¿Estamos ante la antítesis perfecta? La guerra es, por definición también psico-histórica, es la gran generadora del más perfecto silencio, el del dolor. Guerra como antinomia racional del la sustancia germinal de la naturaleza, el reequilibrio, el principio de armonía. ¿A qué se deberá que el hombre, el supuesto racional, propicie constante, insistente e impúdicamente la sucesión de la guerra –de las guerras, pues cada cual es distinta para los protagonistas- como panorama, como realidad, como trágico paisaje? “El relato de la guerra, leemos en este libro tan inteligente como oportuno –siempre oportuno- está regido por una exigencia doble y contradictoria: por un lado la necesidad de decir, el impulso ético del testimonio (¡), y, por el otro, la imposibilidad de dar cuenta por entero del tipo de experiencia caótica y traumática que el fenómeno de la guerra implica” Cotéjese esta medida expresión con la realidad diaria de los partes bélicos –donde tantos periodistas, absurda y traidoramente están perdiendo la vida- y evalúese el horror añadido a toda confrontación, innecesaria, entre humanos de todo tipo y condición. “Además, una de las convenciones más antiguas y básicas de tales narraciones de guerra, según la cuentan los testigos directos, es que el verdadero conocimiento del acontecimiento sólo puede derivarse de la experiencia” Esto es, ¿estaríamos condenados a ignorar el dolor y la ignominia de las guerras –todas interesadas, ay!-, si no hubiera narradores que ofrendan su vida por dar a conocer tan negra realidad? Y decir que se sacrifica para los unos, que entiendan el mal, y otros para que en el inmediato futuro, lo ignoren? Qué decir de un pueblo como el israelí que, habiendo sufrido (¿y explotado más tarde para sí?) el horror de la guerra, la provoquen luego contra sus vecinos necesarios. Es oportuna, pues, la conclusión con un fragmento de ese gran poema épico La Chanson de Roland –hace ya tantos siglos de ello- donde podemos leer: “La gesta dice esto y el hombre que estuvo en el campo… y que escribió el libro… el hombre que no sabe esto no ha entendido nada”. Y qué decir, entonces, de las guerras deliberadamente ignoradas, o desconocidas, u ocultadas interesadamente. Sí Walter Benjamin se ha ocupado con sinceras palabras de esa mayestática y desterrada soledad: “Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos –‘si es que alguno lo es, en verdad’- que la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre”. ¿No reza el afamado axioma que la verdad es la primera víctima de la guerra? ¿Es la rueda de la fortuna la que gira, o la del desaliento, pasando cada poco por delante? He aquí un libro necesario en tantos sentidos para todo lector consciente, de todo tiempo. Siempre, qué lamento: Homo homini lupus est. Amén. https://ricardomartinez-conde.esPuedes comprar el libro en:
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