Yo admiro la prosa de Verolín, pero particularmente los finales de cada una de sus narraciones breves, la parte más difícil (al menos para mí) del esquema narrativo aristotélico: comienzo, desarrollo y final, porque ella sabe darle un cierre exacto a todo lo que nos dijo antes y, en el mismo párrafo, brindarnos un giro inesperado que resume toda la historia. En un esquema tan rígido y preciso como el que implica un cuento, prácticamente un mecanismo de relojería, sin las digresiones que posibilita emplear una novela de trescientas páginas, es algo ciertamente muy arduo de concretar. Y doy dos ejemplos del libro en cuestión. Dos dientes plateadosNarra la nieta la obsesión del abuelo por hacerse extraer los dos únicos dientes naturales que le quedan y que sostienen su dentadura postiza. El dentista se niega a hacerlo y al volver acongojado el anciano en el taxi por su fracaso al hogar, la nieta recuerda cuando siendo una beba se cayó de la silla de comer y su abuelo de 50 años no alcanzó a evitarlo: ella perdió dos dientes en el accidente y cierra Verolín: “Me puse a llorar a los gritos sin sospechar que más allá me esperaban los dentistas, los taxis, la vejez, la lluvia, el mundo”. Un remate perfecto que cierra el círculo temporal. El cumpleaños de una muchachaUna jovencita a punto de cumplir sus quince años solo desea morirse, porque tiene la cara cubierta de acné y usa ortodoncia, mientras que toda su familia gira en tomo de la fiesta con el mayor entusiasmo. En el momento culminante de la celebración, la del cumpleaños engulle la muñequita de mazapán que corona la torta: se engulle a sí misma. Las mujeres que animan estas historias de Irma Verolín son criaturas que oscilan entre la callada desesperación, la frustración constante y la opresión patriarcal que les cierra la boca, aunque desde luego, la procesión va por dentro. Son personajes fuertemente existencialistas; los conflictos y situaciones que deben afrontar no hacen más que poner en mayor relieve este factor común. Por otra parte, se destaca, como en otras obras de la autora, el logro perfecto de los climas sostenidos en cada una de las piezas, generalmente opresivos, densos, impregnados de aquello que no se hace explícito pero está palpablemente allí. Todo nos habla de soledad, de pérdida, de retroceso. Todo está sembrado por la melancolía. El hecho de que la diégesis se desarrolle habitualmente en lugares cerrados, como el seno del hogar, potencia notablemente el efecto buscado. Y un detalle a subrayar es el peso del protagonista presente en todas las historias: el tiempo. Sea porque varias de las mujeres son ya de edad, sea porque se marca ajustadamente el transcurrir, el tiempo, entidad impalpable pero omnipresente, atraviesa Cuentos de mujeres leves desde la primera página hasta la última. Un Cronos que, como el antiguo dios de la mitología griega, efectivamente devora a sus hijas e hijos, pero que en estas historias, fruto del talento narrativo de Irma Verolín, lo hace lentamente, masticando vidas muy despacio, mientras ellas, las protagonistas de cada pieza, sufren esa deglución en silencio, guardándose para sí sus quejas, sus incertidumbres, sus desdichas y melancolías, aunque medianamente conscientes, algunas, de que efectivamente están siendo engullidas por ese algo inapresable que todo lo domina y todo lo vence. Como se desprende de lo anterior, de las nombradas características de estas prosas, hay otro invitado inevitable en Cuentos de mujeres leves y es lo ominoso, el Unheimlich que menciona Sigmund Freud en su texto de 1913, titulado en español como Lo Siniestro. Freud, que para la citada obra se apoya justamente en la estética y la literatura referida a lo siniestro y toma como ejemplo el conocido cuento El hombre de arena, de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, pero se afirma sobre la base de la definición brindada por el filósofo idealista alemán Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, señalando que este: ““enuncia acerca del concepto de lo Unheimlich algo enteramente nuevo e imprevisto. Nos dice que Unheimlich es todo lo que, estando destinado a permanecerán secreto, en lo oculto, ha salido a la luz”. Algo escondido que aparece, lo ya conocido que vuelve, sería entonces lo siniestro, lo ominoso. Es lo que les sucede a las protagonistas de Cuentos de mujeres leves, gracias a la magia escritural de Irma Verolín, capaz de producir el efecto de la irrupción de lo siniestro, levemente atenuado para que resulte a doblemente siniestro. ¿Qué más ominoso que comprar tres velas, como le sucede a la protagonista del cuento homónimo, para conmemorar en secreto el fallecimiento de su único hijo, y terminar con ellas en el cumpleaños del hijo viviente de una vecina, incluso aplaudiendo junto con todos los presentes mientras el rozagante chiquillo de ocho años sopla sobre esas mismas velas y las apaga? O en otra de las historias de Verolín, titulada La cremación, cuando la protagonista acude a la incineración de los restos de su abuelo, acompañada por su hermano y su tío y, una vez culminada la ceremonia, el trío termina hablando de asuntos livianos, para ponerle nuevamente un velo a lo ominoso que acaba de hacerse presente y les ha evocado lo bien conocido: que los tres también van morir. La presencia de lo ominoso, muy difícil de asentar en una narración, la maneja Verolín con la misma efectividad que el ya citado Hoffmann, sin necesidad de emplear “efectos especiales" al estilo de las peores películas estadounidenses, esos que cambian inmediatamente de nivel a un cuento o un relato. Lo concreta la autora mediante diálogos breves, situaciones apenas sugeridas, el juego de indicios que a la inteligencia del lector no escaparán porque son exactamente los precisos y aparecen donde deben hacerlo, no en cualquier otra parte. Mujeres que saben o intuyen -en mayor o menor medida- qué es lo que les sucede y qué acontece a su alrededor y que sin embargo se abandonan a ello, sin oposición, sin lucha, como si el conflicto entre la conciencia de sí y su circunstancia fuera más temible que la circunstancia en sí; leves, definitivamente leves. Este es el gran logro de esta colección de cuentos, de la pluma de una de las mayores narradoras argentinas contemporáneas, Irma Verolín, y estas mis modestas palabras sobre su obra más recientemente publicada. Acerca de la autoraIrma Verolín nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1953. Publicó anteriormente los libros de poesía De madrugada, Los días (Primer Premio Fundación Victoria Ocampo) y Árbol de mis ancestros (Palabrava), y los libros de cuentos Hay una nena que gira, La escalera del patio gris, Una luz que encandila, Una foto de Einstein tocando el violín y Fervorosas historias de mujeres y hombres. Asimismo las novelas El puño del tiempo, El camino de los viajeros y La mujer invisible y títulos de literatura infantil. Obtuvo diversas distinciones, entre las que se destacan el Premio Emecé, el Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, el Primer Premio Internacional de Puerto Rico y el Primer Premio Internacional de Novela Mercosur. Tres de sus novelas fueron finalistas en los premios Clarín, Fortabat, La Nación de Novela y Planeta de Argentina. Ha sido traducida al inglés, al alemán, al italiano, al ruso y al portugués.
Nota(1) Verolín, Irma, Cuentos de mujeres leves, Editorial Palabrava, ISBN 978-987-4156-62-4, 122 pp., Santa Fe, Argentina, 2023. Puedes comprar el libro en:
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