Niños en el tiempo tiene una estructura "muy audaz", dividida en tres relatos. El central es la niñez de Jesús contada desde una perspectiva novedosa, en primera persona, como si el narrador hubiese sido testigo de unos acontecimientos, en este caso ficcionados. La primer parte La herida narra "el desplome de una relación de amor" a partir de la muerte del hijo de la pareja que forman Antares y Elena. "Las dos primeras historias son totalmente independientes. La primera es una experiencia ingrata, incómoda, de cómo la pérdida de una vida afecta a la relación de pareja. Esto acarrea una nueva experiencia vital", explica el novelista de Gijón.
Para el autor la "segunda parte no tenía una fuerza autónoma propia", de ahí que la enlazase con las otras dos. Y fue esa parte la primera que surgió de su pluma cuando estaba acabando Medusa. La primera parte es la más reflexiva del libro, la relación de pareja está tratada con toda crudeza, "la parte del dolor la desarrollo de manera muy fría, de forma casi clínica o forense. Quería narrarlo con cierta distancia como si hubiera estado, el narrador, en tercera persona, allí mismo, a pie de obra", analiza exhaustivamente.
"Estamos invadidos de literatura terapéutica, casi de literatura de autoayuda y eso yo no lo quería para mi novela. La terapia es un juego de impostura y yo no quiero escribir desde la impostura", reflexiona el autor de Derrumbe. Reconoce que la literatura de duelo siempre le ha atraído. Escritores como Philip Roth, Peter Handke o Amos Oz la han tratado de manera muy solvente y en esos escritores se ha fijado para desarrollar la suya, "Llevamos muchos demonios a nuestra espalda", apunta y la novela le ha servido para sacar esos demonios y aunque a él no se le ha muerto ningún hijo, sí le gusta reflexionar sobre las relaciones paterno filiales, de hecho en muchas de sus novelas se encuentran esas relaciones.
Ricardo Menéndez Salmón cree que "no somos capaces de sobrevivir a esos fracasos, a esos azares de la vida, pero el paso del tiempo acaba dándonos una posibilidad de reinicio" y añade que "el drama se alivia con el paso del tiempo", de ahí que en la tercera parte, La piel, que es la continuación, -pasados unos años-, de la primera parte, se abra a la esperanza. La herida ya ha cicatrizado y la piel ya no muestra signos de ella. El protagonista ha llevado un proceso constante de despojamiento y en la desnudez encuentra un nuevo sentido de la vida.
Los personajes del autor asturiano suelen ser escritores, para él es lógico porque "es más sencillo entrar en la cabeza de un escritor que en la de un economista o un agente de seguros. La deformación de la vida hace que en cierta medida mis personajes se parezcan a mí", nos descubre. Por eso, hay personajes en sus obras que siempre vuelven: el sastre de La ofensa, Prohaska de Medusa, "estoy muy satisfecho de haberlo creado. Es un personaje que me acompañará siempre", puntualiza. Es un personaje fascinado por las imágenes, como el propio autor, "siempre me han fascinado las imágenes, la pintura, quizá porque soy un completo inútil con la plástica. De ahí mi interés por el arte", añade.
Si tuviese que escoger un escritor, sin ninguna duda elegiría a Juan Carlos Onetti, "tiene la perfecta visión del pesimismo del ser humano y su forma de plasmarlo es maravillosa", especifica en la charla que mantuvimos. Su forma de entender la literatura es "un modo de no entrar en quiebra total. Lo que nos mantiene cuerdos tiene un hilo muy fino. Somos muy frágiles", detalla el autor de Niños en el tiempo.
Ricardo Menéndez Salmón se define como "un escritor muy anárquico, no tomo apuntes, no viajo con una libreta. Soy muy intuitivo y a partir de una imagen comienzo el proceso de creación". Lo que no es, es un escritor funcionario, "no puedo ponerme horarios. En ocasiones puedo estar meses sin escribir o rellenar 30 páginas en una semana, que para mí es mucho", cuenta con ironía y señala que hay escritores a los que eso no les supone nada porque sus obras son muy extensas, "yo soy un escritor más conciso", concreta.
"La parte más difícil para mí es pensar cómo voy a desarrollar la novela. La arquitectura de la misma es lo que me lleva más tiempo", declara. Su proceso creador suele ser muy oscuro, hasta que ve una imagen clara. El tiempo en que no escribe, lo utiliza en leer, "un estímulo inconsciente" y aunque en ese tiempo aparentemente no esté escribiendo, sí está elaborando lo que luego llevará a las páginas.
Con Niños en el tiempo se ha quedado muy satisfecho y aunque ya han pasado algo más de seis meses desde que se lo dio a su editora, todavía no ha sentido el impulso de escribir una nueva novela. Esa satisfacción es doble cuando a los lectores les gustan sus obras. "Hace unos días un lector me dijo que había leído mi libro con todo el cuerpo", finaliza. No hay mayor piropo para un escritor: que le digan que han leído su obra a la luz de la razón y con las vísceras del cuerpo.
Puedes comprar el libro en: