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FILOMENA Y SU PESAR

jueves 19 de diciembre de 2024, 08:07h
Cielo estrellado
Cielo estrellado

Erik no levanta cabeza. No desde que ella no está. Carlos le observa por el rabillo del ojo cómo juguetea con una espada de plástico. Hace calor en el salón, pero se queda helado cuando le escucha decir entre dientes que con esa espada se va a ir con ella al cielo.

- Pero ¿qué dices cariño?, le pregunta angustiado. No se molesta en responder, que para eso es un niño y no tiene que dar explicaciones.

Carlos está preocupado. Preocupado y abatido. El Coronavirus se llevó a Teresa, hace ya 210 noches y aún no sabe de dónde ha sacado la fuerza. Bueno sí, de su pequeño, que sigue sin entender nada, unos días empeñado en que mamá volverá pronto y otros en que se quiere ir con ella.

- Mamá me dijo que este invierno iríamos a la nieve -interrumpe Erik- a tirarnos bolas de nieve, a montar en trineo, a hacernos frailes… ¿cuándo vamos Papa? ¿cuándo?, pregunta impaciente.

- Sí hijo, un día de estos…- miente él que sabe que no va ser fácil-.

El teletrabajo, la casa, el niño, la pena, la ausencia, todo pesa, bloquea, paraliza… El último intento hace una semana, los llevó a un atasco eterno en Navacerrada. El cierre perimetral de la Comunidad por la pandemia concentró allí a medio Madrid, y la escasa nieve que no estaba pisada, empezaba a deshacerse cuando por fin llegaron.

La Navidad no se lo ha puesto fácil. En una rara noche despejada en Madrid, le ha enseñado a Erik las estrellas de Orión: Alnitak, Alnilam y Mintaka, los Tres Magos, y le ha explicado que mamá está con ellos, como Lady Arinrhod, la diosa celta, reinando entre las estrellas y la luna, cuidando de ellos…

Enero, más en cuesta que nunca, trae una nueva ola, y con ella un mar agitado de recuerdos y dolores. Se acuestan abrazados, no hay quien le saque de su cama…

Amanece en Madrid. Hay algo raro. Silencio.

Se levanta aún adormilado y se acerca a la ventana. Blanco. Todo está blanco. Los tejados soportan atónitos el peso que se les ha venido encima de repente.

- ¡Papá, papá, papá, ha nevado!, grita excitado Erik, ¡ha nevado papá, mucho, muchísimo!, dice mientras salta sobre su padre en la cama.

Y Carlos se levanta, confundido, ansioso, como su hijo, y contempla extasiado el manto blanco que cubre por completo la ciudad. Alza los ojos al cielo y él, que es ateo, no tiene claro a quién dar las gracias. ¿A Dios, a Filomena, a Lady Arianrhod… o a Teresa?

¡Vamos, corazón, desayunamos y nos vamos a “trinear” al parque!

(Dedicado in memoriam a Tere)

Desde temprana edad mirábamos al cielo en busca de una de las constelaciones que mi padre nos enseñó con pocos años de vida. En ese momento no sabíamos ni conocíamos lo que todo ese conjunto de estrellas guardaba y representaba, era un asterismo mucho más práctico, que nos llenaba de ilusión cuando veíamos aparecer a “los tres reyes magos” en el horizonte. Cuando Alnitak, Alnilam y Mintaka comenzaba a aparecer nos estaban anunciando que se acercaba la Navidad, y que no sería hasta que alcanzase el cenit, cuando los tres reyes se colasen por nuestra ventana e inundaran nuestro salón con regalos. Cada noche miraba a las tres estrellas e imaginaba a sus majestades de oriente montados en sus camellos e intuía como se acercaban a mi casa; era un momento de tremenda emoción. Tras la Navidad veía como los tres reyes magos comenzaban su regreso a oriente mientras, mis tres estrellas se iban perdiendo en el horizonte. Así fue como de niño, comencé a mirar al cielo y a buscar mi propia estrella.

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