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"Fosfenos", de Enrique Villagrasa. Prólogo José Luis Rey

Huerga&Fierro Editores/Poesía, Madrid, 2024
miércoles 03 de julio de 2024, 17:16h
Fosfenos
Fosfenos
De la mano de la editorial Huerga&Fierro, en la colección de poesía “Graffiti”, se nos ofrece el último poemario del poeta y periodista Enrique Villagrasa. Un magnífico prólogo del poeta, traductor y ensayista José Luis Rey nos ofrece con toda exactitud el contexto para poder leer y disfrutar la poesía del poeta de Burbáguena (Teruel).

Con acierto, se centra el prologuista en la posibilidad de una poesía lárica enraizada en la dicha, acaso los “dioses primigenios del lugar, dioses de infancia” en un paradigma de azar y necesidad que con todo el poema y el ser se van entrecruzando y reforzando, no ya con su propia singularidad sino con el río Jiloca cargado de memoria y tributos a nuestro querido y añorado Jesús Hilario Tundidor, a José Hierro, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, Eliot, Gil de Biedma, Quasimodo, Antonio colina, Manuel Alcántara, Pound y una serie de poetas de Burbáguena así como referencias cervantinas o pertenecientes a la tragedia griega. Burbáguena será el brotar de versos nuevos, el espacio de la belleza, la esperanza de la memoria reafirmada en el recuerdo paterno explícitamente reseñado en un bellísimo poema titulado “La viña de mi padre”, pleno de resonancias cristalinas, fragancias, cantos, luces, en suma “en busca de perspectiva”. Cuatro capítulos conforman el poemario dedicado a Óscar Ayala que fue un poeta de primera dimensión, docente comprometido y director de la colección de poesía “Rayo azul” (responsabilidad que recae ahora en el autor de Fosfenos). En la nota final, tan emotiva como sincera, el poeta Enrique Villagrasa destaca que se trata de un “libro de libros muy descriptivo” que, en efecto, retoma el proceso de creación y de escritura, también de la lectura necesaria. Un ejemplo de fosfeno son los patrones luminosos que se ven al frotar los párpados con cierta fuerza, otro, sería la naturalidad con la que se entra en la poesía, una poesía “que es un juego de espejos en el misterio, del que no hay que separar obra y lector. Hay que transgredir los límites entre lo vivo, lo experimentado y la metáfora”. En este poema titulado “La poesía es un juego” se combinan los interrogantes con las admiraciones, la utilidad con la ciencia de las estrellas, en suma, germinan otras lecturas, otras perspectivas, otros fenómenos. Si bien, el poeta va organizando sus textos en cada capítulo de acuerdo con ese concepto de marcar la cotidianidad como fórmula plena de escritura, “canto y cuento es el poema” nos dirá. Al tiempo que el vacío estimula la palabra lírica, se pretende atrapar la palabra iluminada, casi sagrada, diríamos. Un cauce de lirismo reflexivo que enlaza belleza y sorpresa, sosiego tras la mirada que es el modo de tomar posición en el eje de coordenadas espacio temporales de la historia de la poesía. Villagrasa es un poeta elegante, sugerente, entusiasta, aunque aborde lo circunstancial. Así en el primer capítulo, “Qué”, discurre por entre ruinas, tiempos marginales, versos mendigos, fracciones, temblores, engaños, todo el abanico del día a día, el poeta ensaya la forma hermética del soneto para apresar la contradicción de las redes sociales, porque ciertamente “la poesía refleja nuestra propia circunstancia”. Con tanta ironía como saber estar el poema en cuestión titulado “Pasión y entusiasmo por las redes” se inicia con un profético y denunciador “Revélate”. Le dará paso para fijar “Cavilaciones”, el segundo capítulo, más allá de pensar escenarios diversos, magnificar su lugar personal de mitos y situar el propio poema en el centro, acaso en el origen de lo que será su trayectoria poética. El tránsito por el tiempo y los códigos que va descifrando, muestran claramente que “Cavilaciones” es una vía de conocimiento. Aquí los poemas no van titulados sino numerados y el que abre la sección nos corrobora nuestras consideraciones. “Al igual que el Jiloca busca el mar/el que esto escribe busca y persigue/su conocerse y conocer mejor lo propio”.

Cobra lo finito, lo vacío, lo vivido una dimensión presencial de primera magnitud ante la muerte. Este tercer capítulo “Cementerio de Burbáguena”, se conforma con poemas sin titular y sin numerar, porque son composiciones que podemos ensamblar a nuestra medida y antojos. Para el poeta, el folio en blanco deberá impregnarse de lenguaje y memoria.

El pacto autobiográfico se llena de secuencias y proyecciones tan diversas como universales: el amor, la literatura, la lectura, el incienso como ineludible símbolo de lo espiritual, las costumbres que van de la vendimia a los efectos de la pandemia y, un inevitable transformar de la materia y del tiempo.

La poesía como vía de conocimiento entraña un paisaje genuino, sin retórica, pero con fuerza expresiva, sin artíficos, pero con dinamismo escritural, configurando su discurso poético con todo el abanico de causas, efectos y consecuencias, la poesía como vida o la vida como poesía, en cualquier caso, el argumento literario para superar preguntas complejas e incorporar la lucidez, el sosiego en las encrucijadas y disgregaciones por donde hemos de caminar. Enrique Villagrasa nos enseña el magisterio del equilibrio, la razón creativa, lo introspectivo y lo metapoético, así como los dominios de la poesía concebidos como razón de ser del existir. De esta suerte, instaura una metáfora que debe beber de la tierra para mirar al cielo, con la fortuna del desdoblamiento que refuerza a todas luces la imagen del espejo y del espejo roto, como si fuera una esfera de alteraciones, variaciones, ritmos, arpegios y mudanzas, que también fue poemario de Enrique Villagrasa.

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