Corría el año litúrgico de 881
Cuando nació, sus padres lo bautizaron con el nombre de Casto, que con el tiempo llegó a ser Casto de Sumeria y querían que su vida transcurriera en el cristianismo.
Cuando era adolescente estaba a bien con los mandamientos de Dios y de la Iglesia Católica, como querían sus padres, que habían fallecido hacía unos años dejándole en herencia la casa donde vivía y algún dinero que empleaba en mantenerse y en ayudar a los santos de la catedral.
A la edad de 47 años no había conocido mujer, y su vida transcurría en la abstinencia sexual en la iglesia, pidiéndole a dios, a la virgen y al patrono de los hombres célibes, que lo librara de las acechanzas de los demonios una y otra vez, y así continuaba, rezando rosario tras rosario.
Iba dos veces por semana a la catequesis de don Leocadio que hacía de la sexualidad su principal motivación, y se confesaba una vez al día.
Ayudaba a Don Emetrío de Efeso a decir misa de doce todos los días, daba el diezmo a los pobres y seguía los preceptos y mandamientos que la iglesia tal como mandaban los cánones eclesiales.
El sufrimiento y el desasosiego que le causaba el pecado era muy grande, su vida era la iglesia y rezar las oraciones que le mandaba su confesor, vivía plenamente la fe y oraba por sus pecados. Le pedía a dios que no lo dejara pecar, que lo librara de las tentaciones y de las asechanzas del demonio.
Su lectura eran el Genesis y el Libro de Proverbios en el scriptorium de la catedral de Siracusa y le rezaba a san Emeterio para que lo librara de las tentaciones del demonio y de la carne:
- Por dios, por dios, rogaba y rezaba al santo.
- Por dios santo mío, que no me tienten, que no me posean, san Emeterio, decía una y otra vez.
- Le pedía a la virgen que no lo tentara ningún demonio.
- También oraba a la virgen de los desamparados, para que no me tiente, que no me tiente.
Y continuaba con los ruegos a dios:
- Que no me posea el demonio, que no me posea, que no me tiente.
- Que yo quiero ser puro y casto, decía.
- Y después de estos ruegos, rezaba la letanía a todos los santos de la pastoral, para que los súcubos no lo tentaran.
Casto de Sumeria era en esencia:
- Un hombre bueno
- Era un hombre pio
- Era un hombre casto
- Era un hombre dócil
- Era un hombre sumiso
- Era un hombre rezador.
- Era obediente con los mandamientos de los eclesiásticos
Sufría de melancolía religiosa y no pisaba la raya entre las piedras ni la de los baldosines de la catedral, y caminaba muy despacio.
Un día de verano cuando el arzobispo había dado misa y después de haber acudido a un cursillo de cristiandad con otros fieles, y después de encomendarse a sus santos benefactores, decidió purificarse dándose un baño en el mar de la ciudad de Siracusa, donde vivía.
Se desnudo, se puso el bañador y poco a poco, se metió en el agua, que estaba muy fría. La atmósfera del mar era de calma, solo rota por el pequeño murmullo que producían las olas al llegar a la orilla.
Cuando disfrutaba del agua, observó como unos animalillos que no había visto nunca, salían de unos matorrales. Tenían solo dos piernas y se acercaban hacia él, en forma de círculo, dando unos pasos adelante y otros para atrás, pero siempre moviéndose poco a poco y cercándolo e introduciéndose él en el agua con él. Tenían cuerpo de ocas y movían mucho las alas, cola de saurio muy larga, y en vez de orejas tenían cuernos pequeños.
Los animalillos le enseñaban los dientes, se burlaban de él y se movían a su alrededor y le decían cosas al pasar a su lado, al mismo tiempo que mordisqueaban su orejilla con mucho cariño, y le decían cosas como:
- Ven a rezar y a orar con nosotros, y le mordisqueaban con sus picos de pato la orejas con mucho cariño.
- Ven a orar con nosotros, le decían, mientras volaban a su alrededor.
- Vamos a rezar y a orar a san Emeterio
- Vamos a decir unas loas al señor, decían los animalillos revoloteando y aleteando a su alrededor
Le cantaban melodiosamente en idiomas que Casto de Sumeria no conocía y que nunca había oído, y por último otros silbaban muy bonito los acordes muy dulces de unas flautas traveseras.
Una mujer bellísima, cubierta solo por un sutil velo, salió de las zarzas y se fue acercando a la orilla del mar, se quito el velo y entro en el agua.
Los animalillos entonces empezaron a aletear y a mover el agua, primero despacio y después con más fuerza. El oleaje se fue haciendo más y más grande.
De repente un fuerte olor a azufre inundo la escena, las aguas se movieron muy rápido, y en medio de la tensión en la atmosfera, la mujer desnuda salió del agua y cesaron los aleteos. Todos los animalillos se fueron a esconderse detrás de los matorrales.
Casto de Sumeria no comprendía nada de lo que había pasado.
Después de un tiempo, cuando estaba pensando en todo lo que le había ocurrido, y todavía en el agua, otra vez los animalillos aparecieron y empezaron a reírse y a caminar varios pasos para adelante y otros para atrás, al tiempo que entraban nuevamente en el agua.
Los de los cuernos de cabra volaban y le decían cosas al pasar, como:
- Ven a rezar y a orar con nosotros y mordisqueaban con sus picos de oca sus orejas con mucho cariño y ternura.
- Vamos a rezar y a orar a san Emeterio.
- Ven con nosotros a dar loas al señor.
La mujer del velo volvió a caminar desde los matorrales hacia la orilla otra vez, y repitió los mismos actos. Se quitó el velo y se introdujo en el agua.
Algunos animalillos con la cara de hiena tocaban la flauta al son de algunos acordes y silbaban muy bonito. La mujer se quitó el velo y su cuerpo desnudo de una gran belleza se pudo ver y de nuevo todos los animalillos empezaron a aletear otra vez y a mover el agua con fuerza creciente hasta que crearon un oleaje muy grande, el olor a azufre se hizo muy intenso, de repente la mujer salió del agua y se marchó caminando por detrás de los zarzales, junto con los animalillos.
Y así sucedió dos veces más.
Casto no sabía que hacer, ni que pensar. Estaba aterrado y muy, muy preocupado por lo sucedido, se vistió y se fue a ver raudo y veloz, a su confesor espiritual don Dionisio, también deán de la catedral de Tsalonika, para contarle todo lo sucedido. Toco a la puerta del palacio arzobispal hasta que sus ayudantes eclesiásticos le abrieron.
- Vengo a ver al deán Dionisio, les dijo. Tengo que verlo y hablar con él, y es muy urgente.
- Lo despertaron de su siesta, y le dijeron que Casto de Sumeria quería verlo.
Después de vestirse y arreglarse fue al despacho donde recibía a los fieles y allí se encontró con él.
- ¿Qué te sucede Casto de Sumeria ?, le preguntó el eclesiástico, invitándolo a sentarse en una silla enfrente de él.
- Este, después de unos minutos de silencio porque no sabía por dónde empezar, se lo fue contando poco a poco, con pelos y señales.
Cuando lo oyó, el deán se descompuso y lo miraba sin dar crédito a lo que le contaba. Lo observaba y volvía la cabeza para pensar hacia el suelo, una y otra vez
- Lo peor es que los animalillos me miraban con lascivia y lujuria, decía a don Dionisio.
- El súcubo me quería violar, esos demonios me miraban con cara de lascivia, y se movía con lujuria, continuaba
- Los animalillos también me miraban con actitud de lujuriosa, le decía a su confesor, una y otra vez
- El eclesiástico después de unos minutos de silencio, en el que miraba sin decir nada una y otra vez, al suelo y a la cara, le pidió que se lo contara otra vez, pero sin omitir detalle.
Lo hizo.
- Y el eclesiástico, le dijo:
- No entiendo por qué sucedió cuatro veces, le decía su confesor espiritual.
- No lo puedo entender, continuaba, por qué se había repetido cuatro veces el episodio de posesión demoniaca que sin duda era gravísimo.
- Nunca había visto un caso de tanta gravedad y rápidamente lo mando al padre Ataulfo el Grandilocuente, que era un sacerdote muy experimentado en exorcismos
- Le dijo que se encomendara a dios y a la virgen, y a todos los santos para que no volvieran.
Al salir del palacio arzobispal caminó sin rumbo por las calles de la ciudad, bajaba por una calle y volvía a subir, y así estuvo varias horas caminando presa de una gran agitación. Entró en una iglesia que encontró abierta intentando buscar consuelo en las imágenes de la iglesia, pero no lo encontró. Rezó un rosario, luego otro, y salió a la calle. Pero no salió reconfortado. Su intranquilidad era creciente.
Esa noche y las siguientes no pudo dormir. Después de casi una semana, su cabeza se debatía entre volver al mar para tratar de averiguar que le había pasado o ir a contárselo al exorcista Don Ataulfo el Grandilocuente. Se decidió por esto último, y éste con rapidez lo envió al episcopado, a pedir audiencia con el deán.
Fue a verlo a su palacio obispal. Este solicitaba libros de bestiarios a numerosas bibliotecas de otras ciudades, algunas muy lejanas, para poder consultar e identificar las formas que adoptaban los demonios. Conocía a más de ciento cuarenta demonios, de los que sabia su origen, y además las estrategias que utilizaban para engañar y poseer a los seres humanos.
Le contó con pelos y señales todo lo sucedido y después de unos minutos de reflexión, el exorcista le dijo:
- Los súcubos pueden ser muy instruidos. Fueron ángeles que se convirtieron en demonios. Algunos son limitados y tienen pocas luces, pero son muy eficaces haciendo sus trabajos de ayuda en la posesión demoniaca, pues están entrenados para ello, prosiguió.
- En cambio, otros están más dotados para realizar la posesión, continuó con su alocución.
Don Ataúlfo el Grandilocuente era un gran orador y tenía profundos estudios y conocimientos en demonología, debido a las muchas horas que todos los días dedicaba a leer y estudiar este tema.
- ¿Y cuánto tiempo duró la posesión demoníaca?, le preguntó el deán.
- Creo que pudo ser un espacio de tiempo de veinte minutos, desde el momento en que se metió en el agua. Pero después volvió otras tres veces
- Entiendo, dijo Don Ataúlfo. ¿Qué más puedes decirme que me ayude a identificar a ese demonio?
- Recordando con rapidez, le contestó que tenía un pie girado hacia atrás, aunque su tobillo era fino y delicado, mientras que el pie izquierdo era normal.
- Eso les sucede a numerosos súcubos. Ese dato, aunque relevante de por sí, nos aporta poco para su identificación ¿Recuerdas algo más?
- Recuerdo que cuando el súcubo caminaba se oía un ruido metálico, continuó Casto de Sumeria
Don Ataúlfo al oírlo, desvió su mirada hacia su derecha y al suelo, tratando de pensar y reflexionar.
- Creo que ya lo tengo, dijo don Ataúlfo, levantándose de su silla con aire triunfal. Creo que ya tengo identificado al súcubo que te ha poseído, volvió a decir el pastor, aunque de forma rápida su cara se desencajó y reflejaba una seria preocupación, casi de estupor y espanto. Creo que se trata de un demonio que responde al nombre de Bassael.
- Bassael fue un ángel, decía Don Ataúlfo, que lo echaron del cielo porque a todas las vírgenes que encontraba en su camino, les proponía afornicamiento, y muchas de ellas accedían. San Pedro se entero de los fornicios de este ángel y lo echo de los cielos, y entonces él, al quedarse sin vírgenes, se rebelo contra dios, contra todos los santos, y contra el cielo, y se convirtió en Bassael. Era un lascivo, un lujurioso y un súcubo horroroso, cuyos pecados ofendían a la iglesia de los santos.
- Se estableció en Mesopotamia, donde adquirió fama de gran mujeriego, y seducía a sus víctimas por métodos parecidos o iguales, utilizando a los animalillos que tenía muy bien entrenados. Tentando siempre con la lujuria y la lascivia que eran artes que el dominaba, continuó el eclesiástico exorcista.
- Fue conocido en los cielos como el gran Bassael. Después se quedó en silencio por espacio de unos minutos, y con aire grave y de gran preocupación le dijo a Casto de Sumeria:
- No podía imaginarme que estuviera por estas tierras. Lo hacía en otras regiones más al oriente, decía don Ataúlfo, aterrado. Está entre nosotros, y no podemos hacer nada para librarnos de él, expresó.
- Es un demonio que posee una gran inteligencia, grandes dotes oratorias y magnificas capacidades de persuasión y de coacción,
- Además, se trataba con otros demonios y poseía una gran red de información, siguió contando el deán.
- Comprendo, dijo Casto de Sumeria, cada vez más abrumado, pero ¿esos animalillos con cara de hiena, cuerpo de pato, y cola de saurio, ¿quiénes son?, le preguntó, con cara desencajada, mientras se limpiaba el sudor de la frente.
- Son demonios con poca capacidad de persuasión y de convencimiento, tienen poca iniciativa y son en parte dóciles y sumisos, pero trabajan muy bien las posesiones demoniacas, explicó el eclesiástico.
- Además, no han desarrollado las suficientes cualidades oratorias que son necesarias para llegar a la posesión, y por eso se los pone a disposición de los demonios más dotados intelectualmente, para que ayuden en las coacciones. Están emparentadas con otros demonios de alto rango y en ocasiones muy conocidos y prestigiados, continuó.
- Mientras cantaban o tocaban con sus flautas esas melodías tan dulces, movían sus cuerpos con lujuria y me miraban con lascivia, decía Casto de Sumeria.
- Su trabajo es ayudar a los demonios más experimentados en las coacciones, dijo el obispo. Por eso te miraban así.
- La oratoria, seguía el pastor, es una habilidad que requiere inteligencia y entrenamiento y para la que no todo el mundo sirve. Para nosotros los obispos, es necesaria para persuadir y llevar las ovejas al rebaño, y convencer a aquellos pecadores que acuden en confesión.
- No continue, pero dígame, ¿Volverá a seducirme de la misma forma que en la playa ó lo hará de otra manera? Estoy confuso y alarmado, expreso Casto de Sumeria.
- Bassael es un súcubo fiel a sus estrategias y lo volverá a intentar igual, dijo el deán.
- ¿Y podré librarme de él?, o ¿me vencerá?, Quiso saber Casto de Sumeria, con gesto serio y preocupado.
- Se quedo pensativo y le dijo que rezara mucho y que orara. Muchos rosarios, todo el día, era la única solución frente al malvado Bassael, y no vuelvas nunca, nunca a la playa, ni a sitios donde te ha tentado, porque tiene referencias de cómo hacerte caer y poseerte.
Cuando Casto de Sumeria terminó de hablar con el eclesiástico, caminó por las calles pensativo, despacio, por espacio de mucho tiempo, sin pisar la raya de las baldosas.
Poco a poco fue tomando las calles que lo conducían a la playa, y una vez allí se percató de que no había nadie.
Decidió seguir. Su corazón palpitaba con fuerza.
Logró ponerse el traje de baño sin que se notara su nerviosismo, y se dirigió hacia el agua del mar.