La meta del Tratado de Urología, una de las mejores obras urológicas del Renacimiento europeo, fue según Francisco Díaz, después de treinta años de ejercicio profesional, «escrita en castellano, para que hombres curiosos y tocados del mal puedan preservarse de él y aún curarse…» (L. I, cap. I, fol. 3v). El libro fue anunciado en 1575, publicado en 1588, y de acuerdo con Francisco «la idea y la temática del texto no fue suya porque se la surgió Francisco Valles de Covarrubias» (1524-1592), conocido como «Divino Valles», considerado el introductor de la anatomía patológica moderna.
Gracias al extraordinario historiador Maganto Pavón sabemos que hoy «hay 16 bibliotecas en el mundo que conservan 16 originales, el número de ejemplares de la edición príncipe es 26 y Madrid guarda 14 originales. Naturalmente, este registro no es definitivo y está sujeto a variaciones que requeriría una investigación más profunda» (E. Maganto Pavón y A. I. Linares Quevedo, «Datos…», p. 35).
De igual manera, se documenta que Francisco, quien tuvo una biblioteca de 146 libros de medicina y otras 47 obras en romance, fue «ignorado en Europea hasta casi el siglo XX y su magnífica obra fue silenciada por los grandes tratadistas e historiadores extranjeros de la especialidad del siglo XIX» conforme al urólogo valenciano Rafael Mollá Rodrigo (1862-1930) (E. Maganto…», pp. 3).
Asimismo, Maganto Pavón dilucide adecuadamente que «lo más probable es que lo redactara para devolver la dedicación de los cirujanos españoles hacia determinadas técnicas urológicas abandonadas en manos de charlatanes, empíricos ignorantes y litotomistas desaprensivos: “…una cosa no dejaré de decir, y es un yerro grave que en España se usa; que el sacar la piedra…la han apartado de la Cirugía, y la tratan algunos artífices que podrían ser castigados por homicidas…y en poder de idiotas y bajos hombres que apenas los más deprendieron leer, ni saben, ni quieren saber…”» (L. II, cap. VII, f. 247v).
En este sentido, resalto que Emilio acreditó documentalmente que el cirujano mayor del ejército, cirujano de cámara de Felipe II (1527-1598), y el de Felipe III (1578-1621), Juan de Vergara (1545-1620), amigo íntimo de Díaz, formó parte del círculo literario del glorioso Manco, quien fue alabado en La Galatea (1585) y en el Viaje del Parnaso (1614). Añádase a esto, que Juan fue «médico y cirujano de Segovia, donde desarrolló su actividad profesional, y estaba emparentado con el doctor Francisco porque este último estaba casado en segundas nupcias con Mariana de Vergara, prima hermana del primero» (E. Maganto…», p. 21).
Igualmente, Emilio asevera que «Francisco se decidió comprar en el molino de papel del monasterio del Paular (Madrid), el mismo lugar, donde Juan de la Cuesta compró el papel para el Quijote. En la época que tratamos el papel para la edición de los textos casi siempre corría a cargo de los impresores, los cuales se encargaban de realizar la gestión y trámites de la compra y trasporte de las resmas, cuyos gastos luego cargaban al autor de la obra. Así sucedió, por ejemplo, con el papel “burdo” para la edición del Quijote, de cuyos gastos de tramitación y acarreo se encargaron Juan de la Cuesta y Francisco de Robles» (E. Maganto…», pp. 20-21).
Por lo que atañe al soneto encomiástico de Cervantes a Díaz para el Tratado de Urología, este despertó entre biógrafos y cervantistas muchos interrogantes y el principal fue: por qué el soneto figura al final de la obra y no al principio como todos los sonetos laudatorios. Generalmente, estos poemas, llamados, también, liminales, figuraban entre los preliminares de los libros de nuestro Siglo de Oro» (E. Maganto…», p. 29). El soneto reza:
Soneto al Dr. Francisco Díaz
«Al Dotor Francisco Diaz, de Miguel de Ceruantes, soneto
Tv, que con nueuo y sin ygual decoro,
tantos remedios para vn mal ordenas,
bien puedes esperar destas arenas
del sacro Tajo las que son de oro,
y el lauro que se deue al que vn tesoro
halla de ciencia, con tan ricas venas
de raro aduertimiento y salud llenas,
contento y risa del enfermo lloro.
Que, por tu industria, vna deshecha piedra,
mil marmoles, mil bronzes a tu fama
dara, sin imbidiosas competencias.
Darate el cielo palma, el suelo yedra,
pues que el vno y el otro ya te llama
espiritu de Apolo en ambas ciencias».
El profesor madrileño Emilio Maganto Pavón explica correctamente que «ha sido planteado por algunos comentaristas anglosajones, como la profesora Adrienne Laskier Martín y el profesor Pierre Lioni Ullman, que el soneto de Miguel de Cervantes estaría compuesto en un tono humorístico o satírico, inmerso en lo que se ha denominado poesía burlesca, de la cual al autor del Quijote puede considerársele iniciador. En opinión de estos autores, al estar redactado de un modo encomiástico, pero con elogios desmesurados hacia su autor y su quehacer, Cervantes no parece hacerlo de una manera seria, sino de una forma satírica. Superficialmente el soneto aparece como cualquier poema laudatorio, sin embargo, un examen profundo del mismo muestra indicios compatibles con el umbral de lo burlesco, de una mofa ambigua que será ampliamente explotada por Cervantes en toda su obra.
Según Ullman, el soneto está cargado de presunciones que Francisco Díaz pudo haber interpretado como un juego de palabras que había ido demasiado lejos. Por eso, dudando de la perspectiva humorística que Cervantes quiso dar al soneto, en vez de colocarlo al principio de su libro, como el de Lope de Vega y el del autor desconocido que figura después, lo colocó al final de la obra y no en todos los ejemplares, ya que la composición aparece en un número muy limitado de la edición. Este autor, en una especulación que me parece descabellada, llega a lucubrar en su artículo que Francisco Díaz pudo expurgar el soneto de la mayoría de los ejemplares de la edición.
Hace años, ya critiqué la opinión de estos autores que, al parecer, desconocen la íntima relación que siempre mantuvo Cervantes con Francisco Díaz (Anales complutenses, 2009, XXI, 35). Por otra parte, en el trabajo intenté rebatir su teoría con argumentos documentales basados en la revisión de los seis ejemplares del Tratado de Urología que se guardan en la Biblioteca Complutense, archivo con el mayor número de originales conservados, y que pasamos a exponer. Solo 3 tres ejemplares de ese archivo contienen el soneto de Cervantes (el 50%), pero curiosamente los tres que lo incluyen son los que también insertan la tasa, el índice de capítulos y la fe de erratas. Incluso dos de estos llevan el colofón (marca del impresor con lugar y fecha). Los tres ejempla-res que no incluyen el soneto de Cervantes no ostentan estos detalles, por lo que puede afirmarse con bastante seguridad que son libros de la primera impresión o tirada realizada en los tórculos de Francisco Sánchez antes del 20 de agosto de 1588, quizás copias ampliadas del ejemplar de imprenta.
Los tres que incluyen el soneto de Cervantes serían ejemplares de una reimpresión mejorada y en regla con las normas exigidas en la pragmática de 1558. Esta segunda reimpresión sería efectuada meses después del 20 de agosto de 1588, ya que, como vimos, de esa fecha es la tasa, que en uno de los ejemplares de la Complutense figura también en las páginas finales.
Lo que se deduce de mi revisión es que, si los ejemplares de la primera impresión faltos de parte de los preliminares obligatorios tampoco contenían el poema de Cervantes, no puede caber duda de que Francisco Díaz consiguió el soneto del ilustre manco mucho después de conseguir el de Lope y el del otro autor anónimo. Seguramente, por normas editoriales, quizás por alteración del número de pliegos de preliminares, tuvo que colocarlo, en vez de al principio como todas las composiciones encomiásticas, al final del texto de las reimpresiones sucesivas de 1588, lo cual era más sencillo para el impresor.
Finalmente, cabe preguntarse si la inclusión final del soneto de Cervantes, junto con la falta de la tasa y la fe erratas, y con las modificaciones de la `S´ del apellido de Francisco Valles de la portada, en casi la mitad de la edición príncipe, no fueron motivos suficientes para que el impresor o el mismo Francisco Díaz considerasen necesario cambiar el título definitivo de la obra Tratado nuevamente impreso…». (E. Maganto…», pp. 30-31).
Habría que recalcar, también, que Francisco y Miguel eran amigos del catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares, Cristóbal de Vega (1510-1573), médico de don Carlos de Austria (1545-1568), quien el 12 de enero de 1553, testificó en el pleito de Valladolid, que: «había tratado y conversado con el licenciado Juan de Cervantes y su hijo Rodrigo, [este padre de Miguel] y que los había tenido y visto como hijosdalgos y no pecheros» (K. Sliwa, El licenciado…, pp. 209-211).
En definitiva, les agradezco a los beneméritos médicos Emilio Maganto Pavón y Ana Isabel Linares Quevedo su ejemplar colaboración, y les felicito por sus brillantes descubrimientos, que exponen los nuevos aspectos biográficos sobre Francisco y Miguel. Sin duda, dichas joyas documentales son de especial interés histórico para la reconstrucción de la biografía documentada del padre de la Urología universal, y del padre de la novela moderna, y deberían ser difundidas para enmendar los grandes desaciertos en las enciclopedias, libros de enseñanza, y revistas electrónicas. ¡Enhorabuena!
«Laus in Excelsis Deo»,
Krzysztof Sliwa
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