Lo fértil aquí reside, diríase, en la sensibilidad para aunar distintas expresiones artísticas sin necesidad de fórmulas explicativas; el ser de cada cual, la pintura minuciosa y el matiz de la música derivan de la narración como una unidad, como un todo que refiere al equilibrio, a la estética: tal vez, incluso, a un tono lúdico que atrae hipnóticamente. Las artes aludidas las aportan, complementariamente, Pierre Boulez desde el lado de la sabiduría músical (el sonido, el gesto, el matiz), y Paul Klee desde el trazo fino y decidido de sus dibujos-pinturas animados de una sencillez tan sobria y quieta como infantil casi. Ambas, pronto, confluyen para hacer de la lectura –y de la comprensión introspectiva de ambas artes- un recorrido tan vital como vivificante. La exposición-explicación que hace Boulez del cuadro de Klee titulado Rhythmisches (‘Rítmico’) es de una didáctica tan seductora que, para un lector sensible, sería difícil resistirse a sentir el ritmo que el músico deduce de la obra del artista plástico: “…utiliza un tablero normal, blanco y negro. Pero nos muestra que no estamos obligados a ceñirnos a la alternancia entre estos dos colores, pues el ritmo del tablero puese ser otro (…) ternario si éste fuese blanco, negro y azul. Y nada nos impide ir más allá y seguir buscando variaciones en las casillas (…) Me he detenido en el principio del tablero porque tiene una gran importancia en la música. La concepción del tiempo está basada en unidades. El tiempo no se marca en el absoluto, la noción cronométrica carece totalmente de interés (…) A nadie se le ocurriría entusiasmarse con la duración cronométrica del movimiento de una sinfonía o de cualquier obra musical. Lo importante es marcar el tiempo a través de la pulsación, es decir, de lo que generalmente llamamos ritmo”. Parece como si, el maestro musical, haciendo uso de un lenguaje con gran unidad elaborado con elementos materiales, racionales, nos llevase a través la visión y los sentidos (también, de alguna manera, a través de un juego) al centro mismo de la composición musical, pues ambos parten de un mismo principio unitarioy estético. “El efecto del espacio sobre un cuadro, por muy grande que sea, se produce desde el momento en que lo abarcamos con una mirada en la que percibimos los limites inmediatamente y, a través de ellos, toda la construcción: se trata de una presencia captada en toda su totalidad” Y continúa: “En la música, el elemento temporal, la unidad de tiempo, apela inmediatamente a los sentidos, se percibe en el instante. La reconstrucción de la obra en su totalidad es imaginaria. Nunca se tiene una visión real de una obra musical, cuya percepción es siempre parcial. Sólo al final puede hacerse una síntesisa de ella, de manera virtual”. El texto que se nos transmite es breve, pero apoyado en un Anexo tan rico de imágenes que es imposible no encontrar, al hilo de las explicaciones de Boulez, un nexo de unión hasta el punto de que el observador atento tiene la sensación de elaborar una composión rítmica mientras mira; hasta el punto de que, al final, lo que ‘suena del mirar’ es un ritmo explícito de conlleva una forma de armonía, una exposición de belleza. Así parece exponerlo el propio Klee, como un a modo de guía de lectura de su obra: “Pinto un paisaje un poco como la visión que se tiene desde lo alto de las montañas del Valle de los Reyes hacia la tierra fértil. La polifonía (la percepción rítmica?) entre el fondo y la atmósfera se mantiene lo más tenue posible”. Y los sentidos se alimentan de belleza; de un bondadoso silencio significativo, tal vez. Puedes comprar el libro en:
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