LA HORA Y MEDIA DE “EL CLUB DE LA COMEDIA”: Palabras abiertas al desenfreno

Por Alberto Morate

miércoles 24 de julio de 2024, 22:21h

Palabras. Palabras, palabras, palabras abiertas al desenfreno, a la observación, al chascarrillo y al chiste directamente, palabras de sardónica crítica, de nuestra sociedad, de nosotros mismos, de ellos mismos.

Cuatro humoristas más una presentadora, también cómica, a través de sus monólogos ácidos y chispeantes, nos ponen en solfa la forma de comportarnos, las costumbres, las relaciones personales llevándolas al límite.

Nos hablan de los jóvenes actuales y sus peculiares formas de hablar y sus músicos preferidos, nos cuentan de forma hilarante que, si nos descuidamos, esto se nos va de las manos, que hay que pagar por hacer pis en las estaciones de tren, que debemos ser nosotros los que resolvamos el intríngulis de una película y no digamos si nos dejan los famosos finales abiertos, que nos recuerdan que muchas veces vivimos, o nos hacen vivir, por encima de nuestras posibilidades, ¿quién?, cualquiera sabe, los nuevos neologismos y “gilipolleces” de un lenguaje entre el inglés, el castellano, el sánscrito o vaya usted a saber qué idioma inventado, de los hijos, que se salen de madre, de padre y de perrito que los ladre, y eso nos hace preguntarnos, ¿qué está pasando? ¿qué está pasando en esta sociedad abocada al desastre catastrófico de derrumbe ruinoso y desolado?

Pero… no es para tanto. Porque ellos, en este caso, porque en otras funciones pueden ser otros, La Cristina Molina, catalana, como maestra de ceremonias, y los comediantes Sergio Encinas, de Valladolid, no sé cuántos kilos de peso, Darío Mares, de Cuenca, que no tiene mar, pero él es puro oleaje, Jazmín Abuin, galleguiña, también cantante, periodista y muy graciosa, y Pedro Llamas, madrileño, (yo diría de Carabanchel, pero no lo digo porque lo ignoro y no quiero meter la pezuña), formador de otros faranduleros, nos hacen pasar en trance humorístico La hora y media de “El club de la comedia” que se nos transcurre como si fuera en media hora y para nada se nos hace eterno, sino ameno, cercano y socarrón.

Apenas hay aliento para tomar aliento, uno detrás de otro, al borde de un ataque jocoso, cachondo, ocurrente, e inteligente, a pesar de repetirnos, varias veces, “si es que estamos gilipollas”.

Tienen tablas estos chistosos con calidad de intérpretes o estos artistas con halo de charlatanes que, al fin y al cabo, es lo que es un monologuista, y no se ofendan, que es con cariño y devoción como los vemos los simples mortales que no somos capaces de reírnos ni de nuestra propia sombra; pero ellos sí, y lo saben, y cada uno en su estilo, aunque coincidan en temáticas en algunas ocasiones, nos hacen abrir los ojos a tamañas ridiculeces de nuestro vivir cotidiano, sedentario, burgués y sometido a reglas no establecidas por nadie, pero que ahí están, y las acatamos como dóciles ‘personas buenas de bien’ y educados en la modosidad imperante.

Hemos tenido suerte, porque todos, los cinco actores (actrices), nos han considerado público inteligente, avispado, (¿qué pasaría con una platea llena de asquerosos espectadores sin sentido del humor?) que las cogemos al vuelo, y aplaudimos sin denuedo, porque en un aspecto o en otro, nos sentimos identificados con lo que cuentan, porque nos enseñan a reírnos de nosotros, propiamente.