«A lo largo de los siglos, el descubrimiento, conquista y colonización de América por los españoles han sido objeto de polémicas, y aún hoy día son una herida abierta que ha pasado del ámbito académico al de la opinión pública, y ha dado origen a juicios subjetivos, apasionados y, por tanto, acientíficos. La verdad se resiente cuando la política y la pasión nacionalista se sirven de la historia para exaltar o condenar. La polémica comenzó tras la denuncia por el dominico fray Antonio de Montesinos de los abusos de los colonos españoles en una iglesia de La Española, actual República Dominicana, en la Navidad de 1511. Las críticas de los clérigos proporcionaron argumentos a las potencias rivales de España para conformar una imagen negativa de la conquista. España había creado el imperio territorial más extenso de la Edad Moderna; incluía gran parte del continente suramericano y México, las islas Filipinas, Nápoles, Cerdeña, Sicilia, Milán, territorios de la Toscana, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, el Franco-Condado y varios emplazamientos en el norte de África. Cuando con Felipe II (1527-1598) se unieron las coronas de España y Portugal, en efecto el sol no se ponía nunca en los territorios bajo la soberanía del monarca español. Aquel vasto imperio despertó la envidia y la crítica de las potencias emergentes europeas, que orquestaron campañas de propaganda antiespañola de dilatado recorrido histórico. Explotación y exterminio para unos, gesta heroica para otros, con sus luces y sus sombras la conquista de América transformó el mundo. Cualquier aproximación a la misma debe tener en cuenta que los españoles fueron el primer pueblo europeo que se planteó la legalidad de sus conquistas, y que de los aciertos y desaciertos de la misma son más herederos los actuales latinoamericanos de origen español que los españoles de España. A fin de que el lector pueda forjarse una idea objetiva de la realidad de aquella singular empresa histórica, este libro incluye abundantes documentos de testigos presenciales de los hechos que narran, de juristas, virreyes, cronistas, caudillos indígenas, próceres de la independencia y políticos y ensayistas postindependencia».
Los que defienden, grosso modo, la acción de los españoles en Las Indias occidentales realizan un análisis, pormenorizado, sobre cómo se produjo la conquista y colonización de España en las Américas. En la página 29 se cita de forma explícita dos palabras inexistentes, y me estoy refiriendo a la rivalidad entre las coronas de Castilla y Portugal, no existió nunca esa malhadada Corona de Castilla; ya que la titulación de sus reyes es SIEMPRE la de Reyes de Castilla y de León, y así signa, verbigracia la reina Isabel I “la Católica”, y Portugal lleva la titulación de Reino de Portugal. Los castellanos nunca firmaron el Tratado de Tordesillas (1494), ya que el primero que firma es Gutierre de Cárdenas, Adelantado Mayor del Reino de León; y por consiguiente firman los representantes de Castilla y de León. Y para ello voy a indicar un texto relativo a la titulación de la Reina Juana I de Castilla y de León, y Américo Vespuccio: “En el año 1505, Américo Vespuccio obtiene la nacionalidad en los Reinos de León y de Castilla, otorgada por la Reina Doña Juana I de León y de Castilla. Martín Fernández de Navarrete y Ximénez de Tejada (1765-1844) nos ha transmitido-traducido el texto-decreto-original del siglo XVI: «Doña Juana, por la gracia de Dios (…) Por hacer bien y merced a vos Amerigo Vezpuche, florentín, acatando vuestra fidelidad é algunos vuestros buenos servicios que me habéis fecho, é espero me haréis de aquí adelante, por la presente vos hago natural destos mis reinos de CASTILLA E DE LEÓN, é para que podáis é hayéis cualesquier oficios públicos Reales é concejales, que vos fueren dados é encomendados, é para que podáis gozar é gocéis de todas las buenas honras é gracias é mercedes, franquezas é libertades, exenciones, preeminencias, prerrogativas e inmunidades (…)».
De nuevo se siguen considerando las dos titulaciones leonesa y castellana. Dejó constancia escrita, asimismo, el ahora hispánico descubridor, de su escepticismo hacia la religión cristiana: “…Finalmente, tengo en poca estima las cosas del cielo y estoy cerca incluso de negarlas”. Por ello el trono-monarca de León y de Castilla crea la Junta de Navegantes (1508) al mando de Américo Vespuccio (Florencia, 1454-Sevilla, 1512). Ya se tenía la convicción de que las tierras descubiertas pertenecían a un nuevo continente”. No voy a seguir corrigiendo la ahistórica Corona de Castilla en el libro que se repite de forma inexplicable. Una de las cuestiones literarias que me ha gustado de este libro, al margen de los errores sobre Castilla y León, estriba en que al igual que un servidor, en mis actuales diez libros, utiliza la sistemática inteligente y esclarecedora de presentar textos que analizan la tesis manifestada. En los años 1550 y 1551 se produce otro hecho sumamente novedoso en la Europa conquistadora del momento, y que es la Junta de Valladolid, donde Bartolomé de Las Casas defendió, como converso encomendero, que los indios tenían derecho a la libertad por el hecho puro y simple de que eran seres humanos, por lo tanto eran sujetos de tener propiedades y a practicar su religión; negaría la autoridad papal y del emperador, y sobre todo el que se les pudiese combatir por no estar, los españoles, acordes con sus costumbres y su moral, Su adversario, Ginés de Sepúlveda consideraba que la fe católica era innegociable, y para recibirla era preciso que el indígena fuese sometido. De Las Casas mutó su forma de ser tras leer un pasaje bíblico, y por ello reflexionaría sobre el trato inhumano que, según su leal saber y entender, se estaba dando a los aborígenes americanos. Estimo que, todo está en este documentado volumen, que se debe leer con el interés sobresaliente que merece. Fray B. de Las Casas escribió, mutatis mutandis: “… ¿Estos no son hombres? ¿Estos en qué nos han ofendido? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras, a estas gentes, que estaban en sus tierras mansos y pacíficos?”. «Iustitia est unicuique dare quod suum est. ET. Quod omnes tangit ab omnibus approbari debet».
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