Dentro de la loable y verídica corriente existente en Hispanoamérica que comienza a defender el notable que supuso la llegada de los españoles, hoy les presentamos un volumen sobre la relación virreinal entre los Incas y la Conquista del Perú por los españoles. El autor es un peruano, que tiene una importante bibliografía sobre la tierra en que nació, ya que es candidato a doctor en Humanidades y Cultura, Rafael Aita, en Lima en el año 1982. «Los Incas Hispanos busca reivindicar la historia de los descendientes Incas durante el Virreinato del Perú, injustamente relegados de su papel protagónico a pesar de ser la amalgama fundamental para unir dos mundos durante tres siglos. Eran aquellos que llevaban con orgullo la corona del Inca y al mismo tiempo el escudo de armas otorgado por Castilla. Fueron los principales aliados de la corona española en Sudamérica e incluso algunos de ellos lucharon por España en la misma península. Son los que unen las historias de España y Perú encarnando el ideal de Isabel la Católica y sus sucesores: “la unión de todos los pueblos y razas bajo el mismo idioma, las mismas leyes y la fe católica”. Un ideal que el mundo de hoy necesita recordar más que nunca». La obra termina con una importante y esclarecedora bibliografía. Dos correcciones necesarias e historiográficamente rigurosas, la primera estriba en que el escudo de las armas otorgado por la Corona de España no es el de Castilla, sino castillos y leones alusivos a los Reinos de Castilla y de León. Y en segundo lugar no existe la Corona de Castilla en ninguna circunstancia, ya que la titulación regia es la de Reina de los Reinos de Castilla y de León, así se define a sí misma la Reina Isabel I “la Católica”. Cuando Húascar, que era el hijo de Huayna Cápaz, asumió el mandato de, en el lugar de su padre; al no haber sido nombrado por su padre, se vio obligado, psicológicamente, a la búsqueda o cuanto menos el intento de obtener o conseguir la necesaria legitimidad. Húascar sería el 12º emperador de los incas; por haber sido uno de los 200 hijos reconocidos por el anterior emperador, su padre, ya citado. La viruela, en 1527, le conduciría, sin solución de continuidad a la tumba. En este momento otro de sus hermanos, Atahualpa, es el comandante del ejército, algo que el nuevo emperador reprueba, por lo tanto ordenó a su hermano que se presentase ante él en la capital incaica, el Cuzco, algo que Atahualpa no estaba dispuesto a realizar, ya que desconfiaba del nuevo Inca, porque pensaba que lo iba asesinar como había hecho ya con algunos de sus otros hermanos. “Si Atahualpa pensaba sublevarse ante su hermano, o si fue la paranoia de Huáscar quien finalmente provocó la sublevación de Atahualpa es un dilema difícil de resolver. Lo cierto es que se dieron todos los elementos para que ambos hermanos entren en una guerra fratricida que desangraría al Imperio Inca. Atahualpa reunió a los pueblos norteños bajo su mando y aquellos que se aliaron a Huáscar, como los cañaris, fueron cruelmente castigados. Tras unas victorias iniciales de Huáscar, Atahualpa revirtió el curso de la guerra gracias a audaces estratagemas de sus generales, quienes lograron capturar a Huáscar, ingresar a Cusco e infligir terribles castigos contra los huascaritas. Según las crónicas, todos los hijos de Huáscar fueron asesinados frente a sus ojos, incluso aquellos no nacidos fueron arrancados del vientre de su madre, mientras Huáscar fue encarcelado a la espera de la llegada de Atahualpa a Cusco”. Como Atahualpa había conseguido derrotar, ampliamente, a su hermano, ya llegó a la convicción de que tenía el camino expedito para llegar hasta la capital imperial del Cuzco; pero, en este momento histórico recibe la noticia, que le resulta extraña y preocupante, de que han arribado a sus costas unos hombres profusamente barbados, y montados en una especie de casas de madera. El nuevo Inca tiene un deseo ferviente de conocerlos y se dirige a entrevistarse con ellos en Cajamarca. Ya tenemos a los dos adversarios frente a frente, el europeo, es español y extremeño de Trujillo, llamado Francisco Pizarro. Este conquistador tiene una amplia experiencia militar, desde los 20 años ya estuvo en los Tercios españoles de Flandes, luchando y aprendiendo arte militar con el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. También combatiría en Calabria y en Sicilia antes de marchar a Las Indias. “El año 1502 llegó al nuevo continente en la expedición de Nicolás Obando y de 1519 a 1523 fue encomendero y alcalde de Panamá, antes de emprender la empresa por la que pasaría su nombre a la Historia”. Cuando el capitán extremeño llegue a Cajamarca se llevará una impresión fuera de serie, por la categoría impresionante de aquella ciudad, que estaba muy por encima de muchas europeas, ya que poseía una importante serie de imponentes edificios de piedra, entre ellos destacaban el Templo del Sol, el Palacio del gobernador o señor de Cajamarca o palacio de Cuismanco, y otros muchos más. La plaza mayor era mucho más grande que muchas de las que Pizarro habría conocido en las Españas. “Pizarro sabía que se enfrentaba a aquel gran señor con los números en contra, pues contaba con menos de 200 soldados bajo sus órdenes. Ante un ataque del Inca, su pequeña expedición sería aplastada por el ejército de Atahualpa. Al mismo tiempo la coyuntura jugaba a su favor, pues el Imperio Inca estaba dividido y no todos reconocían la autoridad de quien consideraban el cruel hermano usurpador que aún no se había coronado en Cusco”. Tanto entre los mexicas como entre los incas, aquí estaba el quid de la cuestión, y que era el enfrentamiento fratricida que existía entre las diversas gentilidades indias. Los españoles también solían tener enormes y sangrientas rencillas entre ellos, pero en este caso refrenarían sus muchas diferencias en pro del bien común necesario de domeñar y colonizar a aquellos dos imperios, tan complicados y elaborados. Estamos ante una obra, monografía exquisita, de más de 100 páginas, abigarradamente documentada sobre esta colisión violenta de intereses; que, no obstante, en el caso incaico benefició a otras tribus quienes siempre consideraron a los españoles como liberadores, ya que el sometimiento de estos pueblos a la dictadura tiránica del Inca sería muy grave. Se lee este libro con gran fruición. Una Cajamarca total y absolutamente vacía espera a Francisco Pizarro, ya que el Inca habría ordenado a toda la población que saliese. La entrevista entre Hernando de Soto y el Inca es demostrativa del concepto divinizador que tenían, tanto el Emperador Inca Atahualpa como el mexica Moctezuma. En suma, estamos ante una obra que, recomiendo, y muy necesaria para desfacer entuertos, que, de forma inculta crecen en las Españas y en las Américas con la falsa Leyenda Negra, aunque ya existen historiadores que defienden lo obvio. «Magnus ab integro saeculorum nascitur ordo. ET. Hoc voluerunt». 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