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"El murciélago entre fuegos de artificio", de Antonio Daganzo

RIL Editores, Barcelona – Santiago de Chile, 2024
miércoles 11 de septiembre de 2024, 21:20h
El murciélago entre fuegos de artificio
El murciélago entre fuegos de artificio

Qué iluso el ser humano alumbrando su vida con fuegos de artificio, eludiendo cualquier pensamiento que le recuerde que la noche arroja cada día su sentencia de sombras y envía un emisario para que no olvidemos cuál es nuestro final. El emisario sobrevuela la obra titulada El murciélago entre fuegos de artificio, y su autor, en el primer poema de este libro, nos advierte: “[…] Eso que imagináis un fabuloso fuego, / un fuego entre las manos que no quema, / son cerillas, / cuidado, / son cerillas y duelen / igual que una caricia en el rostro imposible”.

Este libro es el décimo poemario de Antonio Daganzo, y ha sido publicado por el sello hispano-chileno RIL Editores. El autor del libro, además de poeta, es narrador, ensayista, periodista, gestor cultural, y divulgador cultural y musical. Cuenta, entre otros, con importantes galardones como el Premio de la Crítica de Madrid en 2015 por su poemario Juventud todavía, y el Premio de Narrativa “Miguel Delibes” de Valladolid en 2018 por su primera novela, Carrión.

El poemario se estructura en cuatro partes:

“La librea de Haydn”

En esta primera sección, Daganzo ensalza la grandeza de la música –como ya hizo anteriormente con sus dos fascinantes ensayos: Clásicos a contratiempo y Música, delicias del asombro- y nos habla, también, del miedo, de la lucha por la supervivencia, del engaño de la vida y sus dos caras (en su poema “Jano, el farsante” nos sentencia: “[…] ayer, mañana y siempre hoy, / os estaré engañando”), de la noche y el frío, que son símbolos a lo largo de toda la obra. Como el murciélago, planeando sobre nuestras cabezas.

En el primer poema extiende un ruego a su admirado compositor Franz Josef Haydn: “[…] no nos olvides nunca desde tus claras notas”, buscando la reciprocidad en el recuerdo, rescatándolo de su noche que aún nos ilumina, y soñando hacer de nuestro mundo aquel palacio que nunca tuvo y siempre mereció. En la página titulada “Pie forzado” anuncia: “Y la noche caerá sin que baste lo oscuro”. Pero lo oscuro no es tan oscuro si escuchamos la reflexión del autor y aprendemos a reafirmarnos en nuestras fortalezas emotivas; si aprendemos a mirar al murciélago con los mismos ojos con que miramos a cualquier ave que vuela en la mañana, aun sabiéndonos “[…] víspera luna de los relojes muertos“.

“Estancia en Occitania”

“Occitania” es el poema que abre este apartado. Los versos que lo componen sirven para elevar la figura del trovador: “[…] No podían saber / que en la tierra de nadie / se hace viento y perdura y se ennoblece / el trovador”. La elección del verbo “perdurar” nos resalta la eternidad del arte. En esta misma pieza aparece la poesía personificada en la mujer que ama: “[…] No podían saber / que la mujer que amo / resucita en mi pecho a cada instante / la Occitania”; también en la página titulada “Linaje de tus ojos”: “¿Cómo añadirle versos a un perfecto poema? / […] Bastará con decirte / que el brillo de tus ojos / latía ya en las ramas de los árboles / bañadas por el sol / exactamente el día que mi infancia / salió del hospital / sabiéndose salvada, / pensando porvenir […] / […] Por eso amo tus ojos: / mi más hondo poema. / Secreta estirpe de mi vida”. En “Cartografía y quiromancia” Antonio Daganzo nos muestra la sorpresa ante el descubrimiento de la poesía, en este caso simbolizada con dos manos (“Qué sorpresa tus manos / la feroz nervadura”), para concluir con los siguientes versos, donde nos deja patente su entrega apasionada a la lírica: “[…] Para la quiromancia, / en la línea más honda de la urdimbre, / justo donde perdura / el pedazo más sabio de aquel tronco, / grabé mi nombre a fuego”. Del mismo modo lo refleja en “Espiral”: “[…] Dibujo con mi vida. / Y me escucho las manos / y me cumplo por dentro, / forjando para siempre / en espiral / el alma que en la boca me besaste”.

Finaliza este apartado con un poema concebido en homenaje al trovador Jaufré Rudel, evocando aquella leyenda del amor lejano con Hodierna de Trípoli: “Dama de mis canciones / y mi muerte: / tras el largo viaje hasta tu encuentro, / ahora comienza la verdadera vida. / La que vas a vivirme en tu memoria”. Como el autor vive en su memoria a tantos héroes.

“Focos de resistencia”

La escritura es el arma que el poeta esgrime para resistir: “Aquí te tengo, / escrito a mano, / y así te llamas manuscrito, y lodo y alma”; “[…] qué te puedo decir sino que me recuerdas / un campo de batalla al caer los cuervos […]”. Entre los versos de estos “Focos de resistencia”, Daganzo enfrenta los verdaderos valores como son el amor, la verdad o la dignidad, además de la memoria contra la opulencia y todo lo banal o superficial. Cabe destacar la página que lleva por título “Elogio de Alejandra”, un bellísimo homenaje a otra de sus heroínas, la poeta argentina Alejandra Pizarnik: “[…] Preguntaste qué harías con el miedo, / y nos legaste, / así, / la flor inverosímil de nuestras pesadillas […]”.

Dioses piadosos”

He aquí un canto a la vida y a la memoria, porque el autor es capaz de despertar del sueño eterno a la compositora Lili Boulanger y sentarla a su lado, en su casa de Madrid; delicadísimo poema en cuyos versos manifiesta a Boulanger el deseo de abrazarla hasta arrancarla de su temprana muerte “[…] y que fueras en mí / toda la eternidad que me regalas / en cada resplandor, / mi amada amiga”.

También recurre a la memoria de sus amados inmortales y se reafirma en su sensibilidad: “[…] y este bendito don de lágrimas / habrá de protegerme, / a través de la historia, / del ardiente metal, / de los sables al rojo / que la vida, / inapelable y dura, / deslice por mis párpados”. Porque esa sensibilidad le dota del poder de convertir en inmortales a aquellos héroes recuperados por su memoria, su gratitud, su admiración, su mirada dulce, su don de lágrimas, su empatía.

El poeta desearía llegar a ser aquel cantor en la noche (“[…] cantor nocturno y cierto”), para poder sentir, al rozar quizá el horizonte, que “[…] la barca parte ya. / Que sea suave el viento, benigna la memoria. / Y que en la luz vivamos”. Porque, finalmente, aspira a esa eternidad de la que gozan sus dioses piadosos: “[…] creed ahora en mi palabra, / dejadme ser / vuestro piadoso dios un día: / llorad, purificaos, / que habréis de regresar mejores.”

Antonio Daganzo, en este hermosísimo y delicado libro de poemas, dirige una mirada de gratitud y de admiración a las artes, en un recordatorio perfecto de que todo es efímero pero el arte permanece para siempre. Es el dios al que venera a lo largo de toda esta obra; por eso nos propone libar de esa eternidad, la única que supera el desafío de la vida, para que consigamos un presente algo más dilatado y pleno.

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