Es como vivir en mi barrio de toda la vida. Sentirse arraigado a él, querer que mejore social y culturalmente, y estar integrado en sus tiendas, en sus bares, en sus calles, en sus plazas, con sus gentes, vecinos de siempre y nuevos, amigos de niñez y amigos recién conocidos. Ser parte de mi entorno cotidiano.
Aunque creamos que Ya no queda nada de todo esto, yo pienso que sí. Que aún se pueden mantener ciertas características territoriales, aunque podamos caer en que sean pequeños grupúsculos dentro de una gran ciudad, cada distrito, cada barrio mantiene esa esencia de poblachón, de lugar donde sus habitantes se sienten identitarios, respirando su pulso, moviéndose al compás de su ritmo.
En el texto de Inés Collado e Irene Doher se centran en el distrito madrileño de Tetuán. Pero, como bien dicen y cuentan, podemos extrapolarlo al nuestro, al de cada uno, incluso a su pueblo, a su pequeña ciudad, a su rincón más emotivo. Todo es cuestión de tiempo.
Es lo que nos hace perdernos en medio de sus calles, de saludar a los vecinos de toda la vida, de entrar en un establecimiento y que nos conozcan por nuestro nombre. Porque todos somos un poco de todos y todos somos, en ese momento, de donde residimos. Seamos gatos (madrileños de pura cepa, aunque digan que quedan pocos), seamos de distintos lugares o puntos geográficos de la nación española, o vengamos allende los mares, del sur, del norte, o del desierto.
Aquí hay historias, cada uno tenemos la nuestra, con sus nombres, las ganas de gritar, la sensación de soledad, el equilibrio de las buenas relaciones, compartir ideas y pensamientos en un banco del parque, en un mercado en los puestos de venta, en la parada del autobús, que siempre tarda en llegar, en el bar, donde damos rienda suelta a nuestra desinhibición, al temblor de las paredes de papel y a la subida de los alquileres, a las voces que se oyen en el descansillo, a las raíces de nuestro pasado que nos acompaña aunque cambiemos de residencia, a los cementerios donde están enterrados nuestros queridos, al infinito cielo que preside nuestro día a día cotidiano, con azul cartulina, con nubes blancas, con un techo grisáceo de contaminación o de día nublado o lluvioso.
Ciertamente, ahora con la especulación y la gentrificación, cada ciudadano se ve inmerso en un aislamiento que más bien parece propio de expatriados que se dan de bruces con burocracias y rechazos pero, confío, en que siempre encontrarán el aliento necesario para estrechar vínculos y sentirse afín al de al lado.
La obra se desarrolla, sin ser teatro documento, como afirman ellos, por los cauces de la información y el desparpajo, abriendo las ventanas de esta vivienda teatral para que podamos mirar dentro, y no hacia fuera, para subir sin ascensor al descansillo de los diferentes capítulos como si de una novela costumbrista se tratara.
Fíjense en quien se cruza con ustedes cuando pasan por un semáforo, observen las caras de sus paseantes, oigan el murmullo de canciones y lamentos, de alegrías y celebraciones, acudan a la sala de espera de un rincón coqueto, hagan memoria de sus pequeñas grandes historias y cuéntenselas al que tienen al lado, pero también escuchen. Verán que no son tan distintas ni tan dispares, notarán la necesidad de formar parte de un lugar común y… pónganse cómodos.
FICHA ARTÍSTICA
YA NO QUEDA NADA DE TODO ESTO
Creación: Inés Collado e Irene Doher
Reparto: Inés Collado, Ángel Perabá, Ana Rodríguez, Paula Varela
Diseño sonoro: José Pablo Polo
Diseño plástico: Berta Navas
Diseño de iluminación: Elena Santos
Visuales escénicas: [ la dalia negra ]
Contenido audiovisual: Jorge Librero, Gabriela Serrano, [ la dalia negra ]
Producción: Pablo Villa Sánchez
Asesoría artística: Carlos Tuñón
En colaboración con Nonumoï (París) y La Tricoterie (Bruselas)
Una creación de drift
Una producción del Teatro de La Abadía
Con el apoyo del programa Europa Creativa
Espacio: Teatro de La Abadía – Sala José Luis Alonso