Estamos ante una obra estupenda de La Esfera de los Libros sobre un problema sociopolítico siempre tan candente, que ha conllevado diversas y sangrientas guerras con los genocidios acompañantes. En la Europa del siglo XVIII, época de las revoluciones de los Estados Unidos y de Francia, es cuando tiene su origen el peligroso racismo; es la época de la Ilustración la que crearía una auténtica revolución en los gustos y en las convenciones estéticas e intelectuales contra, sobre todo, el cristianismo, y mayoritariamente contra la religión auténticamente verdadera, es decir el catolicismo. Con el pensador y filósofo francés a la cabeza, Voltaire, se calificó al cristianismo como sinónimo de una superstición proveniente de la época histórica de la Antigüedad. Para acabar con el cristianismo, estos autoritarios ilustrados, con el enciclopedismo a la cabeza, decidieron buscar sus apoyos entre los filósofos de la Antigüedad o clásicos, ya que creían que griegos y romanos les aportarían la solución doctrinaria para poder acabar con el cristianismo; no obstante, los cristianos se defendieron y consiguieron mayor aceptación entre las gentes. “El siglo XVIII fue también una época de fervor y renacimiento religioso. El pietismo, en el continente europeo, y el evangelismo, en Inglaterra, se extendieron en paralelo a la ilustración durante todo el siglo. Estos movimientos pusieron el énfasis en la necesidad de un compromiso cristiano emocional y sustentaron el anhelo de una verdadera comunidad en la noción de hermandad y en una ‘religión del corazón’. La tensión entre la ilustración y este cristianismo subyacente caracterizó gran parte de la centuria en la que nació y se promovió el racismo moderno. El racismo europeo se alimentó de ambas tendencias, a pesar de su conflicto. La Ilustración y el ambiente pietista y moralista imprimirían su sello por igual en el pensamiento racista”. Con todo ese bagaje, y muchos otros más, es obvio que el pensamiento arraigase en un Estado moderno, conformado desde hacía muy poco, ya que pocos años antes las naciones germanas tales Prusia, Baviera, Renania, etc., habían renunciado a su independencia colocándose bajo la férula y el poder de los prusianos. Para un pensador como Johann Herder (1744-1803) la naturaleza de un pueblo se expresaba a través del denominado como espíritu inmutable de los pueblos a través de la historia, el denominado como Volksgeist. Para este teólogo alemán la Historia era considerada como un árbol; siendo la raíz al árbol como la relación existente entre Dios y su creación. En 1787 escribía que los germanos habían constituido un muro de resistencia contra los romanos, fortaleciendo su carácter. Según él, los alemanes descendientes de esas gentilidades de los germanos poseían un espíritu heroico y una gran fuerza corporal: “su figura grande, fuerte y hermosa, sus ojos terriblemente azules… impregnados del espíritu de moderación y lealtad”. Que habría que decir de los diversos pueblos hispánicos que lucharon contra Roma, siendo la bravura y la defensa de su identidad inherentes a su Historia, tales como ástures, cántabros, carpetanos, bascones, berones, turboletas, layetanos, etc, luego acrisolada en una larguísima guerra de Reconquista desde el 711 hasta el 1492 contra el Islam. No obstante, Herder rechazaba total y absolutamente la clasificación de las razas, al no aceptar que existiese el más mínimo vínculo existente real entre todos los pueblos, y únicamente lazos culturales y de lenguas, lo que es indubitable para todos aquellos que utilizan un idioma derivado del latín o del griego: “Un mono no es tu hermano, pero un negro sí y no debes robarle ni oprimirlo”. A priori y ya en el siglo XVI, el ex-fraile agustino Martín Lutero ya era un antisemita convencido y, sobre todo, calificando a los judíos como deicidas, por haber incitado a los romanos a la crucifixión de Cristo-Dios. «Una pregunta clásica sobre el holocausto es ¿cómo fue posible la discriminación y el posterior exterminio sistemático de los judíos europeos en el seno de una sociedad culta y avanzada como la alemana? En este estudio pionero, George L. Mosse lo explica trazando el recorrido intelectual y popular del racismo y el antisemitismo en la cultura europea. Lejos de ser una aberración marginal y pasajera, o una creación de Hitler y sus seguidores, la cultura racista moderna, originada en la Ilustración, se apropió con éxito de todas las ideas y movimientos importantes de los siglos XIX y XX, incluidos la ciencia, el gusto estético, la moral de la clase media o el nacionalismo, y tuvo enorme influencia no solo en Alemania, sino en países como Francia y Reino Unido. Ante la incertidumbre generada por la modernidad y el pluralismo, el racismo otorgaba a cada individuo su lugar en el mundo, ordenándolo y haciéndolo inteligible. Cuando un moderno movimiento político de masas como el nazismo se hizo con el control del Estado alemán, en un país sacudido por la Primera Guerra Mundial y la inestabilidad, la tradición racista logró asentar las condiciones para la Solución Final». Curiosamente en el año 1815, tras la victoria de los prusianos sobre las tropas francesas del emperador Napoleón I Bonaparte, en la ciudad sajona de Leipzig, los judíos de la urbe asistieron a los servicios religiosos de acción de gracias junto a protestantes y a católicos, entonando un importante número himnos patrióticos junto a los cristianos. El profesor alemán de Oxford, Friedrich Max Müller (1823-1900) sostenía, de forma totalmente atrevida, que el vocablo ‘Ario’ era el de ‘labradores de la tierra’, por lo tanto, para este autor los eslavos también eran arios, ya que conformaban un grupo muy numeroso de campesinos europeos. El testigo lo recogerían los militantes e ideólogos del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSADP), quienes mirarían como arios hacia el norte de Europa, entre los escandinavos, descendientes de los vikingos, bien en Laponia o en Suecia. El 1 de abril de 1933 Adolf Hitler aprobó el boicot contra los negocios de los judíos en Alemania, aunque muchas empresas y periódicos de ellos quedaron exentos de esta acción. “… Hitler aprovechó la oportunidad para hacer avances contra los judíos en un frente aparentemente no relacionado: los abogados y jueces judíos fueron expulsados de los tribunales alemanes”. El Partido Comunista de Alemania que había colaborado, con los nazis, en la famosa huelga de 1932 de los transportistas de Berlín, había eliminado, radicalmente, ya a cualquier judío de su Comité Central. El SPD o los socialdemócratas alemanes llevaron a efecto el no proponer a judíos para cargos públicos en Weimar. Este aserto incontestable es para dejar claro el típico cinismo hipócrita germánico de comunistas y socialistas, que nunca defendieron a los hebreos alemanes, sino que los persiguieron y reprobaron. Todo lo contrario que los católicos anti-nazis. El resto está en este obra fenomenal y sobresaliente de La Esfera de los Libros. «Donec Bithynio libeat vigilare tyranno».
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