Si el poeta dice (si el poeta piensa), si el poeta escribe: “Hacemos anillos de flores y nos desposamos con los árboles, con el aire, con el primer silencio” hemos de creerle; necesariamente hemos de creerle. El poeta es un mago de los sentimientos, es un hacedor de sentimientos, es un soñador de sentimientos: y estamos tan necesitados de sueños, ahora en que vemos cómo, lamentable, progresiva y lentamente se van desgranando (se van degradando) las palabras para quedarse en meros esqueletos de cosas… “Por las tardes las acacias se asoman por nuestras ventanas y saltan a través del marco abierto, dejando olvidado en el jarrón un ramito florido”; sí lo sabemos porque así lo soñamos. El poeta griego Ritsos, cuyo compromiso vital supuso a la vez un compromiso social tan amplio como solidario con la vida, tuvo tiempo, ay!, también, de hacernos compañía no cuando limpiaba las palabras y las unía en oraciones vitales y hermosas, sino para más adelante, cuando fuesen leídas, pues sentía un vínculo con nosotros, solitarios, que nos alumbra y acompaña. Alguien ha escrito que leer es (debe ser) como rezar. Su vínculo con la realidad diaria, cotidiana, la más humana que considerarse pueda, queda reflejada con firmeza y convicción en esta hermandad de prosa poética que no permite la indiferencia ante su evocación: “Anoche dormimos acurrucados en el delantal de la primavera, apoyando nuestra cabeza en su corazón. Oímos en sueños el aliento de las aves y el latido de nuestro corazón. Por la mañana, cuando despertamos, vimos al cielo caminar en nuestro dormitorio; picoteaba las migajitas de las sombras que se habían quedado en el suelo desde la noche anterior” Y concluye, tendiendo su mano armonioso-ecológica: “Un segundo, vamos a lavarnos y ya estamos”. La lectura, que, en su forma más fiel a nuestro interior ha de tener ese algo de oración -por ello mismo posee la condición noble de la compañía sentiente- es, o ha de ser adoptada como un lazo amistoso y un bien. Es una suerte, pues, en tiempos de tan larga y desleal zozobra, topar con libros como éste que, si bien breves en su forma y extensión, resultan al final de honda raíz como las hermosas flores que, solitarias en la colina, ofrecen aroma y color por su humildad y entrega. Y este libro viene pleno de esas flores sencillas: “Antes hacíamos nuestros deberes, rezábamos nuestras plegarias y repetíamos que dos más dos son cuatro. Ahora, dos flores más dos rayos de luz no son cuatro, son nuestra alma”. Ha sido traducido por Selma Ancira. Puedes comprar el poemario en:
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