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"La última función", de Luis Landero

Tusquets Editores. 2024
sábado 20 de julio de 2024, 12:11h
La última función
La última función

Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948), tras recibir el Premio Nacional de las Letras 2022, publica La última función, su última novela. Dejando al margen bellos libros de carácter autobiográfico como El balcón en invierno (Tusquets, 2014), donde el autor cuenta su infancia y adolescencia, o El huerto de Emerson (Tusquets, 2021) –más centrado en la juventud–, para sus innumerables y fieles lectores, las obras de ficción de este pacense conforman un corpus narrativo de cuajada unidad reforzado por su talento literario y por un prodigioso dominio del lenguaje. Ello lleva a Landero a ser considerado como el gran maestro vivo de nuestra prosa (honor compartido, para quien esto escribe, con otro extremeño: el no menos excelso Gonzalo Hidalgo Bayal).

La publicación, en 1989, de Juegos de la edad tardía, supuso uno de aquellos –por desgracia hoy ya escasos– éxitos rotundos de un libro en España. La entusiasta crítica y los entregados lectores saludaron alborozados la llegada al ruedo literario ibérico (que siempre parece adormecido cuando es sacudido, al fin, por un libro rompedor) de aquel, hasta entonces, desconocido novelista Luis Landero. Las ediciones de su opera prima se han sucedido desde entonces: Juegos de la edad tardía se ha convertido en un clásico y su autor ha conocido la fama, tanto nacional como internacional.

Desde entonces diez novelas más, contando La última función, jalonan la magistral trayectoria narrativa del de Alburquerque. Otros títulos memorables suyos son Caballeros de fortuna (segunda novela que demostró que los laureles logrados con la primera seguían, que no fueron circunstanciales); El guitarrista; Hoy, Júpiter; y Absolución.

Así como sobre la obra del premio Nobel francés Patrick Modiano planea un tema principal: la necesidad del hombre de sacar su memoria de ese silencio en que el paso del tiempo la ha sumido (y el escritor despeja la neblina que silencia la vida de sus personajes para que el lector las entrevea a medida que avanza su lectura), en la de Luis Landero otro asunto, menos difuso, acaba entretejiendo sus novelas unas con otras. De Juegos de la edad tardía a La última función, en efecto, un reconocible –y por todos esperado– patrón recorre el espinazo de cada nuevo título; episodios originales que, dotados con tramas y personajes propios, nunca ligados, comparten un mismo aire de familia que identifica a ese corpus al que antes nos hemos referido.

¿Y cuál será esa distinguida sutura que ata este maravilloso lote de novelas? El choque de la quimera contra el desolado suelo es el hilo. En La última función el propio narrador lo anticipa: «los sueños que tarde o temprano acaban desembocando en la inmisericorde realidad, con todo lo que ello tiene de heroico, de lastimoso, de inútil, de cómico, de trágico y hasta de ridículo, según el sueño sea o no más fuerte que la realidad misma». Para añadir luego: «Y aunque se trate de un asunto viejo, mil y mil veces repetido, el sueño resulta siempre nuevo, porque cada vida humana lo hace suyo como si fuese cosa de estreno y nunca vista».

Para materializar los sueños está el afán. No hay personaje de inolvidable trascendencia parido por Landero que no esté dominado por el afán. El autor de El mágico aprendiz dispone de todo un ramillete de afanes reservado para repartirlo entre las miras más espirituales –mejor, artísticas–. En La última función hay afán en su protagonista, Tito Gil, dotado de una gran voz y loco por ser actor. Pero también lo detectamos en su profesor Ángel Cuervo, insaciable buscador de ese alumno genial que sobresalga entre la grisura de las aulas; en el periodista rural Quinito, quien durante toda su vida persigue lograr un estilo literario propio, o, incluso, en ese afán del electricista Rufete, a la espera de una oportunidad para cristalizar sus dotes de escenógrafo y músico.

Esfuerzos notables, y que duran existencias completas, se apoderan de otros secundarios de Landero. Ya no son afán, sino designios o propósitos para objetivos materiales, prosaicos. Los tenemos aquí en un novio de Paula –Blas– vehemente joven que persigue ser empresario de éxito con un plan de negocio importado de los Estados Unidos que combina panadería, bollería y pastelería y al que él añadirá platos combinados y una barra para las copas nocturnas…

Narrada en primera persona del plural por unos jubilados de San Albín (voz ya usada con pericia en Caballeros de fortuna), La última función disecciona un clima de encantamiento colectivo (que recuerda al de Bienvenido míster Marshall) con motivo de una representación teatral. Se trata del espectáculo litúrgico del Milagro y Apoteosis de la Santa Niña Rosalba en el que participa el pueblo entero. Revitalizándolo, para su edición de 1994, se pretendió que ese poblado de la Sierra madrileña lindante con Guadalajara y Segovia recuperara pasados esplendores y evitase su total desaparición por el abandono de sus vecinos, quienes, sin esperanza allí, emigraban masivamente a la capital.

Convencer a la cuarentona Paula para que interprete a la Niña Santa; los afanes incansables tanto de Tito Gil –factótum de la función– como de sus colaboradores Rufete y Galindo para seleccionar al elenco y dirigirlo; los multitudinarios ensayos, y la atmósfera de euforia en la esperanza de que la pieza revitalice al pueblo (y lleguen turismo y riqueza), se apoderan de La última función, «otra historia», resume el narrador colectivo, «que viene a contar el caso singular de un vano intento, de un sueño que, tras un gran momento de esplendor, acaba desembocando en la inmisericorde realidad».

La fractura de los deseos más queridos con la cínica existencia ha hecho de Luis Landero ese escritor de estirpe cervantina que nadie discute. Los lectores de TODO LITERATURA, en el capítulo final de La última función descubrirán –con sorpresas incluidas– donde desembocan los afanes que dominaron a sus protagonistas. Termino esta recomendación mía para el verano de 2024 con estas palabras que pronuncia Fonseca, lugareño de buen fondo algo desencantado: «Bah, todo es trabajo para nada. O como ya dijo el filósofo, la vida es un negocio que no cubre gastos».

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