Cautela, si levanto mi voz, el látigo me puede golpear, puedo perder mi empleo, y el autócrata juega a ejercer el poder supremo, Yo, el supremo.
Cautela, debo adivinar sus intenciones, adelantarme y tomar medidas a imagen de sus deseos, no se vaya a enfadar, y el enfado de un dictador es terrible. Sumisión.
Yo, el supremo, desea gobernar el mundo, no le basta con su país, ello lo empequeñecería, tiene que modelar sus siervos, cumplir el sueño de dominación de Stalin, de Hitler, se sueña con plazas llevando su nombre, con estatuas de barro erigidas en el mundo entero, con su voz tronando y el mundo callando. “Golfo de América”, y los medios cambian de inmediato el nombre: sumisión.
A quien no obedece mi mandato: humillación, amenazo con el hambre a su pueblo y me obedecen, tras obedecerme, elimino sanciones, reconocieron mi poder, Yo, el supremo.
Al amanecer de otro negro día se teme que en el buzón electrónico se encuentre el fatal mensaje “a partir de hoy sus servicios no son necesarios, tiene tantas horas para retirar sus haberes de la oficina”, tras lo cual queda sin acceso a nada, a nada que no sea la incertidumbre de su futuro, el de su familia. Amargos algunos cafés en la mañana cuando la peste les alcanza.
La peste parda, la peste roja, la peste actual: autócratas que se erigen en Yo, el supremo.
Y algunos callan, cautela, esperan, esperan, hasta que un amanecer reciben un correo.
Hay que reformar, grita el caudillo, y tiene razón, hay que reformar para que la tragedia que estamos viviendo no se repita, hay que levantar la voz por aquellos que no pueden levantar la voz, hay que lanzar un verso al viento para que llegue a la tierra y siembre la rebeldía, como ayer, como mañana, antes de que lo silencien.
Hay que reformar la educación, impedir que las universidades, supuestos templos del saber, silencien el pensamiento, silencien las voces de sus estudiantes, permitan que entren las fuerzas del Supremo y arranquen de sus aulas aquel que se atrevió a levantar la voz, a luchar por su país, por la paz, por la vida. Cuando las autoridades callan, sumisión, y recomiendan ser testigos, no oponerse, que permitan hollar el pensamiento y el aula.
Cierto hay que reformar la educación, desde los primeros pasos a la universidad para que nunca más nos silencien, que no intenten encadenar el pensamiento, que permitan que una semilla de esperanza se mantenga viva. Que nunca más se espose una idea y un idealista, que el debate sea el faro.
Hay que reformar y que los esbirros, aquellos que mendigan los favores del poder, salgan de los templos del saber, ¡Oh, estudiante que te levantas para expulsar a los mercaderes de las escuelas, de las universidades, gracias!
Vivimos tiempos como aquellos de la dictadura en mi país, cuando el desplazarse en las sombras podría significar la cárcel, la tortura, la expulsión del país, hoy, millones de sin papeles se desplazan en las sombras, fogones quedan apagados en los restaurantes, la mala hierba crece en los jardines, estudiantes dejan las escuelas por temor a delatar a sus padres indocumentados, ELLOS, ELLAS, ¡el futuro!
Vivimos tiempos en que el lenguaje, ese que debería crecer, alimentarse de la vida, se empequeñece como la piel de zapa, se borran de los escritos y de la palabra hablada palabras que enfurecen al tirano: igualdad: de género, de derechos, ante la ley; se eliminan los programas que los promueven, no sea que vayan contra los intereses del Supremo.
Vivimos tiempos oscurantistas, cautela, pero no la cautela que usted piensa, no, ¡cautela! El silencio, el cerrar los ojos, el vaciar el verso de contenido, nos pueden llevar al nuevo mundo, el soñado por el Supremo.
Cómo me gustaría regresar a mis tiempos de estudiante en que levantaba bandera y pancartas en defensa de la educación para todos, en que marchaba junto a los sintecho en Las Ánimas o a los huelguistas de una fábrica, en que subido a una barricada hacía flamear la bandera de la justicia o ponía mi pecho contra la dictadura.
Hoy, camino de pasos lentos, pero mi voz se levanta más madura, hoy continúo marchando, por Gaza, por los estudiantes, por los indocumentados, por los transgéneros, por el derecho a la vida, por mis hijos, por mis nietas puesto que los buenos tiempos no se esperan, se construyen.
*Gustavo Gac-Artigas. Poeta, novelista, dramaturgo y hombre de teatro chileno. Miembro de PEN Chile, PEN América y correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).
Premios en 2024: mención honrosa del International Latino Book Award por poemarios “hombre de américa/man of the americas” y “Confieso que escribo/I Confess that I Write”), Premio de Poesía Santus Dionysius Exiguus Oivius; Coroana de Aur Ovidius (Academias Tomitana, Universalis Poetarum y Stiinte, Arte Si Litere din Torino); Premio del XIII Festival Mundial de Poesía Mihai Eminescu.