Cuando nos detenemos ante una obra artística es porque algo ha llamado nuestra atención. Algo diferente. Un fenómeno de extrañamiento captura nuestra mirada y hacemos una parada con el deseo de poder comprender la obra, o quizás simplemente de poder contemplar esos matices que la hacen única. No tiene que ser bella, pero sí es única, singular.
En ese momento se detiene el tiempo y toda nuestra percepción se focaliza en una sola dirección: adentrarnos en la obra, sentirla, saborearla. Todo el campo de alrededor se difumina. Y nuestra presencia se centra en aquello que tenemos frente a nuestra mirada. Mirar requiere esa parada y la intención de penetrar en la historia que nos cuenta esa obra.
Hablamos de una mirada contemplativa donde nos sentimos fluir mientras el tiempo desaparece. Los dibujos y pinturas, las esculturas, las construcciones arquitectónicas pueden deleitarnos con sus formas y su colorido; la música con las múltiples combinaciones de melodías nos ofrece la posibilidad de una escucha diferente; la danza como unión de movimientos con sentimientos y emociones; la poesía y la narrativa con su provocación del relato escrito o contado, nos trasporta al paisaje de la imaginación o el recuerdo.
Hablamos de mirar y creemos que estamos viendo. Porque para ver se necesita poder mirar, y para mirar se necesita la presencia. Esa fuerza que te atrae y te trae hasta la obra artística creada, aquí y ahora para mirarla. No siempre miramos, no siempre vemos.
Nuestra vida mecanizada nos introduce en una rueda vertiginosa que nos impide salir y contemplar cada experiencia. Por eso el arte es un medio para hacernos sentir la presencia en nuestra vida; nos lleva y nos mueve en otra dirección. Aprendamos a mirar la vida. Aprendamos a detenernos y salir de la rueda que nos hace gastar el tiempo, nuestro tiempo.
Cuando incorporamos esta mirada que nos hace presentes, podemos saborear la vida desde otras formas. Así podemos trasladar la contemplación a todo lo que se hace o se vive en cada momento ya sea el trabajo de cada día, un café con una amiga o amigo, estar frente o junto a un hijo o una hija, ver a las gentes pasear por las calles… permitiéndonos el disfrute del momento.
La presencia conlleva el deseo de estar, de percibir, de desmenuzar y contemplar los instantes de la vida. La palabra presencia evoca lo presente. Presente en el tiempo y presente como regalo. Porque cada minuto de nuestra vida es un regalo que nos ofrece posibilidades de percibir y contemplar “al otro”, de ser conscientes de que caminamos el mismo camino con distintos pasos en distintos momentos, pero que podemos encontrarnos y detenernos a conocer, a conocernos.
Quizás la vida está hecha de encuentros y desencuentros que se nos graban y nos impregnan de las experiencias vividas. Quizás está construida con los recuerdos que nos moldean según cada persona con la que intercambiamos nuestras miradas y con los momentos futuros que deseamos y esperamos que lleguen.
Quizás toda una vida se conforma de los momentos en los que detuvimos nuestra mirada, sobre todo nuestra mirada interior. Quizás…
Enviado por José Antonio Sierra