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Pablo del Río
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Pablo del Río (Foto: Javier Velasco Oliaga)

Entrevista a Pablo del Río: “Los crímenes escabrosos no añaden dramatismo a una novela”

Autor de “Ocho jueves”

miércoles 31 de julio de 2024, 17:16h

El escritor palentino Pablo del Río acaba de publicar “Ocho jueves”, la novela es un thriller sobre diversos acontecimientos que ocurren en los Picos de Europa, pero todo se complica cuando encuentran, unos montañeros, un esqueleto en una cueva. El misterio está servido y el autor no hará otra cosa que ir complicando la trama con una serie de giros inesperados que sorprenderán al lector.

Pablo del Río
Pablo del Río (Foto: Javier Velasco Oliaga)

Quedamos con el autor en una cafetería de Princesa y allí le bombardeo a preguntas sobre su nueva novela. La primera es por qué los escritores de novela negra eligen el norte de la península para sus tramas. “Para este tipo de novelas, el sur no es atractivo. Sin embargo, Navarra, Galicia, el País Vasco o Cantabria son escenarios a los que la naturaleza dotó de un poder especial, la niebla, el frío, la lluvia… las zonas rurales son pueblos pequeños -por el sur son prácticamente ciudades-. La cornisa cantábrica es atractiva para montar historias, luego está la parte sociológica, son pueblos pequeños que suscitan una temática de western de familias contra familias… Todo eso es muy atractivo”, cuenta como esos caballos salvajes que hay en esa zona del país.

Él es originario del norte de Palencia, que linda con Cantabria. “Tenemos muy trillada toda esa zona, además, me gustan las montañas. Conocí los Picos de Europa con 11 años, me hice la ruta del Cares, que apenas tenía turismo, conocí Riaño, el desfiladero de los Beyos, Sajambre hasta Cangas. Esa zona es muy salvaje y llegan pocos visitantes por allí. ¿Qué mejor zona para escribir una novela?”, se pregunta el autor.

Sus crímenes no son muy tétricos, “no me gustan las vísceras, me gusta la literatura tipo J. D. Barker, autor de El cuarto mono, él escribe a martillazos, textos cortos, me gustan esos autores… no me gusta lo escabroso porque, llevados por el mundo audiovisual del que yo he venido, mi estilo es ese, ritmo alto y no pierdo mucho tiempo en las descripciones. No me gustan los crímenes escabrosos porque creo que no añaden dramatismo a la historia. Es más dramática la moralidad. Tiene una estética más depurada. Mis historias nos pueden ocurrir a cualquiera de nosotros. Lo que sucede es algo que no se sale de lo normal. Prefiero esa crueldad que sobreviene cuando los personajes se ven contra la pared, en situación límite. Son personajes que no habían pensado en matar, pero en una situación límite entre sobrevivir o no sobrevivir, que me pillen o no me pillen; es más fácil elegir el mal que el bien, pero no por la naturaleza atractiva que tiene el mal”, cuenta con convicción.

“Otra cosa que nunca utilizaré -lo mismo que no utilizo las escenas escabrosas-, son los asesinos en serie, porque no te proporcionan ningún dilema moral. Lo único que me proporciona es un juego mecánico, dialéctico ente poli y asesino, como hemos visto en muchas series; un pulso. Hay autores que hacen muy bien lo del poli listo y asesino aún más listo que se escabulle… Novela pulso-policía-malvado, pero malvado por una enfermedad de su pasado, sobre todo en la infancia, o un trauma… En las novelas de Nesbo, se justifica todo. Así que yo prefiero no escribir sobre psicópatas o asesinos en serie, ni amnesias que me facilitan luego la labor policial… Yo me voy a lo más natural, a lo más convencional, a historias que nos pueden pasar a nosotros. En Ocho jueves son reacciones; alguien, cuando se ve contra la pared, reacciona de una forma que nunca imaginaba pero que está programado para hacerlo. Son pulsiones, más o menos controladas; son pulsiones, no traumas. Me voy a situaciones normales, convencionales, con personajes normales”, analiza Pablo del Río.

“He querido experimentar con los investigadores, he metido a la guardia civil y a la policía en el mismo saco”

En “Ocho jueves” hay muchos sospechosos, la mayoría se van quedando por el camino. “No me gusta maquinar nada -salvo un personaje que es muy maquiavélico-, todos los demás son muy normales. En la novela he querido experimentar con los investigadores, he metido guardia civil que investiga el cadáver que aparece en las cuevas, policía que investiga la operación quirúrgica que le hacen al tenista, dos cuerpos policiales diferentes, con subtramas distintas y Adolfo, mi personaje emblemático -en primera persona, como Rosana- que llega de una forma totalmente convencional”, sostiene.

“Mi protagonista es un personaje totalmente primario, pero él vive feliz así, al no tener un trabajo típico me daba mucho juego para jugar con él, para moverlo de un sitio a otro. La tercera subtrama surge porque coincide con una persona con la que se cruzó en su pasado. Esto es muy cinematográfico, tres subtramas que van avanzando en paralelo, con el lector desorientado, que se pregunta qué narices tiene que ver un cadáver de hace años de un montañero, con un tenista que le han dañado un nervio para que no juegue, y luego Adolfo con una historia de su pasado… Subtramas que avanzan progresivamente hasta que se engranan unas con otras para llegar a un desenlace. Era experimentar y tocar un terreno nuevo respecto a Doce abuelas”, nos avanza el autor.

Respecto a sus personajes, pasa olímpicamente de su vida familiar o de su labor profesional mecánica. “Me centro en los personajes principales, que son los montañeros, los guías, la novia, Adolfo, Rosana, su familia…, me parece un núcleo muy interesante porque era una familia feliz que se empieza a desmoronar; eso es lo que me interesaba, aparte del juego investigador asesino-malvado; aparte de cuadrar el puzle, contar una historia familiar. Siempre procuro contar una historia que sea veraz y que sea auténtica como el sufrimiento de una familia”, expone Pablo.

Para ir acabando, hablamos del tema principal de la novela. “La lealtad es el tema de Ocho jueves, interpretada de una manera maravillosa por Marcos y Germán y mal interpretada por la cuadrilla. Lo mejor de la historia es la lealtad de German que parece que es el malo. Le echan la culpa de que ha desaparecido su amigo. La policía persiguiéndole… ahí lo retuerzo. Todo esto tiene un final feliz porque el vínculo entre los dos se mantiene hasta el final. Y luego los chicos, esa lealtad de defiendo a mi amigo porque es mi amigo y que lleva su castigo, muy cruel. Diego, Nico… Esa historia ha plasmado bien la doble interpretación de la lealtad”, dice.

Cuando escribes literatura, la dicotomía entre el bien y el mal se difumina

“Cuando tú escribes literatura, la dicotomía entre el bien y el mal se difumina, vivimos en historias convencionales, vivimos en un mundo de grises… cuando escribes género negro tienes que recrear un poquito, en la parte malvada de los personajes, para enfatizar que realmente el mal existe. Es algo que te da la novela negra y que no te da la literatura convencional que cuenta historias normales; aquí marcas más territorio entre el blanco y el negro y tienes que decantarte por delimitarlo. Aunque haya seres grises, saber dónde está el mal y dónde está el bien, y el bien tiene que triunfar, aunque a medias, porque el mal está hecho. La novela negra me da la oportunidad de jugar a la dualidad moral. Aquí tenemos personajes que me permiten ilustrar la maldad muy claramente. También el mundo de la víctima. Víctima, doblemente víctima, que es lo que pasa en España con la justicia, porque nunca al delincuente se le aplica la pena que se debe. Ese mundo me parecía muy interesante recrearlo, el bien y el mal”, finaliza el escritor palentino.

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