Desde el comienzo de la colonización de Las Indias Occidentales por la Corona de las Españas, siempre existió un enemigo a batir, del que separaba a los españoles el todo absoluto, desde la religión hasta la idiosincrasia sociopolítica, siempre Inglaterra. En el inicio de 1770, los españoles comienzan a sentir la presión realizada por los imperios que compiten con él, ahora, de los Borbones, y que son el de Inglaterra, siempre enemigo irredento de las Españas, y asimismo el de Portugal, que antaño formo parte, como Territorio Portucalense del Reino de León o Regnum Imperium Legionensis, y que desea apoderarse de las tierras de Hispanoamérica. Los colonos de las denominadas como ‘Trece Colonias’, que habían llegado en el Mayflower, cada vez estaban más en contra de aceptar los enormes tributos con que les explotaba, según su criterio, la orgullosa metrópoli. Londres pretendía que sus colonos abonasen nuevos impuestos, y de esta forma costear los gastos ajenos a las necesidades de estos americanos; lo mismo habían realizado en sus colonias asiáticas, donde sí lo habían aceptado, pero los americanos ya no estaban por la labor. Los colonos no estaban dispuestos a aceptar la condición de segundones con que eran considerados por Inglaterra. Querían y exigían estar en plano de igualdad, y por ello solicitaron a la metrópoli poder contar con representación propia en el Parlamento o Cámara de los Comunes. La petición no fue ni tan siquiera considerada por Londres, lo que conllevó que empezase a crecer una ola de resentimiento de los colonos hacia su metrópoli, el caldo de cultivo sería la inexplicable ingratitud londinense hacia el esfuerzo económico que realizaban, en pos de la metrópoli, todos aquellos seres humanos que defendían los intereses británicos, sobre todo los ingleses, en las Américas. «El reinado de Carlos III estuvo completamente mediatizado por la herencia recibida de su padre Felipe V, además de por la humillación a que el propio Carlos se vio sometido frente a la escuadra inglesa cuando era rey de Nápoles. Esa animadversión hacia Inglaterra marcaría su vida, sucediéndose los enfrentamientos contra esta potencia durante buena parte de su reinado. Los fracasos militares fueron la tónica dominante durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763). El Norte de África constituiría durante el reinado de Carlos III otro de los escenarios calientes. A la exitosa defensa de Melilla en 1774-1775 frente al Sultán de Marruecos, le siguió el estrepitoso fracaso contra Argel ese último año. No obstante, la diplomacia se encargaría de solucionar aquello que no habían logrado las armas. Mejor suerte tendría España frente a Portugal en el Río de la Plata. Carlos III lograría redondear sus triunfos con la conquista de Mobila y Pensacola, lo que le permitió recuperar el control total del Golfo de México. Para ello aprovechó la sublevación de las Treces Colonias frente a Inglaterra, enfrentamiento que terminaría con el nacimiento de los Estados Unidos y al que España contribuyó de forma decisivo. La isla de Menorca también regresó durante este conflicto a manos españoles, pero no así Gibraltar, ante cuyos muros se volvió a fracasar. En estos escenarios, enmarcados en la guerra con Inglaterra entre 1779 y 1783, se centra el libro que tiene en sus manos». Para acabar de complicar las cosas, Inglaterra decidió imponer unas nuevas medidas comerciales muy complejas y más que elaboradas, por medio de las cuales pretendía beneficiar a los comerciantes y mercaderes ingleses en detrimento de los homónimos de las colonias americanas. La más grave era aquella ley por medio de la cual los americanos estaban obligados a comprar productos ingleses, aunque los mismos se produjesen en América. Esto último los conducía, sin solución de continuidad, a la ruina total y absoluta, ya que estaban obligados a adquirir bienes de consumo innecesarios e inútiles, y que no necesitaban, en ninguna circunstancia, ya que ellos mismos los producían y disponían de los mismos. Estas presiones indeseables de la hacienda inglesa, obligaban a los colonos a ser el sostén de los intereses ingleses en otras regiones diferentes de las americanas, en este caso en Asia; tampoco podían defenderse, porque no tenían ni la más mínima representación en las Cámaras bien de los Lores o de los Comunes. “Estos primeros desencuentros provocaron que se exaltaran los ánimos de los habitantes de las ‘Trece Colonias’. No tardarían en producirse los primeros altercados de consideración entre los ingleses de la metrópoli y los colonos, dando comienzo ya en 1765. En varios puertos norteamericanos sus habitantes impidieron que los funcionarios británicos que se encontraban allí pudieran cumplir con sus obligaciones. Los altercados iniciales fueron acompañados por la suspensión, por parte de las autoridades norteamericanas, de la importación de todo producto procedente de la metrópoli. Esta última medida sí que suponía toda una declaración de intenciones frente a Inglaterra y la política que se estaba haciendo desde ella”. En 1768 los ingleses detuvieron al buque norteamericano ‘Liberty’ en el puerto de Boston. Los habitantes de dicha urbe se amotinaron y se produjeron enfrentamientos armados con muertos y heridos; lo que se repitió en el año 1770, cuando los soldados ingleses dispararon a los colonos, y murieron cinco, lo que la posteridad definiría como ‘La Matanza de Boston’. Tras las diversas escaramuzas entre ingleses y norteamericanos, con las distintas confrontaciones, esto finalizó cuando el Rey Jorge III de Inglaterra declaró, el 23 de agosto de 1775, a Nueva Inglaterra en estado de flagrante rebelión. Los americanos reaccionaron y estudiaron la posibilidad viable de independizarse del Imperio Británico; por ello, decidieron el 4 de julio de 1776 proclamar, por medio del Congreso, la independencia de los Estados Unidos de América con respecto a Inglaterra. Ahora era preciso el Lebensraum o Espacio Vital para esta nueva república, y la colisión inevitable y cínica lo sería con el Imperio de las Españas de Carlos III, olvidando los estadounidenses que los españoles los habían ayudado tanto o más que la Francia de Luis XVI y el marqués Gilbert de Lafayette. “Tan pronto se produjo la declaración de independencia de los Estados Unidos con respecto a Inglaterra, comenzó a quedar en evidencia la importancia que pasaban a adquirir los territorios que lindaban con la recién declarada nación independiente. Especialmente importante resultaba el territorio de la Luisiana, de cara a garantizar la seguridad del resto de territorios españoles del Golfo de México”. La Luisiana española era un territorio claramente estratégico para la nueva conflagración bélica que se iba a producir, sensu stricto, entre la Gran Bretaña y los Estados Unidos. “… la llegada de Bernardo de Gálvez a la Lusiana… Esta arribada lo cambiaría todo”. Estamos ante otro estupendo volumen sobre este tema americano, que recomiendo. ¡Bueno! Ut eo iure quod plebs statuisset omnes quirites tenerentur. ET. Si vis pacem para bellum». Puedes comprar el libro en:
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