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"Las batallas de la Guerra de la Independencia", de J. J. Herrero Giménez

Ed. H.R.M. Ediciones 2022
martes 23 de julio de 2024, 17:16h
Las batallas de la Guerra de la Independencia
Las batallas de la Guerra de la Independencia
Estamos ante otro estudio, muy documentado, sobre cuáles fueron los enfrentamientos entre españoles y franceses en el territorio de las Españas del siglo XIX. Una Francia imperial dirigida por aquel personaje siniestro y autoritario, que tanto daño hizo a la Europa del momento. Era Napoleón I Bonaparte, el Emperador de los franceses.

La guerra genocida y de rapiña que las tropas del ‘Gran Corso’ desarrollaron en la Península Ibérica dejó tantas huellas de barbarie que, uno estima modestamente, que Francia no ha pedido perdón suficientemente. Destrozos de monumentos y ciudades, robos sin ambages de multitud de obras de arte. Como ejemplo paradigmático deseo indicar, sin ambages y sensu stricto, que las hordas de los musulmanes mamelucos del mariscal Jean-Baptiste Bessières utilizaron el templo-basílica de San Isidoro de León como pajar, y los sepulcros de los Reyes-Emperadores de León como abrevaderos de sus caballos, por lo que hoy es casi imposible saber a que monarca pertenecen los susodichos esqueletos. En la Catedral de León rapiñaron las vidrieras de la Pulchra Leonina que parece ser sí han devuelto, y así en el resto de las Españas.

«De una manera tan rigurosa como amena, en este libro vamos a estudiar las principales batallas que tuvieron lugar durante la Guerra de la Independencia, algunas muy populares como Bailén o Vitoria, pero también otras menos célebres, aunque igualmente importantes como Los Arapiles o la retirada del ejército de Extremadura. Veremos como al ejército napoleónico le parecía inconcebible el modo de luchar de los españoles que dinamitaban las leyes de la guerra; como se volvían a levantar tras los desastres como los de Uclés u Ocaña; como defendían cada calle, cada casa en los sitios de Zaragoza o de Gerona, demostrando un espíritu irreductible que, a la postre, les daría la victoria final en la guerra. Pero no solo nos detendremos en aspectos meramente militares, sino que vamos a contextualizar cada una de las batallas desde un punto de vista político y social, sin olvidarnos de sus protagonistas. Algunos de ellos sobradamente conocidos como Palafox, Castaños, Wellington, Soult o Suchet; otros prácticamente legendarios, como Agustina de Aragón o el Tambor del Bruc; pero también rescataremos del olvido a personajes fascinantes, más propios de una novela que de un libro de historia. En definitiva, un volumen que le va a sorprender en cada página».

Cuando los dos Borbones desastrosos del inicio del siglo XIX abandonan el poder para rebajarse ante el mando omnímodo de Napoleón Bonaparte, los españoles se quedan perplejos e irresolutos, ya que teóricamente no tienen dirección regia de ningún tipo. En ese momento histórico el ejército español, año de 1808, era el habitual en la época, y prototípico de cualquiera de los de los Estados absolutistas existentes en Europa; aunque era obvio que los altos grados de esas milicias estaban ocupadas por aristócratas, y algunos de ellos eran preclaros en el campo de batalla. Aunque ya otro traidor de la peor calaña, aunque este con una inteligencia superior a la de los monarcas Carlos IV y Fernando VII, Manuel Godoy el ‘favorito’ de la Reina María Luisa de Parma, ya había pactado con el Emperador de los franceses que las mejores unidades de la milicia española deberían ser enviadas fuera de la Península para luchar como tropas aliadas o auxiliares junto al ejército bonapartista. Sea como sea, está claro que las tropas menos brillantes se habían quedado en las Españas, aunque cuando se produce el alzamiento hispano, esas tropas destacadas abandonarán a Napoleón para venir a luchar al lado de sus hermanos españoles. No obstante, todo lo que unió a los españoles, grupo abundante de afrancesados al margen, entre otros se pueden citar a Goya y Jovellanos, fue una especie de patriotismo exultante, que incluyó a los hispanoamericanos, verbigracia San Martín, que aprendieron tácticas traicioneras para su ulterior independencia violenta de la metrópoli.

A pesar de ello, al inicio de la guerra el ejército español hubo de hacer frente a una serie de retos como, por ejemplo: la falta de oficiales para completar sus unidades, la falta de tiempo de adiestrar a sus tropas o la falta de dinero para hacer frente hasta a las más básicas necesidades de un ejército, es decir, alimentación, vestuario y armas. Un caso paradigmático es el de la caballería, donde no solo había que adiestrar jinetes para el combate, también se tenía que amaestrar a los caballos, lo que provocó que, en la mayoría de las ocasiones, las voluntariosas cargas de la caballería española resultasen más bien contraproducentes”.

En el caso de la otrora gloriosa marina española, que había surcado y conquistado los mares desde la metrópoli hasta Las Indias y las Filipinas había sido derrotada ampliamente, por la magistral pericia del almirante Nelson, en la Batalla de Trafalgar, quedando herida de muerte, al confiar su mando global franco-español a la ineptitud del almirante francés Villeneuve; por consiguiente, con estos mimbres navales, la marina quedó para siempre fallecida tras la Guerra de la Independencia. Entre 1808 y 1810, salvo en Bailén y en el Primer Sitio de Zaragoza las tropas españolas van avanzando de derrota en derrota sin solución de continuidad. Las batallas campales planeadas y presentadas por los generales españoles demuestran una importante impericia, y son derrotados con facilidad. No obstante, este comportamiento de caer con estrépito y tratar de levantarse de nuevo, provoca estupor entre los mandos franceses, que no han encontrado tamaño valor en ningún otro sitio de Europa. Entre 1810 y 1812 el gobierno español se reúne en Cádiz para promulgar la nueva constitución liberal, de las Cortes de 1812 ‘La Pepa’, del día 19 de marzo.

Se puede aceptar que, a pesar de su comportamiento muy poco respetuoso con los españoles, el nuevo monarca colocado por Napoleón Bonaparte en las Españas era, de forma indudable, el mejor con mucho de sus hermanos, si salvamos a Luciano, pero José I nunca comprendió que debería ser, si le era posible, independiente de su poderoso hermano. Por la guerra de España desfilaron los mejores mariscales de Francia, salvo Davout y Bernadotte; es decir: Lannes, Soult, Ney, Massena, Murat, Berthier, Marmont y Suchet. Pero, “No entendían cómo un ejército que sufría derrotas como las de Tudela u Ocaña se volvía a levantar una y otra vez”. Los militares franceses estaban desconcertados al observar cómo al sitiar una ciudad, esta nunca se rendía automáticamente como en el resto de Europa. En suma, estamos ante una obra más que interesante, que trata, muy pormenorizadamente sobre una guerra que todavía levanta polémicas, y que es preciso conocer. «Amicitiae nostrae memoriam sempiternam fore. ET. Ex nihilo nihil fit».

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