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Patricia Severin
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Patricia Severin (Foto: Pablo Aguirre)

Patricia Severín: “Para mí, obra y experiencia poéticas son inseparables”

miércoles 27 de noviembre de 2024, 17:16h
Patricia Severín nació el 10 de agosto de 1955 en la ciudad de Rafaela, provincia de Santa Fe, Argentina, y reside en Santa Fe, capital de la provincia. Es Profesora de Castellano, Literatura y Latin, egresada del Instituto Ángel Cárcano de la localidad de Reconquista, y ha obtenido un postgrado en Sicología Gestáltica en la Asociación Gestáltica de Buenos Aires. Participó en simposios nacionales y de Paraguay, Chile y Perú con trabajos de ensayo y crítica literaria.
Salir de cacería
Salir de cacería

Poemas y narrativa breve de su autoría han sido incorporados a numerosas antologías de su país y del extranjero. Publicó los volúmenes de cuentos “Las líneas de la mano” (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores 1998) y “Sólo un amor”(Premio Único Publicación ASDE 1999); la novela “:salir de cacería” (2013); los poemarios “La loca de ausencia” (Faja de Honor de la SADE 1992), “Amor en mano y cien hombres volando” (en colaboración con Adriana Díaz Crosta y Graciela Geller), “Poemas con bichos” (Premio Fondo Nacional de las Artes 2001 y Premio Municipalidad de Buenos Aires por obra édita, bienio 2002-2003; dos ediciones), “Libro de las certezas” (Mención Especial del Jurado Premio Macedonio Fernández 2008), “El universo de la mentira” y “Abuela y la niña”. Entre otros, recibió el Primer Premio en cuento en el Concurso Nacional Alicia Moreau de Justo, el Primer Premio en cuento “Las Tierras Planas” y el Premio Publicación Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe.

Agosto del ‘55…

PS — Nací en el mes que comienza con la caña con ruda y termina con la tormenta de Santa Rosa; mes frío y ventoso, aquí en Santa Fe, y sobre todo en el campo. El año fue el de la revolución que se dijo “libertadora”. Quizá estos sucesos marcaron mi vida; tanto alboroto dio como resultado que mis días siempre fueran dispersos: campo ciudad, ciudad campo, de aquí para allá enlazando escritura, trabajo, casas, viajes, amigas de las buenas, tres hijas mujeres, un varón, y una constancia a toda prueba haciendo de éste, mi pedacito de mundo, el paraíso que siempre anhelé.

Escribo todo y a pesar de todo, desde mis lugares ocultos, desde la furia y el abismo, la garra y el desamparo. Me gusta conjurar palabras y usar las del amor (las que mejor me suenan), pero también invoco a las perversas, las gastadas, las superfluas, las bastardas. A lo largo del camino aprendí a callar y evito que me roce el miedo. Vivo y viví siempre en la llanura, con calor, río y distancia. Girando en mi provincia entre campo monte mosquitos y ciudades. Y por mucho tiempo, mi trabajo, fue el de productora agropecuaria: cría de ganado en el noroeste de la provincia.

Rafaela. Pormenoricemos sobre las dispersiones de aquella y de esta Patricia, siempre residiendo en su provincia.

PS — Nací en Rafaela, ciudad gringa, colonia de piamonteses. Me fui de ella a los dieciocho a estudiar a la capital de la provincia, pero en vez de estudiar me casé y tuve cuatro hijos. Mi padre murió no bien yo me fui a estudiar, y creo que una rebeldía me tomó por dentro e hizo que cambiara el rumbo casándome tan joven. A los pocos años murió mi hermana y otra vez se modificó mi camino: me fui a vivir a Reconquista, cerca de mi madre. Después vino la separación, a los veintiocho, quedarme con mis cuatro hijos, todos chiquitos, trabajar en el campo (Huanqueros) y paralelamente estudiar Letras. Es por ello que el ir y venir siempre fue una constante. Comencé a escribir desde niña, pero recién en ese momento —después de la separación y con la carrera de Letras— me sistematicé. Por ese entonces (1983), María Angélica Scotti y su marido, Walter Operto, vivían en Reconquista, en ese exilio interior en el cual migraron algunas familias en el tiempo de la dictadura. Con ella me inicié en los talleres literarios y, junto a la carrera de Letras, me ordené en las lecturas. Nunca más dejé de escribir. Y algunos premios importantes, como el de Alicia Moreau de Justo, me confirmaron definitivamente el rumbo de mi destino.

Desde hace casi diez años vivo en Santa Fe capital. Como soy reincidente, volví a casarme y rearmé mi vida en este lugar. Amo deambular y por ello, con mi marido, compramos una casita en las sierras para seguir yendo y viniendo.

Editorial Palabrava, por un lado, y Lectobus Alas de Papel, por otro, te tienen desde hace unos años “al frente”.

PS — Editorial PALABRAVA surge ante la necesidad de modificar los términos autor-editor-distribución-libreros. Junto a Alicia Barberis y Graciela Prieto Rey, una calurosa siesta del enero santafesino, nos juntamos a delinear un proyecto diferente. Nos dimos cuenta de que lo que queríamos para nosotras (derechos de autor justos, por ejemplo, y visibilizar nuestros libros) lo podíamos extender hacia los demás escritores y escritoras de la provincia. Hablamos con el diario “El Litoral”, empresas, organismos e instituciones, y así nació el primer proyecto de narrativa que distribuimos con el diario: “Las cuatro estaciones de la palabra”, a muy bajo costo para que todos pudiesen adquirirlos. Allí publicamos nuestros libros y también los de Enrique Butti, Carlos Morán, Sara Zapata, Alfredo Di Bernardo y Ángel Balzarino. Paralelamente editamos una colección de poesía, “Anamnesis”, dos libros infantiles en una colección que se llama Palabrújula, y coeditamos otros con la Universidad Nacional del Litoral. Este año comenzamos un nuevo proyecto: Dos Ríos, en una salida anual de dos libros juntos; una autora de amplia y reconocida trayectoria, Angélica Gorodischer, de la ciudad de Rosario, y un autor novel, Jerónimo Rubino, de la ciudad de Rafaela. Además, en “Anamnesis”, publicaremos —ampliando nuestro proyecto— a Olga Zamboni, de la provincia de Misiones y a Lucía Carmona, de la provincia de La Rioja. Estos libros, trabajados con fotografías, que se entrelazan con los poemas, son la vedette de la editorial.

El proyecto del “Lectobus” viene de la mano de Alicia Barberis y consiste en llevar la lectura a barrios vulnerables y pequeños pueblos de la provincia. La idea es ofrecer a los niños, a través de la lectura, un mundo más amplio y —a su vez— dejar personas capacitadas que faciliten, desde su lugar, la pasión por leer. Si queremos una sociedad lectora tenemos que comenzar despertando el amor por los libros en los chicos.

¿Cómo fue “escribir junto a” otras dos poetas ese volumen con firme resonancia refranera? ¿Se trata de poemas compuestos por las tres?

PS — ¿“Amor en mano y cien hombres volando”? Fue un proyecto extraordinario que escribimos con Graciela Geller y Adriana Díaz Crosta en épocas de cartas enviadas por correo. No había e-mail en ese entonces. Yo viajaba de tanto en tanto desde Reconquista a Santa Fe, donde me juntaba con ellas y hacíamos una especie de taller: un poema contestaba al otro o continuaba la temática o la disparaba hacia otro lugar. Fue un libro revolucionario del cual aún tengo grandes satisfacciones. Mis dos amigas fallecieron en distintos años en dos 25 que no se pueden olvidar: 25 de mayo y 25 de diciembre. Eran dos poetas que marcaron rumbo. Con Graciela publicamos luego las obras completas de Adriana, y el año que viene sacaremos en “Anamnesis” el libro inédito que quedó de Graciela.

Te cuento una anécdota: hace un tiempo, por face, me conectó un dramaturgo de la provincia de Entre Ríos —al que no conozco— pidiéndome un ejemplar. Le contesto que ese libro está agotado, pero ante su insistencia le fotocopio el mío, se lo envío por correo y le pido que me cuente para qué lo necesita con tanta urgencia. Me narra lo siguiente: tiene un sueño en el cual aparece en las marquesinas de la muy porteña calle Corrientes, una obra suya titulada “Amor en mano y cien hombres volando”, escritas claramente sobre un gran cartel. Como él no tiene ninguna obra así llamada ni jamás escuchó ese título, cuando se despierta googlea para ver qué encuentra en Internet y le sale mi nombre y el del libro. ¡Qué maravilla!, ¿no es cierto?

Si bien carezco de certeza, no puedo menos que suponer que María Victoria López Severín, artista plástica, con quien compartís un Sitio, es hija tuya. ¿Puedo pedirte unas líneas sobre ella?... ¿Tenés otros hijos u otros familiares vinculados a un quehacer artístico?

PS — Mi hija María Victoria, que aún vive en Reconquista, es una artista plástica con un talento único y exquisito. En este momento está abocada a lo social a través de la creación de cooperativas textiles. Pero el arte no la abandona, por suerte. Mi padre fue pintor y ella heredó esta capacidad, que parece se transmite de abuelos a nietos. Mi hija menor, María Virginia, es bailarina y ejerce su profesión en el Ballet Nacional de Danza Contemporánea en Buenos Aires. Mi otra hija, Soledad, es Doctora en Biología, vive en Santa Fe, a unas cuadras de mi casa. De ella tengo dos nietos: Alfonsina y Nicanor, que por supuesto, son mi debilidad. Leandro está en la construcción. Todo muy variado, pero haciendo cada uno lo que le gusta. Siempre los impulsé a que trabajaran por sus sueños. Creo que es el único modo de realizarse en la vida y de ser feliz. De la misma manera que yo soy feliz escribiendo. El bienestar interior va por delante de lo económico. Es decir, cuando una persona hace lo que quiere en la vida y desenvuelve sus sueños, lo otro viene solo.

El arte llega por el lado de mi padre, de mi madre viene el trabajo en el campo, al que nunca quise que quedaran “pegados” mis hijos por obligación o mandato. Trabajar en el campo es hermoso (sobre todo porque es independiente y al aire libre, contrarrestando el encierro de la escritura) pero sólo si se elige como tal. Es tremendo quedar prisionero de una herencia o de un mandato.

¿Qué hacía tu padre?

PS — Estudió arquitectura, pero su pasión fue la astronomía. Él me guió en las primeras lecturas de filósofos y de arte en general. Tuvo que encargarse del campo que le dejó su padre, para sostener a nuestra familia, a su madre viuda y a su hermana. Tanta obligación acabó con su vida a los 47 años. Terminé una novela, que me llevó años de escritura, “La Tigra” (el título es el nombre de una estancia), que es también un pequeño homenaje a este hombre innovador, fuera del tiempo que le tocó vivir, que se pasaba las noches observando las estrellas desde el observatorio astronómico que construyó en la terraza de su casa paterna. Se iba en los inviernos a Campo del Cielo —provincia del Chaco— a investigar junto al Dr. William Cassidy —astrónomo de la NASA que viajaba cada año desde los Estados Unidos—, a buscar el Mesón de Fierro. De hecho, fueron ellos los que encontraron las mayores piezas del meteorito. El más grande se denominó “El Chaco” y pesa 37 toneladas; es la segunda de mayor masa que se conoce en el mundo.

¿Y tu madre?

PS — Mi madre aún reside en Reconquista. Tiene 87 años, y creo que va a vivir muchos más, gracias a Dios, pues viene de una familia sana y longeva. Fue docente y la geografía era lo que amaba enseñar. Este fue un gran punto de encuentro con mi padre. Cuando él no estuvo y ella se jubiló, comenzó a ocuparse del campo. Papá armaba avioncitos de madera balsa con mis hermanos varones, y en el largo patio de nuestra casa de Rafaela, probaba diferentes fórmulas, para el despegue de réplicas de cohetes que lanzaban desde allí. Mamá aprobaba sus investigaciones, y todos los años se iban con mi padre a distintos encuentros de geografía en diversas ciudades del país.

En una entrevista que te realizara María del Pilar Lencina (1937-2011) declaraste: “Hablar de la mujer, ‘desde la mujer’, es muy distinto —creo— que lo que vinieron haciendo los hombres en el correr de la historia de la literatura.” ¿Qué autores (varones) lograron hablar mejor, según tu sentir, “más desde la mujer”?

PS — Prefiero nombrarte autoras: Flannery O’Connor, Carson MacCullers, Alice Munro, Dorothy Parker, Herta Muller, Virginia Wolf, por supuesto, Mercé Reboreda, Doris Lessing, y la gran Irène Némirovsky, que me hace venir a la mente a Sandor Marai, que tiene personajes femeninos increíbles en “La mujer justa” o en “La herencia de Eszter”; también “Ana Karenina”, del magistral León Tolstói. Luego está lo contrario: Marguerite Yourcenar delineando el personaje masculino en su “Memorias de Adriano”, por ejemplo.

Los escritores y escritoras tenemos la suerte de vivir muchas vidas y distintos sexos. Pero eso no quita que podamos sentirnos más cómodos en unos que en otros. Yo me siento muy bien en la piel de las mujeres, indagando en su corazón, en sus emociones y en sus cabezas, y también relatando sus historias entremezcladas con las mías.

María del Pilar Lencina ha sido una poeta con la que durante años he mantenido correspondencia postal, cuando dirigía sus Hojas de Poesía “Hermano Luminoso”. No nos hemos conocido personalmente. ¿Cómo la recordás vos?

PS — Con muchísimo cariño. María —como le decíamos en el norte— era un personaje de la ciudad. Escribía en un bar tradicional de Reconquista, “Cheroga”, que era una prolongación de su casa; allí te hacía las entrevistas, te citaba, conversaba de poesía y sufría por Boca Juniors. Fue una poeta exquisita; trabajó con ahínco por la pasión de su vida, la poesía, en esas hojas, “Hermano Luminoso”, que hicieron historia en el país y en el extranjero.

En otra entrevista —para la revista literaria electrónica “Remolinos”, de Perú— afirmaste que provenías de la línea de autores más viscerales y/o intimistas que intelectuales.

PS — Yo elijo autores/as que me conmuevan. Puedo admirar lo intelectual pero lo que no me conmueve no deja huella en mí. Entre el grandioso Jorge Luis Borges, por ejemplo, y Julio Cortázar, me quedo con Cortázar o con Jamaica Kinkard o con Selva Almada o Julián López.

En su momento, aseveraste que después de tu deslumbramiento ante “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera, había cambiado tu concepción de la literatura. ¿Cómo cambió entonces? ¿Volvió a cambiar después?

PS — Absolutamente. Ese libro abrió mi mundo literario. El impacto de estar leyendo una ficción, que además te dice que es tal, y al mismo tiempo logra hacerte vibrar de la mano de pasiones y mentiras, aventuras y desventuras de personajes que sentís reales, fue una conmoción. Esta concepción de la escritura se fue mezclando luego con otra vertiente que viene de la narrativa de Carson MacCullers. Ella dice que todo lo que escribió es algo “que le pasó, le pasa o le pasará”. Yo creo lo mismo. Convertir tu vida y la de los que te rodean en tu materia prima, en tu mezcla preferida para levar lo literario, ya sea poesía o narrativa, es mi modo de encarar la escritura.

Tenés un libro que no darás a conocer: “La voz bajo la falda” (consta en la Red). Capciosamente pregunto: ¿qué tenés —o retenés— teniendo un libro que no darás a conocer?

PS — Se me fue la obsesión, como dice mi amiga, la escritora Marta Nos. Y sin obsesión no hay libro. Aunque está escrito se desactualizó para mí. Y si se desactualizó ya no tengo la necesidad de editarlo. Del mismo modo, aunque un libro mío se haya publicado, si siento que debo modificar algo para una edición posterior, lo hago. Por ejemplo, reescribir un cuento. La obra es del autor (autora), quien tiene todos los derechos sobre la misma. Esto me lo enseñó hace muchos años Mempo Giardinelli, y me pareció una postura válida, correcta.

El también rafaelino narrador y poeta Hugo Borgna en un análisis de tu obra literaria encomilla de “:salir de cacería” lo que ahora reproduzco: “todo lo que se pudre se convierte en familia”. Tremendo. ¿Qué obras artísticas te han estremecido?

PS — Esta frase que comentás me estremeció en lo más profundo y me mostró otro costado del concepto de familia; es del poeta Fabián Casas. Y ahora que la traés a colación me doy cuenta de que casi toda la idea de la novela “:salir de cacería”, gira alrededor de ese tremendo enunciado… que en realidad no es mi creencia, pero sí es el comportamiento y la creencia de muchos de los personajes de la novela.

Me estremecieron —en literatura— por ejemplo: “Tres luces” de Claire Keegan; muchos de los cuentos de Alice Munro, sobre todo de su libro “Demasiada felicidad”; “Middlesex” de Jeffrey Eugenides; “Todo cuanto amé” de Siri Hustvedt; “La historia del amor” de Nicole Krauss; los libros de Némirovsky; los de Laura Alcoba; “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” de Murakami; algunos de la brasileña Clarice Lispector; los de Irma Verolín tanto en narrativa como en poesía…; es larga la lista, podría seguir dos páginas más. En poesía te nombro a Joaquín Giannuzzi, a Laura Yasan, algunos libros de Santiago Sylvester, Juan Gelman y Jorge Boccanera, los de Marossa Di Giorgio y Fernando Pessoa… y también los de Orlando Van Bredam. De hecho, todos estos libros y los que —por cuestión de espacio no te nombré— están en el lugar de privilegio de mi biblioteca.

Me estremecen también las pinturas de mi hija María Victoria; las esculturas de Camille Claudel y de Lola Mora, los cuadros de Frida Kahlo.

“Helada negra” se titula un libro tuyo de cuentos que pronto aparecerá a través de Ediciones UNL.

PS — Tendrá diez cuentos. Justamente el título del mismo, que como verás es ambiguo, pues puede interpretarse como “helada negra” o “el hada negra” —depende de la manera en que lo nombres—, lleva en sí mismo la carga emocional que porta cada uno de los cuentos. Hay dolor por la muerte. La muerte de una prima, de una hija, un padre, una hermana, una mano, de la amistad, del amor, de la confianza, la pérdida y el reencuentro de la identidad, de los bienes, y también la herida que años atrás se le hizo a nuestra Patria con tantas otras muertes. Es un libro de pérdidas, aunque también creo que puede vislumbrarse en alguno de ellos un nuevo nacimiento, una esperanza, después de tanto dolor.

Además de la novela “La Tigra”, ¿tenés otros libros inéditos?

PS — Tengo un libro de poemas que se denomina “Muda” —otro título ambiguo si se quiere, pues se refiere a la falta del habla o quedarte sin habla, y a su vez al cambio, a la mudanza de las cosas y de las personas—. El libro es muy duro al inicio y luego se va convirtiendo en algo más luminoso, en su travesía hacia el final.

Estoy terminando una novela breve, “Dos abuelas” y otro poemario que como título provisorio lleva “Difícil decir que no”. Ah… y también estoy escribiendo un libro de Qhabala, cuyos conceptos los vierte mi profesora Beatriz Ulrich, y cuyo fin es que este Conocimiento pueda ser comprendido y aprehendido por todo el que lo desee; que ya no sea hermético ni para un grupúsculo de escogidos.

Roberto Fernández Retamar se pregunta en una carta-poema: “¿Qué le ocurre al novelista cuyos personajes, de pronto reales, se ponen a vivir por su cuenta?” ¿Qué te ocurre, Patricia, cuando algún personaje se pone a vivir por su cuenta?

PS —Te sorprende. Te sorprende muchísimo… y se los deja crecer. No queda otra. Y luego estás maravillada por el rumbo que han tomado. Esas criaturas se inventaron sus vidas ellas mismas. Y más tarde viene lo contrario, los personajes que sobran en la historia, que no encajan en ningún lado, que no van a ninguna parte y tenés que sacrificar. Es muy triste, te lo aseguro. Es penoso. Me resisto… pero al final lo hago: elijo la historia. Esos mueren y es difícil enterrarlos. Hago lo que sea para que sobrevivan. En “La Tigra” por ejemplo, muchos personajes tuvieron que quedar de lado… pero irán a cuentos. Es más, ya están en cuentos que aún no he juntado para un volumen. Pero, y va otro ejemplo, tengo una novela que transcurre en Uruguay —escrita a medias— y no sé qué haré con ella y su gente… y me resisto a perderlos de vista.

¿Qué relación existe entre obra y experiencia poética? ¿Son inseparables?

PS — Para mí son inseparables. Absolutamente. Porque emocionalmente no tengo manera de separar las dos.

¿Influyó en algo tu trabajo de productora agropecuaria?

PS — Muchísimo. Los climas de mis obras —en general— están traspasados por la naturaleza, por los animales, los árboles, el silencio, la lluvia, el campo. Y a veces me pasa algo que no es del todo grato. Leyendo novelas de autoras —en este caso argentinas—, veo que colocan cosas incorrectas —sobre lo que se hace o pasa en el campo—, y esto me saca de la historia y me cuesta volver a ella. En la que termino de leer, la autora nombra en simultáneo al trigo, el girasol y la soja, como sembrados que pueden ir a la par. Esto no es así. El trigo se siembra en invierno y cuando se lo recoge se siembra la soja y puede sembrarse también girasol. Dice también que con la brisa la soja oscilaba…; el trigo, quizá… y cuando larga la espiga y oscila, es muy bello de ver. Pero nunca vi oscilar la soja.

En otra novela, un auto viejo se descompone y es tirado con una soga, mientras sus ocupantes se trasladan a la camioneta que los auxilia. ¿Cómo va a ser guiado el auto descompuesto sin nadie al volante y arrastrado por una soga? Hay cosas que para el que trabajó en el campo son obvias. Abelardo Castillo, por ejemplo, tiene cuentos magistrales que suceden en el campo, y escribe con una precisión y un rigor tal, que parece que ha vivido allí.

Sé que no es fácil para alguien de la ciudad entender cómo funcionan algunas cosas en el campo. Pero ahora con Internet la información está al alcance de todos.

¿Cómo te resuenan las palabras “tributo”, “endeblez”, “hipocondría”, “retahíla”, “atrabiliario”, “bolonqui”, “disperso”?

PS — Tributo: homenaje ganado, bien merecido; endeblez: falta de voluntad para vivir; hipocondría: lo que no tengo; retahíla: madre pesada que no termina nunca de quejarse ante sus hijos; atrabiliario: si es sinónimo de mal carácter, esa no soy yo; bolonqui: lo que hay en mi escritorio, aunque siempre me diga lo contrario; disperso: muchos de mis días.

Según he leído, Haruki Murakami habría opinado que escribir una novela es un reto y escribir cuentos, un placer; que es la diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. ¿De qué otro modo expresarías que escribir una novela es…, y escribir cuentos es…?

PS — Escribir una novela —para mí— es meterse en un universo que no sabés cómo se va a construir, ni qué resultado tendrás con él. No definiría a un cuento como una escritura de placer pues a veces se hace muy doloroso escribirlos, y otras veces dan muchísimo trabajo para que queden como una quiere dejarlos. En cambio, en una novela si hay algo no tan exacto no se nota en el conjunto: es como un río con afluentes, no siempre baja limpio. El cuento es una isla o un lago, si queremos seguir con la comparación del agua, y no debe tener meandros ni costas desprolijas: delinearlo pensando en lo perfecto y acabado, aunque a veces no nos salga tan así.

¿Qué —que puedas y quieras contar— te enorgullece? Y, ¿qué —que puedas y quieras contar— no te enorgullece?

PS — Me enorgullecen mis hijas, haberlas criado con los valores que las crié. Lo que hice con y de mi vida, corrigiendo los errores a medida que avanzo en el camino. Me enorgullece el esfuerzo que puse —y pongo— en la pasión y la responsabilidad de la literatura, y en que cada obra no se repita y pueda tener su propia voz. Las amigas que tengo y el empeño en construir la amistad. Mi nuevo matrimonio y el viraje que di en la concepción de la pareja. Me enorgullece la persona que he llegado a ser a partir del desafío de mi búsqueda interior.

No me enorgullece la disputa entre hermanos, las pequeñeces o miserias que a veces me descubro pensando, cómo malgasto el tiempo de tanto en tanto. Tampoco me enorgullece criticar o pensar mal de la gente (cosa que trato de enmendar) o algún brote de ira o malhumor, resabios que limpio de inmediato no bien los diviso.

¿A qué escritores fallecidos —de todos los tiempos— te hubiera gustado conocer en persona?

PS — A Manuel Mujica Laínez, exquisito diseñador de tramas e historias. Poder quedarme mirando junto a él, desde “El Paraíso”, su casa de Cruz Chica en la provincia de Córdoba, el paisaje maravilloso de las sierras. Ahora que yo también tengo mi propio paraíso, voy caminando por esas callecitas cerca de donde Manucho pasó gran parte de su vida, y me pregunto por sus escritos —no valorizados aún como corresponde—, su extravagante existencia, sus pasiones, su amor por la belleza. A Clarice Lispector…: conversar de su mundo literario intangible, esotérico y magnífico; a Cortázar, por supuesto, para charlar sobre Cronopios y Famas, y sobre su visión del mundo que deja entrever misterios, vidas paralelas, yuxtaposición de tiempos y personajes; a Irène Némirovsky para decirle cuánta admiración tengo por su obra y por su valentía, y protegerla de los asesinos, que primero la entregaron y luego la mataron a los 39 años, en un campo de concentración. Es increíble que haya escrito semejante obra con tan poca edad.

*

Patricia Severín selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

De “Poemas con bichos”:

/Hoy me fui de todos y de todo

de mí

de Dios

tan jodida me fui

resbalando por mi cuerpo

haciendo equilibrio con la sombra de las uñas

Hoy me fui sin cantar —yo nunca supe—

guiñando un ojo a la vergüenza

desnuda sobre la helada me fui/

/quisiera ser un bicho más/ no este animal doméstico/

*

De “El universo de la mentira”:

ANTICIPO

Todos estaban allí

hurgando dentro de mi boca
respuestas

que no podía darles

Se empeñaban en clavar astillas

Ni vestigios de la que fui

ni presencia de la que soy

un sopor de uva

en el cuenco de la frente

Todos estaban allí

hurgaban

yo quería decirles que lo único mío

eran las esses

las esses de mi nombre que colgaban de mí

Pero no iba a conformarlos

Entonces discurrí la manera de partir

dejar la multitud

ya no lloraba

sólo miraba el mundo

como una crema

espesa

negra

*

De “Muda” (inéditos):

Perspectivas

No tengo un lugar elevado

por donde mirar

a ras del suelo

es difícil ver el mundo

hay hollín por todas partes

la virtud se escurre en la boca de tormenta

Pido sangre para el que está sepultado

:trepo al tapial /gano altura

máscaras móviles no entran en esta cavidad

pasan lentas

como un tren de otoño

como una tos que se expulsa en otro lado

Me juego el todo por el todo

y me elevo un poco más

Hago pulpa de esquirlas con las manos

un líquido negro me emborracha

Tiro anzuelos para cazar pirañas

para no pensar

No hay nada que mirar

desde aquí arriba

que no vea desde abajo

*

Rock

Charly se arrojó desde lo alto a la piscina

y esta bruma no disipa

quizá algo de locura venga bien

algo

no esta barbarie

que serpentea por el piso

reguero de pólvora

se incrusta en las paredes

dejando boquetes más grandes que una colt

(Nadie se da cuenta

cómo tiemblo

sordomuda encerrada en el altillo

el cuerpo no responde

traqueteo / carromato

que devora hasta la lengua)

¿Vamos a cruzar el charco en barquito de papel?

Siempre nos pasa lo mismo

No veo el cielo en llamaradas

sólo ceniza que se arrastra

babosa rociada con sal

Hay un éxodo dispuesto a dispararse

dame un rock

un rock cargado

Charly

para no escuchar

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires, distantes entre sí unos 467 kilómetros, Patricia Severín y Rolando Revagliatti.

http://www.revagliatti.com/ultinf_severin_full.htm

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Patricia Severin (Foto: Pablo Aguirre)
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