Otro fuego, el de una pasión colectiva por su patrimonio, lo que distingue a Francia de nuestro país, ha hecho posible la reconstrucción. Dos mil trabajadores, mil millones de euros en donaciones y, por encima de todo, un criterio: no sólo levantar lo destruido dentro de la catedral sino restituirle su luminosidad originaria, presentándola como no se había visto hacía siglos.
El primer prodigio tecnológico fue precisamente ese, el del siglo XII. No sólo en lo que afecta a Notre Dame. En menos de una centuria se erigieron sobre suelo francés cerca de un centenar de catedrales, con otras doce monumentales Notre Dames. El mayor plan arquitectónico de la historia. Un diseño en red, vinculado a una lectura astral, pues esas catedrales replican las estrellas de la constelación de Virgo.
¿Quién era esa Notre Dame sin nombre alineada con Virgo? ¿La virgen María o una virgen negra como la egipcia Isis? La de París se edificó sobre un santuario romano consagrado a la diosa del Nilo en un tiempo en que quienes volvían de las Cruzadas cargaban en sus alforjas toda la ciencia de Oriente y buena parte de su saber hermético. Pero la cuestión clave afecta a ese juego de binomios: forma y función, tiempo y espacio, sentido y sensibilidad.
De pronto, el hombre medieval concibe otra forma para su espiritualidad, construye con un sentido trascendente, funde su tiempo con el espacio celeste. Con una tecnología sumaria, nos lega un libro en piedra abierto a la eternidad.
Hoy no podemos ver nada de tanto. ¿Por qué? Porque hemos perdido esa mirada. Nos maravillamos ante la reconstrucción de Notre Dame por su espectacularidad. Al verla tan blanca, tan luminosa como nació, nos desconcierta. Y sin embargo, esa y no otra era su función: precipitar una experiencia sobrecogedora.
La nuestra se asemeja a la de aquel Enrique, el navarro. “París bien vale una misa”, dictó, mudando su credo hugonote por el católico para coronarse como rey de Francia en Notre Dame. “París bien vale un selfie”, replicamos nosotros. Sólo inmortalizamos el vacío que nos habita. El alma no sale en la foto.
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