Leí por primera vez a Lagercrantz hace ya más de diez años cuando cayó en mis manos la biografía que escribió sobre Zlatan Ibrahimović, el futbolista sueco de origen bosnio-croata. Después coincidí con él, en 2017 en la antigua cárcel de mujeres de Segovia en la presentación del libro “El hombre que perseguía su sombra”, el quinto volumen de la saga Millennium. Tuve la ocasión de hablar largo y tendido con él y desde entonces tenemos cierta rivalidad futbolística. Él es del Barça y yo merengue. No nos podíamos poner de acuerdo sobre el fútbol.
Ahora, con su segundo volumen que tiene como protagonista a esa pareja de investigadores, he vuelto a disfrutar de su narrativa. Desde la caída del Muro de Berlín el mundo ya no es el mismo. La Unión Soviética se desmoronó, pero su demolición sigue muy presente en nuestro imaginario. Los soviéticos siempre eran los malos de las películas y de los libros; por extraño que parezca, siguen siendo los malos. Los rusos han ocupado su lugar y muchos provienen de la antigua KGB, que en 1991 pasó a mejor vida, siendo sustituida por el FSB; siguen siendo los mismos perros, pero con diferentes collares. A los rusos, se unen ahora los húngaros. El malo de la novela es de procedencia magiar, Gabor Morovia, un archicriminal de los peores, y enemigo a muerte del protagonista, Hans Rekke.
En esta ocasión, el título de la novela dice mucho sobre la trama. Comienzo en el pasado infantil de Rekke y nos da muchas pistas sobre a qué se va a enfrentar en esta ocasión que, además, le pilla en horas bajas. El quid de la novela nos lo da Claire Lindman, empleada de Morovia que desaparece en extrañas circunstancias. Todos la dan por muerta, pero la realidad en muy diferente.
David Lagerkrantz es un genio manejando los saltos de tiempo. En un mismo capítulo podemos encontrarnos en tres dejadas diferentes, la de los noventa, la de los 2000 y en 2010. El hilo argumental salta de la investigación de Rekke, a la vida de Morovia o a la de otros personajes secundarios, como pueden ser la hija y el hermano del primero, o al hermano de Vargas. Secundarios sí, pero que tienen una importancia decisiva en el desarrollo del thriller.
El autor sueco sabe manejar a la perfección estos saltos temporales y, también, los saltos de las varias tramas que se dan en la novela. El lector tiene que estar muy atento a estos giros en el tiempo y en el espacio porque no toda la trama se produce en Suecia, también viajamos de la mano del autor a diferentes países de Centroeuropa. Mención a parte se merece el escenario de Normandía, en la celebración del 60 aniversario del desembarco de las fuerzas aliadas. El acto de homenaje se llevó a cabo en la localidad francesa de Arromanches. Tanto George B. Bush como Jack Chirac y un siempre escurridizo Vladimir Putin son protagonistas útiles en este pasaje de la novela.
Lagerkrantz mantiene siempre la tensión con esos cambios que hemos apuntado más arriba. Los diálogos son ágiles e inteligentes cuando los protagonizan Rekke y Morovia. El pasado es muy importante en el comportamiento de estos dos protagonistas y algo menos en el caso de Vargas.
Sólo ponemos un pero a la novela, y es la traducción, en mi opinión demasiado apresurada y que no conecta con nuestra idiosincrasia. Muchas expresiones nos parece que no concuerdan con nuestra cultura.
He dejado para el final el leit-motiv de la obra, que no es otro que la venganza y, que en próximas entregas, volveremos a ello. Como pasa en las novelas de James Bond, el malvado tiene más vidas que un gato y siempre cae de pie. Aquí, Morovia hace que ese esquema sea inalterable. El autor nos abre las puertas hacia una continuación más sorprendente que la que hemos vivido con él en todas sus páginas. Sigue siendo un autor fiable y sorprendente que nos dará muchas alegrías en el futuro.
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