En la serie de “Teatro Caníbal”, las grandes preocupaciones humanas, el amor, la muerte, la condición humana, la contradicción van tejiendo un teatro que por naturaleza propia busca ser representado. Sin embargo, contra la norma más común, es un teatro que se lee, que se visualiza y con el que podemos identificarnos de inmediato, de modo especial, por su ingrediente principal que es el humor. Poco podremos aportar al magistral prólogo de Francisco Gutiérrez Carbajol. Coincidimos plenamente en la consideración final del teatro como “modelo experimental para conocernos mejor. El único del que disponemos, posiblemente”. El teatro del autor giennense es auténtico por sí mismo y por atender al revolucionario esperpento de Valle-Inclán del que Francisco Morales Lomas es un experto, sin olvidar que realizó su tesis doctoral sobre el genial dramaturgo, por ser exacto, sobre la lírica de Valle-Inclán. La representación teatral y la comunicación con el público conoce una verdadera revolución (permítanme el rescate de esta hermosa palabra) relativa a la significación, las estructuras y el lenguaje de la obra dramática. Sin duda, Morales Lomas presta un cuidado extremo al lenguaje. Nos lo indica también el estudio introductorio de Gutiérrez Carbajo “No es casual que Wittgenstein sea uno de los autores con más presencia en este libro de Morales Lomas, si tenemos en cuenta que una de las fuerzas motrices de su teatro es precisamente el magnífico tratamiento del lenguaje”. Si hay un campo en el que Morales Lomas se impregna de disidencia es en la esfera teatral. Al leer, los volúmenes de “Teatro Caníbal Completo”, en concreto este sexto número, no podemos evitar el recordar a Antonin Artaud para quién el verdadero teatro debe perturbar el reposo de los sentidos, liberar el inconsciente oprimido, empujarlo a una suerte de revuelta virtual y al tiempo cuestionar la validez del lenguaje. En efecto, como afirma Gutiérrez Carbajo“nuestro autor realiza un estudio histórico y antropológico del canibalismo, hace extensivo este concepto a otras situaciones, y expone brillantemente una poética de su propio teatro”. La plaza de la caníbal, Boca a boca, Juegos caníbales, La familia, El hospital, El banco espiritual, La visita, Prohibido fumar, El lagarto, la Funeraria, Relajación, son las piezas que enlazarán sexo y devoración, teatro y lirismo, espiritualidad y salvajismo, interdisciplinariedad, pues los guiños al mundo cinematográfico, filosófico, histórico y literario son constantes, como las propias imágenes que nos hacemos de los caníbales, desnudos y con taparrabos hasta que un caníbal becario y trajeado con buenos modales se presenta en una casa para directamente proponer el acto caníbal a una mujer. El pez gordo parece engullir al pequeño, y el becario es devorado finalmente por sus anfitriones. Con la iglesia topamos en El Banco espiritual que hace transacciones con sentimientos (dignidad, bondad, respeto, equidad...) donde de nuevo el pobre es materialista y el rico aumenta la cuenta de beneficios. Una escena contrapuesta, aunque no tanto finalmente, es la celda compartida por un sindicalista y dos protagonistas como Don Pepito y Don Libertad, con una recreación muy particular del marxismo y la obra “El Capital”.Y volvemos a topar con la iglesia en “Prohibido fumar”, donde se produce incluso una situación metateatral, pues un Actor-Dios entra fumando en el escenario y es interpelado por un espectador. El actor-dios, lejos de apagar el cigarrillo le dice que está fumando un porro. La poca fe será, cómo no, castigada.
Temas de “rabiosa” actualidad (considerando el término entrecomillado como causante de cabreos y disconformidades) surgen a la luz de los textos, la corrupción política, la trata de mujeres y niños robados, el maltrato, la violencia, casi se diría que estamos ante un listado de pretextos para desembocar a un canibalismo textual, estético que prima lo visual y lo plástico, identifica en gran medida la dramaturgia con la crueldad, bajo el signo de lo “aparentemente absurdo”. No es casual que el escenario principal se centre en una plaza donde luce una escultura del emperador Carlos V, es decir, que podría ser en cualquier parte del mundo. Una estatua que aparece con una caja de cartón de detergente, otras con una escupidera de color celeste, o pintada con sexo de mujer, o con atuendo de cura y grandes colmillos. En cualquier no es la patologización del escritor lo que destaca, sino más bien lo enfermizo de una sociedad que desaprovecha su patrimonio. Parecería que el personaje de Luces de bohemia, Max Estrella, va transformando la realidad para ver detrás de su máscara. Un constante desenmascarar a través de la ironía, convierte el mundo oscuro en un foco de luz que ilumina todos los rincones. Don Libertad también muestra su grandeza y nobleza que chocan con la mediocridad y falta de escrúpulos de quienes le rodean, pero además Don Libertad se pone al servicio de los demás. Max Estrella cuando nos hace saber que vive en un palacio y recibe la burla, réplica tajantemente: “Porque tú, gusano burocrático, no sabes nada. ¡Ni soñar!”
Transformar el mundo, cambiar la vida, ese doble principio de Marx y Rimbaud, se completan con la imperiosa necesidad de los sueños, del teatro de los sueños. Aparece el Actor-Dios. Tras todos los actos dubitativos del espectador, nos dice “Te puedo ofrecer este habano que me envió Fidel directamente desde Cuba. Es una maravilla”. Y, no cae el telón.
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