El personaje central es una mujer, inteligente y culta, con un panorama vital claramente fascinante, y una personalidad arrolladora. La vida de la condesa de Gálvez es tan emocionante que supera la ficción más surrealista, que se nos ocurra colegir. La protagonista, Felicitas de Saint-Maxent (Luisiana, 1758-Aranjuez/Madrid, 1799), es una joven nacida ya en las Américas, en la plantación de Chantilly, que como su nombre indica es propiedad de criollos de origen francés. Su padre Gilbert, con el que mantiene una relación muy estrecha, es un comerciante conspicuo de pieles, de armas y de todo tipo de mercancías, en las tierras ribereñas del gran río Misisipi, y que viaja constantemente por mor de sus múltiples negocios. Cuando crezca seguirá los pasos de su hermana mayor, Isabel de Saint-Maxent, y se matrimoniará con alguien llamado Juan Honorio. Tras dar a luz a su primer vástago, se quedará viuda; pero este drama podrá ser subsanado, cuando se cumpla el aserto mágico de su amiga Ágata, hija de su esclava Nana, la cual habría criado a todos los hijos de esa familia, y no tardará mucho tiempo en aparecer en su vida un nuevo hombre, en este caso se tratará de un español proveniente de Málaga, y que no es otro que el nuevo y joven gobernador español, y que se llama Bernardo Gálvez. A partir de este momento acompañará a su nuevo esposo en todos sus viajes, desde la Florida hasta el Caribe/Cuba, pasando por las tierras mexicanas de Nueva España. Será, por consiguiente, la virreina de Nueva España, y desde ahí, tras una nueva viudedad llegará a la propia España. En la metrópoli será anfitriona de tertulias importantes, en las que participarán los mejores intelectuales de la época. No obstante, a partir de 1790, la influencia revolucionaria francesa llega a la Península española, por lo que se crea un caldo de cultivo que preocupa en la corte del monarca español Carlos III de Borbón, que la desterrará con otros varios implicados, a la ciudad de Valladolid. A partir de aquí es preciso seguir la trama de esta rocambolesca vida.
«Felicitas de Saint-Maxent, condesa de Gálvez y virreina de la Nueva España, fue un personaje fascinante, que vivió a caballo entre el Antiguo y el Nuevo Régimen y ha sido, hasta ahora, increíble e injustamente olvidada. Hija de criollos de Nueva Orleans, y por tanto de origen y educación franceses, fue una mujer bella, inteligente y promotora de la cultura y las bellas artes a lo largo de toda su vida. Casó con el ilustre gobernador Bernardo de Gálvez, clave en la independencia de Estados Unidos, y que llegó a ser virrey de Nueva España. Al enviudar, se trasladó a Madrid, donde fue célebre como anfitriona de tertulias en las que participaban ilustres literatos y políticos, por las que llegó a ser tachada de afrancesada y finalmente desterrada. Felicitas de Gálvez vivió una vida cuajada de pasión, originalidad e ilustración entre dos mundos, y simboliza el tornaviaje de todas aquellas mujeres que antes que ella, marcharon a América buscando una oportunidad».
Las dos constantes en la vida de la condesa de Gálvez se pueden definir como la inteligencia indubitable para metabolizar todo lo que le rodea y analizar el sufrimiento afectivo que le rodea. La forma de narrar de Almudena de Arteaga es de una indubitable agilidad, y de esta forma está capacitada para plasmar, sensu stricto, con la palabra escrita, como era el ambiente sociopolítico de las Españas de finales del siglo XVIII. Lamentablemente, la virreina acabaría cayendo en el olvido, aunque no acepto que fuese por ser mujer, sino porque los estadounidenses han tratado de olvidar todo lo que pudo representar la ayuda de la Corona española para su guerra de Secesión contra el Imperio británico, y obviamente Bernardo de Gálvez y Madrid (Macharaviaya/Málaga, 23 de julio de 1746-Tacubaya. Ciudad de México/Virreinato de Nueva España, 30 de noviembre de 1786) y todo lo que le rodeaba no interesaba ni poco ni mucho. Su antinomia sería el marqués Gilbert María de Lafayette. Gálvez es un hombre cabal, razonable y justo, que trata de conseguir, por medio de las armas de la ética, los objetivos que se ha ido marcando para defender los intereses de la patria que representa, y que no es otra que la Corona de España, regida por el Rey Carlos III. La prosa y el universo literario de esta obra son fascinantes.
“La familia de Felicitas, como casi todos sus vecinos de Nueva Orleans, se enfadó bastante al saber aquel veintiuno de abril de 1764 que su rey Luis XVI había escrito al gobernador colonial de Luisiana, Charles Philippe Aubry, para que inmediatamente entregase la llave ficticia de la ciudad a Antonio de Ulloa, el gobernador designado por el rey de España. Definitivamente, la Luisiana ya no era francesa sino española y como tal pasaba a depender de la Capitanía General de Cuba. A partir de entonces sería una parte añadida al virreinato de Nueva España y los pobladores de aquellas tierras dependerían del mayor imperio del mundo, el español. Gilberto, el padre de Felicitas, aunque al principio recibió la noticia tan a disgusto como el resto de los colonos franceses, pronto, como el hombre inteligente que había demostrado ser, intuyó que lo mejor sería arrimarse al fuego que más calentaba. Fue el primero en ofrecer sus servicios incondicionales a Ulloa como el nuevo gobernador designado. Independientemente de qué reino los gobernase en la Luisiana, los cajunes envejecían por ley de vida, pasando el testigo de sus ilusiones, sueños y nuevos negocios a sus hijos, los ya conocidos como criollos por haber venido al mundo en aquellas prósperas tierras. Felicitas sería una de ellas”.
El libro nos conduce, sin solución de continuidad, a las tierras de aquellos habitantes del sur de Luisiana que provenientes, como francocanadienses, de la Nueva Escocia del Canadá y expulsados por los ingleses, se establecieron en 1755, ahí como Cajunes/Cajuns. El río Misisipi era el vector esencial para el comercio de pieles, armas y alcohol entre los territorios meridionales y septentrionales de los Estados Unidos de América. Como es habitual en la autora, nos ofrece una serie de detalles, típicos, sobre los hechos domésticos más habituales de la época a narrar. Son descripciones que yo estimo necesarias para enriquecer la narración. Por consiguiente, recomiendo esta más que necesaria y rigurosa novela-histórica. «Donec Bithynio libeat vigilare tyranno».
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