Recuerdo un libro del profesor Villares sobre León, o Región Leonesa, que me dejó perplejo e irresoluto, ya que en el mismo se circunscribía a las provincias de León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia, y en el que indicaba el carácter galaico de ciertas zonas de León y de Zamora, inexistente el carácter y, además, para agravar más, si cabe, la cuestión, indicaba que El Bierzo y Sanabria habían sido extraídos, en el Medioevo, de la Galicia lucense y pasados al Reino de León. Quizás ignoraba, fehacientemente y de buena fe, que las Galicias lucense y bracarense, en el Medievo, Alto, Pleno y Bajo, pertenecieron siempre al Reino de León como diversos condados feudatarios, y solo el territorio bracarense se desgajó, por medio de muy malas artes, del Imperio de León del Rey Alfonso VII “el Emperador” de León. Por todo lo que antecede, deseo acercarme, ahora, a esta su nueva obra sobre su tierra de la Galicia lucense. «Este libro es el resultado de muchas reflexiones intelectuales que están guiadas por una preocupación central, que es entender el proceso histórico mediante el cual la sociedad gallega ha construido su propia identidad como una nación-cultura, ha buscado o identificado sus antepasados heroicos y ha conectado con otras culturas para descubrir, afirmar y recrear su propia personalidad. No se indagan los hechos sino más bien las operaciones intelectuales mediante las que ha sido construida la identidad gallega, de una forma bastante análoga a lo que ha sucedido en la mayoría de los estados nacionales, con referentes, símbolos y conexiones como sustento de su identidad. A pesar de este esfuerzo desplegado por las elites cultas gallegas, regionalistas o nacionalistas, Galicia tiene dificultades evidentes para ser percibida desde el exterior como algo más que una ‘región periférica’, con una lengua y cultura popular y literaria que, de modo intermitente, se hace notar en el contexto ibérico e internacional. Su identidad cultural, comparada con ejemplos próximos como Cataluña, Escocia o Irlanda, no está acompañada del necesario grado de institucionalización política y de la movilización social que la pueda hacer visible en el concierto de las naciones europeas, donde por veces se confunde con su homónima región austrohúngara, desaparecida oficialmente hace un siglo». La identidad individual de los gallegos es tan compleja como la colectiva. Lo que caracteriza a Galicia es la mezcla entre unidad y diversidad, como ocurre con el resto de pueblos que conforman las tierras de las Españas, desde leoneses, hasta valencianos, navarros o aragoneses, y andaluces o murcianos, y asturianos o extremeños, entre otros de mayor o menos consideración. El campesinado constituye la figura central socioeconómica de la Galicia contemporánea; esta clase social tan arraigada al minifundio es lo que define a las tierras del Antiguo Reino de León, con Asturias y Galicia comprendidas y, por supuesto lo que le otorga su fuerza. “Lo que sucede en Galicia es que este campesinado se ha convertido en protagonista histórico desde los tiempos medievales, gracias a dos mecanismos complementarios. Por un lado, la defensa de sus derechos sobre la tierra, que permite lograr una situación de cierto privilegio, al menos en términos comparados, gracias a la difusión y permanencia secular del régimen de los foros como forma de organización jurídica de las relaciones sociales agrarias. Y, por otro lado, su solidaridad y fuerza comunal, a la que no es ajeno al comunitarismo de la Iglesia católica, que las dota de mayor robustez cultural”. La territorialización de los derechos, inalienables, de los labradores sobre la tierra gallega fue un largo proceso de varios siglos de evolución. Desde los albores del siglo XVI, ya existe documentación que nos indica que los abades de los monasterios y los priores de los prioratos deben llegar a acuerdos, por escrito, con los administradores de su patrimonio, para que estos les reconozcan su titularidad jurídica, a cambio de que se les otorguen contratos de cesión de tierras, en forma de foros o fueros. Unos ejemplos conspicuos de este hecho, son los que se producen en el caso de los condes de Lemos o de Monterrey, los cuales aceptan perder sus derechos feudales a cambio de que puedan delimitar, de forma absolutamente prístina, su titularidad territorial, y ser compensados con la percepción de las rentas forales. Las clases dirigentes laicas, formadas por la hidalguía de pazo y por la nobleza, estaba representada por quienes eran sus administradores e intermediarios, eran muy numerosos y se encontraban asentados, igualmente que los clérigos católicos, de forma capilar en las parroquias rurales y en las aldeas, y se puede considerar que eran una versión minifundista de la sociedad de los pazos, lo que se fue reproduciendo y manteniendo hasta finales del siglo XIX. Pero, la gran crisis agraria del fin de dicho siglo conllevó que no pudiesen cobrar las rentas agrarias de sus labradores, los cuales no podían pagar por no tener con qué, y ello tuvo como final el que los nobles o la oligarquía agraria no pudiesen seguir viviendo, opíparamente, como rentistas; este hecho ocurriría en Galicia durante las primeras décadas del siglo XX. “Este libro trata del proceso histórico mediante el cual la sociedad gallega ha construido su propia identidad como una nación-cultura, ha identificado sus antepasados heroicos y ha conectado con otras culturas para descubrir, afirmar y recrear su propia personalidad. La historia de Galicia y de los gallegos es, así, algo más que un episodio local propio de un pequeño territorio de Finisterre. Se trata de una aventura mundial de gente humilde pero esforzada que ha hecho realidad el verso de Rosalía de Castro: ‘toda a terra é dos homes’, esto es, que no hay nada en este planeta que sea ajeno para una persona de origen y cultura gallegos”. Es admirable la existencia en los pueblos de identidad tan marcada, y los gallegos y su Galicia son ejemplificadores en este aserto. Lo que el prof. Villares deja muy claro, en esta su obra, es como explica, de forma pormenorizada, en como una sociedad desprovista de instituciones parlamentarias que la representasen, de una dinastía gobernante propia, y con unas elites, sobre todo eclesiásticas, fue capaz de alcanzar la modernidad, convirtiéndose en una nación con una cultura que la representase. La Gallaecia asturicense, estructura típicamente romana del tipo de ‘conventus’, tenía su capital ¡romana! en la civitas donde residía el legatus augusti, y era Asturica Augusta, sobre todo para vigilar a los belicosos y poseedores de oro, en Las Médulas legionenses, que eran los Ástures bergidios. El Reino de Portugal nace del Regnum Imperium Legionensis, del que las Galicias siempre formaron parte. Este nuevo reino nace de los errores políticos del soberbio arzobispo compostelano Diego Gelmírez. Libro, pues, para conocer. «Timeo Danaos et dona ferentis. ET. Labor Omnia vincit». Puedes comprar el libro en:
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