo que desapareció y que nunca podía pensar que iba a recuperar.

Respecto a mis proyectos, recordar que Nubes de levante, brisa de poniente es el primer libro de una trilogía, que he titulado La virtud del Diablo, cuya segunda entrega Para Bellum, discurre en los primeros meses de la Guerra Civil española. El tercero y último, al que he asignado el título provisional de Sombras de África, va a transcurrir, durante la Segunda Guerra Mundial, en el entorno Latinoamericano del Pacífico, alrededor de las tensiones de los países aliados y del eje en el asunto de las compañías petroleras, toda una faceta bien desconocida de la última guerra mundial. Así que hay Santiago Valtanas para rato.

Entrevistas

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