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Fernando José Martínez
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Fernando José Martínez

Poemas y biografía del poeta nicaragüense Fernando José Martínez

viernes 07 de marzo de 2025, 12:01h
Fernando José Martínez Rojas, nacido el 24 de abril de 2000 en Morrito, Río San Juan, Nicaragua, es un joven docente y apasionado escritor. A los 24 años, ha destacado en la poesía y la declamación, logrando importantes premios en estos campos. En 2024, compiló las obras El portal de los sueños, Un detalle que nunca dije y Atrapados en la penumbra, proyectos literarios creados en colaboración con sus estudiantes como parte de su labor educativa. Reconocido por su proactividad, Fernando es una persona comprometida con sus valores de honestidad, respeto y dedicación. Su capacidad para inspirar y motivar a los jóvenes es un testimonio de su amor por la enseñanza y su creencia en el poder de la escritura para transformar vidas. Autor del libro “Una cita de amor en El Jarro Café”, este libro compuesto por dos fases que se sumergen a la palabra universal Amor y su contradicción con prólogo de Jader González.

Te extraño

Te extraño como la canción extraña una bailarina

que ya no sabe cómo girar al ritmo,

cada nota me recuerda a tu ausencia

y la melodía se queda flotando en el aire

sin rumbo, sin cuerpo

sin el compás que una vez nos unió;

te extraño con cada acorde que resuena

como si la música misma llorara por ti.

Destino

Hoy quise detenerme frente al rostro incierto del destino,

ese que no escucha ni obedece,

y mientras aguardaba respuestas que nunca llegan,

caminé hacia mi refugio, el bar Jarro Café.

Allí, entre el murmullo de las mesas y las canciones que cargan

historias,

encontré el peso de lo vivido,

aquello que ya tiene nombre,

pero que aún late en el pecho como si fuese nuevo.

Encendí un cigarrillo, no por costumbre, sino por pacto:

un saludo a la vida, esa que siempre me ha rehuido,

como si le espantara mi ambición de domarla.

Charlar con un amigo hizo más leve la espera,

hasta que el reloj marcó su veredicto: medianoche.

El mesero estrella, con la cortesía de quien sabe que es el final

señaló la puerta,

y yo, sin rumbo claro, abordé un taxi,

ofreciendo a la memoria la tarea de encontrar mi casa.

Por compromiso nombré mi antigua dirección,

y al llegar frente a aquel hogar viejo,

lo reconocí, no por nostalgia, sino por azar;

titubeé, sin valor de tocar su puerta,

y continué mi marcha errática

como si el destino riera detrás de mis pasos.

Otro taxi, otra dirección, esta vez la correcta;

y en ese viaje absurdo, le ofrecí mi tiempo al destino,

ese que nunca se inclina,

que dicta su ley sin reparar en mis deseos.

Cobardía fue no tocar la puerta de mi viejo hogar,

pero el tiempo, ese juez inmutable,

atestiguó las veces que mis ojos se anclaron en un punto fijo,

buscando en el vacío respuestas que nunca quise pronunciar.

Hoy sigo siendo el mismo,

con promedios sobresalientes que no calman mi hambre,

porque el destino, altivo y sordo,

se burla de mis intentos por domarlo.

Y así, entre taxis errantes y recuerdos dispares,

descubrí que no es el destino quien manda,

sino el vacío que dejo al no desafiarlo.

Quizá no soy más que un viajero en su laberinto,

pero si algo sé, es que al final del trayecto

solo queda la línea de lo que me atreví a enfrentar.

Debo soltarte

Y el cielo se cubrió de piedras frías.

como si el universo llorara en silencio,

un horizonte inmenso y sin rumbo,

donde mi alma, naufragada, grita tu nombre.

Quisiera deshojar mi memoria como un árbol en invierno,

arrancar de raíz el peso de tu ausencia,

gritarle a mi pensamiento que te olvide,

pero mi corazón se aferra a la imagen de tu sombra.

El olvido me acecha con su manto sombrío,

y yo, cobarde, no quiero abrazarlo.

Tu imagen se desvanece, transparente como el aire,

una película rota que intento construir;

intento pensar en lo que el futuro guarda para mí,

pero, sin ti, todo se vuelve vacío,

una tierra yerma donde los sueños se quiebran antes de germinar.

Debo ser fuerte y soltar esa cadena,

cerrar el libro de esta historia que nunca fue nuestra.

Tú no me piensas, no me sueñas, no me amas,

y yo, desgastado, me pierdo en la devoción inútil.

Es hora de poner un punto final,

de empezar una nueva trama en la soledad de mi pecho.

Voy a aprender a amarme con lo que queda,

a perdonarme por lo que di sin medida;

dejaré que el tiempo cure,

que el viento acaricie las ruinas de este amor,

y aunque el cielo vuelva a cubrirse de piedras,

caminaré bajo su peso hasta encontrarme.

Porque amarte fue maravilla,

pero dejarte será una desdicha;

te dejo ir, no por olvido ni por odio,

sino porque, ahora, debo volver a mí,

y en el espejo de mi soledad,

veré un hombre que aprendió a sanar.

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