Si se visitan algunos de estos pueblos que surgieron en la geografía castellana, andaluza, aragonesa, etc. veremos que son pueblos “bonitos”, con un urbanismo racional. La Guerra Civil había devastado extensas tierras y había llegado la hora de recuperarlas para el cultivo. En realidad, lo que quería hacer el dictador, ya lo habían planificado los dirigentes republicanos; pero Franco, hábilmente, silenció esa cuestión y se apunto el tanto de este supuesto logro. Dichos pueblos eran conocidos como de “colonización”. Fue el Instituto Nacional de Colonización (INC) quien creó asentamientos para campesinos desplazados, aunque no todos recibieron tierras. Antonio Cazorla los divide en dos grupos principales: “aquellos que recibieron pequeñas parcelas (5-7 hectáreas) con casas, y los obreros agrícolas, quienes solo recibieron pequeñas casas y huertos familiares de media hectárea. Estos asentamientos se diseñaron para proporcionar mano de obra para las grandes fincas, sobre todo en Andalucía”, cuenta doctamente el historiador afincado en Canadá. “Lo que realmente ocurrió es que se agrandaron las desigualdades económicas. Creo que los esfuerzos de colonización beneficiaron principalmente a los grandes terratenientes. Estos vendían tierras de mala calidad al INC o convertían sus terrenos en áreas de regadío, lo que aumentaba su valor hasta cuatro veces. Mientras tanto, los campesinos pobres seguían empobrecidos, con salarios muy bajos que apenas cubrían sus necesidades básicas”, relata. En los años cincuenta y sesenta, la posguerra continuaba. “Se habla del hambre generalizada de la población, de las cartillas de racionamiento que solo daban para malvivir y pasar hambre. Los trabajadores rurales sólo ganaban una pequeña fracción de lo necesario para mantener sus familias, que solían ser numerosas. Además, la práctica del estraperlo estaba muy extendida y hacía que los precios aumentasen de forma exagerada”, explica el profesor Cazorla. “El régimen de Franco manipuló el discurso de la reforma agraria para mejorar su imagen”El contexto político de aquellos años daba pie a la manipulación propagandística. El régimen de Franco manipuló el discurso de la reforma agraria para mejorar su imagen. La propaganda presentaba a Franco como un líder benévolo, a pesar de las penurias que sufrían los campesinos. Las acciones de Franco eran superficiales, dirigidas principalmente a consolidar su poder”, señala Cazorla y agrega que “las políticas fiscales del régimen beneficiaban a los ricos y contribuían a mantener la pobreza”. Aquel esfuerzo por lavar la cara del régimen no dio los frutos deseados. “Apenas 30.000 colonos se asentaron, bien como aparceros o como arrendatarios, significaban una ínfima cantidad de colonizadores. No cambió la dinámica del campo español pese a la introducción de nuevas técnicas agrícolas. Algunas sí funcionaron, como pasó en Almería, gracias a los invernaderos de plástico. Otro factor importante fue el éxodo masivo del campesinado a las fábricas europeas”, expone Antonio Cazorla.
El historiador andaluz opina que “el papel de Franco en la colonización y sus políticas económicas fueron muy egoístas. Utilizaba estos proyectos para mejorar su imagen en lugar de mejorar las condiciones de vida de los pobladores. Aunque la propaganda lo mostraba como un líder preocupado por el pueblo, la realidad era que sus políticas mantenían el statu quo, empeorando las condiciones para muchos”. En realidad, las políticas de Franco se basaban en que los trabajadores tuviesen sueldos bajos; la política de intervención fue equivocada, “casi todo se vendía en el mercado negro”, el sistema de racionamiento fue ineficaz y corrupto y el gobierno franquista estaba obsesionado por los presupuestos neutros, de tal forma que el gasto público era la mitad que en la República. Si a esto añadimos que se gastó más de 4.000 millones de pesetas en compensar a las compañías de ferrocarriles que existieron antes de la guerra y que se nacionalizaron con la creación de RENFE, se puede decir que la racionalización de los recursos no se llevó a cabo. “Franco era un mitómano. Se creía sus propias mentiras. La colonización la realizó para aumentar su propio prestigio. Dando la imagen de líder bueno y benéfico”, afirma el historiador almeriense y añade “como toda sociedad necesita esperanza. La gente depositó su fe en él, pero en realidad apenas visitó aquellos pueblos. Era un vago que se dedicaba a la caza. Hacia consejos de ministros cada dos semanas; deposito toda su confianza en Carrero Blanco”. Para finalizar, Cazorla Sánchez quiere dejar claro que “no quiero que la gente banalice nuestro pasado porque puede crear una memoria falsa. Tienen que ver, las personas que no han vivido el franquismo, conozcan lo miserable que era el régimen franquista, que se recuerde la miseria y la represión del campesinado español. Para ello, he utilizado documentos originales que no habían visto la luz hasta ahora. Quiero reivindicar que la recuperación económica del franquismo recayó en las espaldas de los más pobres”, concluye. Puedes comprar el libro en:
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