El autor fue un especialista destacado como analista de la Segunda Guerra Mundial, 1939 a 1945. La vida de Sir Basil Liddel Hart transcurrió entre 1895 y 1970. Estamos ante un volumen extraordinario sobre dicha sangrienta conflagración; con una presentación elegante. Estaba claro qué con el panorama de regímenes políticos existentes en Europa en esa época, con una serie de ideologías tan disimiles, que se enfrentaban sin ambages, era prístino y obvio que la guerra a muerte estaba servida. Con criminales de la calaña de Stalin y Hitler todo era posible, y no precisamente bueno. Tanto la Alemania del Nacionalsocialismo como la URSS bolchevique tenían claros deseos imperialistas, y el resto de Europa los iba a padecer. Además, para atizar más la cuestión, existía un inteligente, pero taimado y cínico personaje, con una moral muy especial, y que solo tenía al Reino Unido de la Gran Bretaña como valor absoluto, este era Winston Churchill. La Guerra Civil Española sería el entrenamiento necesario para todos ellos. Sea como sea, en el amanecer del 1 de abril de 1945; tras fracasar unas absurdas negociaciones entre Alemania y Polonia, en las que el régimen de Adolf Hitler pretendió comprar el corredor de Danzig, a lo que los polacos se opusieron; la Wehrmacht cruzó la frontera polaca y la prensa mundial dio la noticia de que comenzaba la gran guerra europea, que se extendería a otros continentes. Neville Chamberlain había comprometido a la Gran Bretaña de que defendería a los polacos frente a cualquier tipo de agresión militar de Alemania. Francia haría lo mismo, ya que los lazos políticos y sociales entre polacos y franceses eran ya indubitables. Tras el paso de 48 horas de plazo para revertir la situación, y al no producirse, los hombres se enfrentaron a sangre y fuego hasta el final. Joachim Ribbentrop había engañado a Hitler con respecto a que los aliados no se iban a mover por los polacos. Göring comentó espantado que Dios-Gott les ayudase. «La Segunda Guerra Mundial sigue siendo con gran diferencia el principal conflicto de la historia: seis años repletos de muerte y destrucción, heroísmo y cobardía, lucha a muerte en todos los continentes y un final con sabor a derrota para todos. Sir Basil Liddell Hart (1895-1970) fue el gran teórico de la estrategia militar del siglo XX, pionero de conceptos que terminaron germinando en la guerra relámpago de la Alemania nazi e interlocutor privilegiado de los mejores generales alemanes capturados por los aliados occidentales en 1945. Esta Historia de la Segunda Guerra Mundial, su obra póstuma, es un hito en la bibliografía sobre la materia que nunca ha tenido una edición adecuada en español. Ahora, por fin, más de medio siglo después de su edición original en inglés, recupera todo el esplendor propio de un clásico indiscutible, con una nueva traducción, unos mapas redibujados para la ocasión y unos índices que permiten acercar la lupa a todos los escenarios. La obra de Liddell Hart aborda, casi exclusivamente, la vertiente militar de la guerra, pero lo hace con el pulso narrativo que le caracterizó e hizo célebre en obras como Estrategia (también Arzalia Ediciones). De las playas de Dunquerque a los arrabales de Stalingrado; de las arenas del desierto del norte de África a las junglas de Nueva Guinea; de las frías aguas del Atlántico norte a los cielos del Berlín nazi doblegado por el Ejército Rojo. Todos los escenarios de esa tragedia comparecen aquí. Una obra imprescindible que cualquier interesado en la Segunda Guerra Mundial debería tener en su biblioteca». Los aliados entraban en la guerra con dos objetivos primordiales, el primero era conseguir eliminar una amenaza potencial contra ellos mismos, y de esta forma tener una auténtica seguridad en su existencia; y en segundo lugar, que Polonia siguiese siendo independiente, esfuerzos fallidos, ya que en los dos casos fueron defraudados los deseos de Francia y de Gran Bretaña. Los polacos fueron casi arrasados por oriente y por occidente. “No solo no fueron capaces de evitar que Polonia fuera vencida en primera instancia, y dividida entre Alemania y Rusia, sino que, después de seis años de guerra que acabaron con una aparente victoria, se vieron obligados a aceptar el dominio ruso de Polonia, incumpliendo su promesa a los polacos, que habían combatido a su lado”. En primer lugar, se permitió que la Alemania hitleriana consiguiera una anexión de Austria; y el cinismo europeo no se movilizó, ya que al fin y al cabo eran dos pueblos germánicos y el Führer había nacido en Brainau cerca de Linz. Tampoco hicieron nada con la absurda reivindicación de los sudetes checos, y permitieron la independencia satélite de Eslovaquia. La oposición a Adolf Hitler dentro de Alemania no obtuvo el más mínimo apoyo en Gran Bretaña, donde se consideró que los alemanes deberían arreglar sus propios problemas sin la más mínima ayuda británica. “Cuando, poco después, reveló su intención de forzar a Checoslovaquia para lograr la devolución de los Sudetes, el jefe de Estado Mayor, el general Beck, redactó un memorándum en el que razonaba que el programa agresivamente expansionista de Hitler estaba destinado a provocar una catástrofe mundial y la ruina de Alemania. Este documento se leyó en voz alta en una reunión de los principales generales y, con su aprobación mayoritaria, fue enviado a Hitler. Dado que este no mostró ningún signo de cambio de política, su jefe de Estado Mayor dimitió. Hitler aseguró a los otros generales que Francia y Gran Bretaña no lucharían por Checoslovaquia, pero esto los tranquilizó tan poco que planearon una revuelta militar destinada arrestar a Hitler y los otros líderes nazis para evitar el riesgo de una guerra”. Pero, de nuevo la divina providencia británica vino en ayuda del dictador alemán, ya que Chamberlain aceptó todas sus peticiones y, desde Munich, trajo el documento que implicaba, según él creía, ‘LA PAZ PARA NUESTRA ÉPOCA’. El Primer Ministro del Reino Unido de la Gran Bretaña le había aportado el oxígeno necesario al Führer para domeñar a sus generales reticentes y a sus opositores envalentonados; a partir de ese momento todos quedarían sometidos al albur de los caprichos del ‘cabo bohemio’. Adolf Hitler se manifestó, ya en público como en privado, que era el sumo protegido por la aureola de la divinidad, y estaba, pues, preparado para arrostrar todos los riesgos que se le presentasen. Si en algún momento tuvo la más mínima duda sobre sus éxitos políticos, estos fueron ahogados por el efecto acumulado de sus iniciales comienzos embriagadores. Los alemanes serían los primeros que lo pagarían todo, con sangre, sudor, lágrimas y tierras. En suma, estamos ante una auténtica joya de la historiografía sobre la Segunda Guerra Mundial, en una edición tan cuidada y magnificente, que hasta el papel de sus hojas es sobresaliente. ¡A tal obra, tal honor! Sería muy interesante poder conocer sus obras sobre Escipión y sobre Sherman, personajes históricos de interés para un servidor. ¡Sobresaliente! «Reformare homines per sacra, non sacra per homines». Puedes comprar el libro en:
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