¡He aquí un anecdotario (literario) sustancioso y emotivo! Tal vez, al menos en parte, así habrían de ser los libros. Aquí están lo humano, el paisaje, el viaje; buena parte de las emociones que les sustentan –unas expresas, otras sugeridas-; es decir, aquí está todo. “La letra, llena de patas, arriba y abajo, escrita a lápiz y con la fecha al calce: 27 de junio de 1962. El tiempo, siempre el tiempo, ¡un fastidio!” Por cierto, qué bien que alguien que se ocupa de los libros repare en la letra, en sus variadas formas –una nueva y emocional manera de reclamar la atención del lector-, tan minuciosas y distintas en su distinta gordura, estilización… En los libros, es cierto, tienen menos protagonismo formal, pero en la escuela fue siempre un signo de distinción. Hoy, sin embargo, ver cómo toman en la mano el lápiz algunos manualistas de las letras lleva casi a la desesperación: cómo es posible pretender dejar algo legible sobre una superficie en blanco acomodándose en gesto tan ‘violento’ mano y bolígrafo. Pero sigamos con el festín del libro: “El embajador hablaba bien español, pero con un fuerte acento balcánico, notorio, sobre todo, en la forma de pronunciar las eles, Hablaba en cámara lenta. De hecho, todo en la embajada ocurría en cámara lenta: la forma de hablar, de caminar, de apoyar la mirada en los demás” ¿Has escuchado, amigo lector? (se escucha, claro, al leer en un libro) Lees y todo adquiere un significado superior al de las letras desnudas, al menos aquí, en este fragmento, así ocurre: el hablar, el caminar, el posar la mirada… Un libro, bien leído –bien sentido por dentro de uno- es un cúmulo de secretos y sorpresas que roza lo infinito. Por eso, en un momento u otro, acudimos a él como compañía. Y puede que de tal afinidad no surja, de inmediato, la amistad, pero si surge será muy duradera, a buen seguro. “El solo hecho de estar en Grecia la sumergía ‘en estado de escritura. Ella misma se alquiló un estudio en un pequeño edificio blanco. Allí se quedaba encerrada hasta que cedía el sol. Entonces se iba al mar, daba una caminata, estiraba el cuerpo. A veces se sentaba en un café. Al bajar la intensidad de la luz volvía a su encierro/ -Yo, por mí, ya lo sabes, podría quedarme meses sin hablar con nadie” Una forma implícita de sugerir al paciente lector el contenido de esa fórmula antigua: conócete a ti mismo. Hay como un juego permanente de incitación a la observación detenida de la realidad, la que fuere; una invitación a la soledad como principio de lectura. Es cierto que, en algunos pasajes, no es difícil encontrar en este libro algo así como un punto de trivial ‘familiaridad’ expresiva y argumental, por qué negarlo. Hoy parece que se tiende, en ocasiones, a forzar cierta connivencia por parte del lector. Aún así, el texto puede considerarse como una forma de propensión a la imaginación, a la percepción de la realidad como un argumento posible (sostenía William Saroyan, un gran escritor minucioso, que ‘argumento es todo`) y por ello el lector generoso puede encontrar motivos suficientes para ensanchar esa realidad que, puesto que no es pequeña y nos envuelve, nos puede deparar mundos nuevos, entretenidos, oportunos para el conocimiento: propio y exterior. Valga, así, el retomar si acaso el fragmento que la propia autora cita del Orfeo y que concluye: “no la buscaba a ella, llorando, sino a mí mismo. Un destino, si quieres”. Pues eso. Puedes comprar el libro en:
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