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Alain Corbin: ‘Terra incógnita’ Una historia de la ignorancia (siglos XVIII-XIX)

Acantilado, Barcelona, 2024
jueves 12 de septiembre de 2024, 21:20h
Terra incógnita
Terra incógnita

¿La ignorancia es la sombra de la sabiduría? Útil desde luego como complementario de conocimiento, se refrendan, se complementan. Los elementos de que se sirve la Historia para narrar la supuesta veracidad de lo que nos transmite ha sido varia, a conveniencia, por lo común, de los intereses que habían de defenderse (¡Siempre, siempre los intereses materiales!)

En cuanto a la geografía, nuestro paisaje natural, habremos de convenir que es nuestro vinculo primero; ‘se es de un paisaje’, escribió Claudio Magris. La tierra, el paisaje natural estuvieres donde estuvieres, había de conocerse; podría y debería conocerse. Y así la primera ignorancia derivó en aventura: “El frío polar se calificaba por entonces (s XVI) como el más extremo de todos los fríos de la tierra, Según Barentsz, ese frío congela las orejas y los dedos de los piés, los labios y la nariz…la piel de los zapatos e incluso los relojes, que se paran” Aquí, como se comprenderá, no se trata de conocer el lugar, sino la forma de combatir las inclemencias que impiden conocer el lugar.

“Los navegantes eran presa de un frío mezclado de estupor entes estos fenómenos que descubren al mismo tiempo que los padecen”.

En el progreso del conocimiento, es curioso hasta qué punto otras ciencias, otro sentido de la cultura impulsa aventura y conocimiento, por ejemplo en lo que se trata de descifrar el misterio de las fosas marinas, y ahí “es preciso distinguir dos períodos: de 1800 a 1830 que corresponde al apogeo del Romanticismo. Los artistas, que eran a la vez naturalistas, botánicos y escritores, iniciaron a la opinión pública, esta vez, en la curiosidad por las profundidades marinas, al transmitirle la inquietud que éstas provocaban (…) La generación de los poetas alemanes de la época –Goethe, Schelling y Novalis- aportaron toda una corriente de ideas, imágenes y emociones inéditas en torno a tales profundidades. Para entenderlo bien, recordemos que el Romanticismo indicó el camino misterioso que lleva al conocimiento del interior del yo” Argumento inexcusable donde los haya.

Una aclaración profunda y metódica por cuanto es el sujeto pensante, el hombre, el protagonista en última instancia: el procurador de la nueva cultura, del nuevo vivir en orden al pensamiento. Él será el ignorante y el descubridor. El rito eterno. Se ha dicho que en una segunda etapa, de 1850 a fin de siglo, el conocimiento de las fosas marinas, completamente opacas antes, habían perdido gran parte de sus misterios.

A modo de ejercicio físico práctico, el autor narra con precisión, hacia el final, el conocimiento complementario; tratemos de comprender, escribe, las razones de la aguda inquietud, incluso el terror, que, como es natural, esa ignorancia continuaba provocando: “en vísperas de la definición de la troposfera y de la estratosfera (1902) se desconocían las grandes altitudes terrestres, impenetrables para los aeróstatos tripulados. Se suponía que el volcán tenía origen en un fuego interior, pero no sin discusión al respecto (…) Al tiempo, el descubrimiento de la circulación de las masas de aire –los ciclones, los anticiclones y las depresiones, en síntesis, la meteorología dinámica- no permitían todavía sino una previsión de escaso valor científico”.

Pero de nuevo se había de hacer la luz: inteligencia y voluntad marcaron el proceso del conocimiento. A partir de las últimas décadas del siglo XIX la ignorancia acerca de la Tierra, que otrora fuera absoluta, había de experimentar un claro retroceso: “ya se le atribuía una edad más próxima a la que le calculamos hoy. Se comprendía muy acertadamente la manera en que los estratos geológicos se habían depositado, fracturado e invertido, así como las consecuencias de las múltiples formas de erosión. Se reconocía muy bien la manera en que los glaciares erosionaron los valles, modelaron las llanuras (…) Se comenzaba a comprender cómo se producía la circulación subterránea de las aguas y se habían localizado las fuentes de todos los grandes ríos (y aquí recordemos la irónica respuesta que el citado Claudio Magris obtuvo de aquel campesino cuando le preguntó dónde estaba exactamente el nacimiento del Danubio: “Ve usted ese grifo, pues ahí”.

El libro es curiosamente –por el tema y su vinculación con la ‘terra incognita’- ameno, está escrito con un destacado ánimo didáctico, “pero no cabe duda de que lo más importante era que todo lo que acabamos de recordar había transformado por doquier la manera de mirar la Tierra”.

Y de ahí, por derivación, el resto de los conocimientos: las ciencias, las artes representativas, las letras –con su humor inexcusable- y ese otro conocimiento principal y a veces descuidado, el propio hombre, ratificando e bien de la curiosidad, según nuestros recordados padres griegos.

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