Estamos ante un libro sumamente importante, para llegar a un conocimiento exhaustivo sobre la dinastía que consiguió dominar en los tres Reinos hispánicos más importantes, León y Castilla y Aragón. El prof. Belenguer Cebriá comete un importante error historiográfico, y es que anula, de forma absurda, la titulación de Reyes de León que SIEMPRE poseyeron y utilizaron estos soberanos. Sigo sin entender como cualquier medievalista que se precie utiliza de continuo la anhistórica, por solitaria, titulación de Castilla o de Corona de Castilla, y ya por extensión absurda la homónima de Corona de Aragón. La titulación constante del Rey Pedro I “el Cruel o el Justiciero” es de Castilla y de León. Y, en su conflicto contra su hermano Enrique II “el de las Mercedes” de Trastámara, tendrá el apoyo del Reino de León, donde será calificado de ‘Justiciero’. Estimo que estos errores, que ya se prolongan en el tiempo, comenzarán a ser rectificados, y si así no fuese, debe ser borrado, entre otras lindezas, el león rampante del escudo de las Españas, y todo lo que eso significa y representa. «‘No ha tan grant pau amb los seus sotmeses o ab los moros, ne és tan rich de tresor, que necessari li sia ab altre rey moure guerra’. En diciembre de 1351 Pedro IV el Ceremonioso, rey de la Corona de Aragón, pensaba que Pedro I el Cruel de Castilla no podía lanzarse a guerra alguna. Al fin y al cabo, este no mantenía una gran paz con sus súbditos ni con los moros de Granada y, además, su patrimonio regio no era tan rico. Cinco años después el rey Ceremonioso pudo darse cuenta de que se había equivocado cuando en septiembre de 1356 Pedro el Cruel rompió con él, pese a las dificultades que ciertamente existían en su reino. Dificultades que no eran tanto por razones económicas, dado que Castilla siempre tenía mayores recursos que la Corona de Aragón, cuanto, sobre todo, por razones sociales, fundamentalmente mucho más presentes en la nobleza que en la ambigüedad de ciertas ciudades. La cuestión ya venía de lejos, desde los tiempos de Alfonso XI, su padre, que le dejó en herencia el trono como hijo legítimo que era de María de Portugal, la esposa de Alfonso XI. Solo esposa, porque la mujer de los sueños alfonsinos fue Leonor de Guzmán, con la que el rey tuvo bastantes hijos. Así cabe recordar a Enrique, conde de Trastámara, Lemos y Sarria, señoríos situados en tierras gallegas, y a sus hermanos Tello, Sancho… En realidad, la verdadera familia de Alfonso XI era esta: la de su amante y sus bastardos, aunque a la muerte del patriarca todo se fue al traste. María de Portugal, la reina madre, encarceló y en 1351 ejecutó a Leonor de Guzmán. Todos sus hijos tuvieron que dispersarse, huir de Castilla, como fue el caso de Tello, que pidió auxilio al rey Ceremonioso, o el de Enrique de Trastámara, que se desplazó a Francia». Y ya que cita, en su prólogo, al Rey Alfonso XI de León y de Castilla, recuerdo al prof. Belenguer Cebriá una cuestión esencial con respecto a ese monarca: en primer lugar, que su crónica, que está en llingua llionesa o leonés, se titula, de forma taxativa: ‘Crónica de Alfonso el onceno de los reyes de Castilla y de León’. Como medievalista que soy, por supuesto tengo esa obra en mi poder. Es indudable que el prof. Julio Valdeón Baruque fue un importante medievalista, aunque sobre todo y únicamente con un sesgo castellanista muy documentado. Existe una calle en la urbe imperial de León, que se llama ‘de Matasiete’, donde se produjo, en esta época histórica, un desafio que conllevó muertes. Ya está Pedro “el Justiciero” en el trono de los Reinos de León y de Castilla, y en un primer momento ya compartió lecho y mantel con María de Padilla, en el año de 1352. Por consiguiente, su boda obligada con la princesa francesa Blanca de Borbón fue un fiasco, ya que la desdichada fue enseguida aherrojada en Toledo, desde el año de 1354, lo que no gustó nada en la corte de Saint Denis. Como a mediados del siglo XIV, los nobles comienzan a ver descendidas sus rentas, y el nuevo soberano tiene una personalidad atrabiliaria y furibunda, se van a coaligar contra él. Además, el rey no tenía la suficiente mano izquierda como para poder convencer a los prelados hispanos, los cuales al darse cuenta de que era el soberano, asimismo, de las tres grandes religiones monoteístas existentes en las Españas, le volvieron la espalda. A la cabeza de cualquier revuelta, siempre se encontraban los hermanos bastardos, es decir los Trastámara. Existía otro problema de tierras, además, que estribaba en que la partición del Reino mahometano de Murcia se había realizado entre Jaime II de Aragón y Fernando IV “el Emplazado” de Castilla y de León, por medio de la paz de Torrellas, en el año de 1304. Por este pacto todas las tierras meridionales, donde se encontraban ciudades tales como Alicante, Orihuela, Elda, Elche, Novelda…, etc., pasaron a formar parte del Reino de Valencia y, consiguientemente, de la globalidad de los Reinos de Aragón. La Curia Regia de Castilla y de León no había asumido estas pérdidas, aunque muchos de estos territorios estaban en poder de primos carnales del Rey Pedro I de Castilla y de León; los cuales eran hijos de la infanta Leonor de Castilla y de León, hermana de Alfonso XI y segunda esposa del rey Alfonso IV “el Benigno” de Aragón. Por todo lo que antecede el monarca ‘Ceremonioso’ tenía hermanastros, pero estos no eran bastardos como los Trastámara. La situación política se va a complicar en demasía, cuando el 5 de abril de 1366, en el monasterio de las Huelgas Reales de Burgos, gran parte de los magnates reconocieron al infante Enrique, como rey Enrique II “Trastámara” de Castilla y de León. El conflicto de intereses fue de tal calibre que, Pedro I contrató compañías militares inglesas, las cuáles al mando del Príncipe Negro, Príncipe de Gales de Inglaterra, derrotó a Enrique de Trastámara en la batalla de Nájera, estamos en el año 1367. “No obstante, lo peor para el rey Ceremonioso ya no fue solo esta nueva situación, que le obligó a pactar con Pedro el Cruel para proteger sus fronteras aragonesas y valencianas, tan descontroladas en los primeros años bélicos de la década de los sesenta. Lo peor fue que Enrique de Trastámara en 1366 antes de Nájera ya le había negado al rey catalano-aragonés las promesas que le hizo sobre cesiones territoriales con frases tan rotundas como esta: ‘ca si él luego comenzase a enajenar alguna cosa del regno, toda la tierra sería contra él’. Y obviamente después, atribuyéndose como excusa el pacto meramente defensivo que Pedro IV había firmado con Pedro el Cruel, Enrique de Trastámara se reafirmó en sus posiciones. Se había llegado al año 1369 muerto ya Pedro el Cruel después del cuerpo a cuerpo que ambos hermanos mantuvieron y que ganó Enrique gracias a la ayuda del comandante de sus mercenarios franceses, el bretón Bertrand Du Guesclin: ‘Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Buen libro de Historia Medieval, necesario. «Corcillum est quod homines facit, cetera quisquilia omnia». Puedes comprar el libro en:
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