LA PIEDRA ESQUINERAPor MAQUE
La casa era una pequeña construcción rectangular de adobe y ladrillo con varias estancias, cocina de chimenea y banco corrido. Un distribuidor con botijo y unas escaleras precarias que conducían al "sobrao". El sobrao igual servía de campo de juegos como de almacén del forraje para los animales. Algunos aperos de labranza y enseres varios componían su espacio. El retrete era un añadido exterior que formaba parte del patio, con un pozo, unas cochiqueras, algunas gallinas y conejos y a veces un pavo que tenía los días contados. El pequeño huerto abastecía de productos de primera necesidad. Las flores también tenían su lugar, pequeños rosales y hortensias, pensamientos y geranios. Un gran toldo y unos bancos de madera hacían de aquel pequeño jardín un lugar acogedor donde las charlas y chascarrillos amenizaban las sobremesas y tertulias nocturnas cuando el tiempo lo permitía. Un matrimonio de tres hijas, un varón y dos perros componían el paisaje familiar; gentes sencillas. En el exterior, una gran piedra esquinera ocupaba gran parte del callejón con salida a ninguna parte. Aquella piedra esquinera que ocupaba el espacio entre calles servía de asiento a las tres hermanas mocitas y sus jóvenes vecinas. Las risas, los chismes, las confidencias y las pipas otorgaban al lugar un velo de complicidad. Pero los tiempos corrían revueltos. Sonaban campanas de guerra. Los mayores temían lo peor. Los jóvenes disfrutaban de su tiempo. Y lo más temido llego. La nación se partió en dos. Unos tomaron una dirección, otros la contraria. Él partió y nunca regreso. Ella tiro "palante". Con sus tres mocitas y el varón. EL ABUELO Él volvió, ¿nadie lo supo? Pasado un largo tiempo, volvió. Algunas cosas ya no eran remediables. La pequeña casa había sido traspasada. El traspaso estaba firmado por el cabeza de familia, él, que, en aquel entonces, en aquellas fechas no existían ni se tenía conocimiento del dónde ni el cuándo. Su mujer no supo de su regreso. No era lo que le habían aconsejado. No lo debía hacer, las cosas aun no estaban para mucho revuelo, pero una fuerza mayor empujaba sus pasos hasta lo que antes había sido su casa, su hogar. Había tratado de hablar con el nuevo propietario. No fue posible. El derribo había comenzado. Lo vio al fondo, donde él había criado sus perros y conejos, allí estaba, le conocía. Como siempre en actitud pavoneante y paleta. Él también la vio, noto su nerviosismo, la sorpresa. Retrocedió unos pasos. El pantalón le llegaba más arriba de la cintura, donde la camisa azul oscura, remetida, dejaba ver el rebullo provocado por una barriga sin complejos. -Tenemos que hablar. Estoy aquí. -Aquí, pero ¿cómo? -Ya lo ves, Tenemos que hablar. ELLA. La nueva finca se terminó de construir. El terreno era un gran terreno. La cedieron un espacio mínimo donde le construyeron una casa de juguete con retrete incorporado a la cocina. ¿No dejarían a una... viuda... y a sus hijos en la calle? Tuvo que dar las gracias. No había otra. La gran piedra esquinera donde antaño hubo confidencias y risas siguió ocupando su antiguo emplazamiento. Hoy en día ahí sigue, forma parte de un nuevo edificio de varias plantas, que se construyó sin desplazar o mover la peculiar roca o pedrusco. No es un meteorito ni un resto arqueológico, pero ha superado el tiempo. ¿Qué misterio oculta? De él, mi abuelo, nadie nunca supo nada. Noticias relacionadas+ 0 comentarios
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