El esqueleto de LUCY (fósil AL 288-1) es un conjunto de huesos, más bien fragmentos, que nos permiten realizar todo un estudio sobre lo que fue o pudo ser, y que sentía Lucy, como se expresaba, que pretendía, y cuál era su inteligencia para analizar su evolución. Esta homínida perteneciente a la especie Australopithecus afarensis, vivió en una época que abarca entre 3,9 a 3,0 millones de años de antigüedad. Fue descubierta por los paleontólogos-arqueólogos Donald Johanson, Yves Coppens, Tim White y Maurice Taieb, el 30 de noviembre de 1974, en la región de Afar (yacimiento de Hadar, en el valle del río Awash), a 159 kilómetros de la capital de Abisinia/Etiopía, que es Adís Abeba. Su fenotipo era delgado y grácil, con una masa corporal de 29 kg. Se hallaron juntos 52 huesos de un mismo ejemplar de homínido. Este hecho arqueológico permitió realizar un estudio muy fidedigno del sujeto, y así, por consiguiente, se pudo tener una constatación bastante fiel de muchas de las características de este fósil, desde cual fue su estatura, su peso y, sobre todo, cuál era la relación de las diferentes articulaciones, constatando que era un fósil femenino. Con Lucy se consiguió realizar una nueva clasificación de una nueva especie de homínidos, el Australopithecus afarensis. Este homínido se ha convertido en un símbolo, ya que se le podía entroncar como si fuese un antepasado común, la madre necesaria, de todos los seres humanos que vinieron a continuación. Hoy se conoce que medía un poco más de un metro de altura (107 centímetros), pesando más de veintisiete kilogramos (27’3 kilogramos), se desplazaba erguida moviendo mucho las caderas, y se sabe que era capaz de trepar a árboles enormes. Existía un claro dimorfismo sexual, con la hembra un 30% más pequeña que el macho. «¿Fue Lucy consciente de los cambios que se estaban produciendo en su especie? Evidentemente no. Vivió solo veinte años de un conjunto superior a un millón de años en el que lo hizo su especie, así que, por supuesto, no fue consciente de ningún tipo de transformación. Este puede ser tal vez uno de los principales cambios respecto al hombre moderno. Y es que alguien nacido a finales de la Segunda Guerra Mundial en un país occidental puede haber pasado de tener que llamar por teléfono en el único teléfono del pueblo a contar con varias líneas de fibra óptica para realizar sus comunicaciones. Pero eso son solo pequeños -aunque no por ello dejan de ser importantes- cambios tecnológicos. En esos setenta años largos de vida no habrá visto ninguna evolución de la especie, aunque haya visto varios cambios de hábitat, pasando a un mundo mucho más industrializado y urbano que aquel en el que nació. Sea como sea, cabe suponer que, hasta el momento de su trágica muerte en una caída desde un árbol de más de doce metros de altura, Lucy fue un ejemplar típico de su especie. Se apareó, tuvo como mínimo dos hijos, anduvo por la sabana africana y durmió en los árboles. Y tal vez, quien sabe, incluso fue feliz con su pequeño cerebro y comunicándose con gritos y gestos con el resto de sus congéneres». Lucy se ha convertido en un paradigma de la prehistoria sobre los homínidos; y su descubrimiento fue tan importante como el del Homo neanderthalensis o el del Hombre de Java o el del Homo pekinensis. No obstante, debió transcurrir algún espacio de tiempo hasta que la comunidad científica acepto a esta homínida, y poder encasillarla en una especie, a la que por su localización se la denominó como Australopitécida afarense. El nombre se le puso por una canción de The Beatles que gustaba a sus descubridores, ‘Lucy, in the Sky with Diamonds’. La explicitación de Donald Johanson de cómo se llevó a término el descubrimiento es una relación de lo más enjundioso. “¡Dios mío! -exclamó Gray. La cogió. Era un fragmento posterior de cráneo. Más allá, a poco más de un metro, había un trozo de fémur-. ¡Dios mío! -volvió a exclamar. Nos incorporamos y empezamos a ver trozos de hueso por toda la pendiente: un par de vértebras, parte de una pelvis, todos ellos de homínido. Un pensamiento increíble cruzó por mi mente. ‘¿Y si todos estos huesos ajustaran? ¿Podían ser parte de un único esqueleto muy primitivo? Nunca se había encontrado ninguno así en ninguna parte’. Recoger la totalidad de huesos de Lucy le llevó al equipo un total de tres semanas de trabajo intenso a temperaturas que muy a menudo llegaban a rebasar de largo los 40ºC. Todos se volcaron en ello, porque no solo se trataba de recoger los huesos, sino que había que radiografiar exactamente el lugar en el que se habían encontrado. Eso sería fundamental para poder establecer una fecha más precisa sobre su antigüedad, que no dudaban que era superior a los tres millones de años. Al acabar se habían recogido varios centenares de piezas de hueso (muchos fragmentados) que, en total, conformaban el 40% del esqueleto de un solo individuo”. Su rostro sería similar al de un chimpancé, con su rostro proyectado hacia adelante o prognatismo. Los brazos eran largos en proporción a sus miembros inferiores; de todo ello se colige que Lucy ya caminaba erguida, pero sus manos y sus pies, asimismo, la permitían trepar con rapidez a los árboles, porque en ambas extremidades superiores e inferiores poseía una potente musculatura. Por todo lo que antecede, se llegó a la evidencia de que las rodillas de Lucy ya estaban articuladas, y ello indicaba la posibilidad de ir erguidos en determinados momentos de la deambulación, ya que estarse quieta mucho tiempo le costaba mucho esfuerzo. Para alimentarse o socializarse necesitaba hacerlo en lugares seguros, como los árboles, o lugares resguardados y protegidos. Se estudiaron sus patologías óseas: “De hecho, las pruebas médicas a las que se han sometido los restos de Australopithecus afarensis hallados hasta el momento demuestran que parecen haber tenido una alta tasa de incidencia de patologías vertebrales. Esto se debería a que sus vértebras estaban mejor adaptadas para soportar cargas de suspensión al trepar (podían aguantar todo el peso del cuerpo con los brazos) que cargas de compresión (aguantar todo el peso del cuerpo sobre las piernas) mientras caminaban erguidos. Lucy presenta una marcada cifosis torácica (era jorobada) y padeció la enfermedad de Scheuermann, probablemente causada por sobreesfuerzo de la espalda, lo que puede llevar a una postura encorvada en los humanos modernos debido a la curvatura irregular de la columna”. La pelvis de Lucy aguantaba el peso del tórax, con un fémur que acercaba la articulación de las rodillas al eje de la gravedad, esto mantiene la teoría de una locomoción ya bípeda, pero su equilibrio estático sería peor que el de los seres humanos de la actualidad. En suma, estamos ante un libro muy documentado, pero muy entretenido, y de plena recomendación. Lucy emociona e interesa totalmente. «Reformare homines per sacra, non sacra per homines». Puedes comprar el libro en:
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