Es una delicia realizar un ensayo-crítica sobre esta obra, novela-histórica, que analiza el mundo de los piratas, quienes tanto afectaron a las colonias españolas de Las Indias o América Hispana. Es una versión de referencia, con las ilustraciones extraordinarias del artista e ilustrador francés de libros, George Roux (1853-1929), y el libro es extraordinario, representando lecturas constantes y diversas películas, que han enriquecido las consciencias y sensibilidades de muchas generaciones. La trama va creciendo, desde el inicio en la Posada Benbow hasta la llegada a la Isla del Tesoro. La versión que hoy les presento es una joya historiográfica. «Imposible me ha sido rehusarme a las repetidas instancias que el caballero Trelawney, el doctor Livesey y otros muchos señores me han hecho para que escribiese la historia circunstanciada y completa de la isla del tesoro. Voy, pues, a poner manos a la obra contándolo todo, desde la ‘alfa’ hasta la ‘omega’, sin dejarme cosa alguna en el tintero, exceptuando la determinación geográfica de la isla, y esto tan solamente porque tengo por seguro que en ella existe todavía un tesoro no descubierto. Tomo la pluma en el año de gracia de 17xx y retrocedo hasta la época en que mi padre tenía aún la posada del Almirante Benbow, y hasta el día en que por primera vez llegó a alojarse en ella aquel viejo marino de tez bronceada y curtida por los elementos, con su grande y visible cicatriz. Todavía lo recuerdo como si aquello hubiese sucedido ayer: llegó a las puertas de la posada estudiando su aspecto, afanosa y atentamente, seguido por su maleta que alguien conducía tras él en una carretilla de mano. Era un hombre alto, fuerte, pesado, con un moreno pronunciado, color de avellana. Su trenza o coleta alquitranada le caía sobre los hombros de su nada limpia blusa marina. Sus manos callosas, destrozadas y llenas de cicatrices enseñaban las extremidades de unas uñas rotas y negruzcas. Y su rostro moreno llevaba en una mejilla aquella gran cicatriz de sable, sucia y de un color blanquizco, lívido y repugnante. Todavía lo recuerdo, paseando su mirada investigadora en torno del cobertizo, silbando mientras examinaba y prorrumpiendo, enseguida, en aquella antigua canción marina que tan a menudo le oí cantar después: ‘Son quince los que quieren el cofre de aquel muerto. Son quince ¡yo-ho-ho! Son quince ¡viva el ron!’ con una voz de viejo, temblorosa, alta, que parecía haberse formado y roto en las barras del cabrestante. Cuando pareció satisfecho de su examen llamó a la puerta con un pequeño bastón, especie de espeque, que llevaba en la mano, y cuando acudió mi padre, le pidió bruscamente un vaso de ron. Después que se le hubo servido lo saboreó lenta y pausadamente, como un antiguo catador, paladeándolo con delicia y sin cesar de recorrer alternativamente con la mirada, ora las rocas, ora la enseña de la posada». La obra nos ofrece las aventuras entre el grumete, protagonista de la narración, Jim Hawkins, y los enfrentamientos entre los dos bandos de la tripulación del buque ‘La Española’ que pretenden encontrar la isla donde está el tesoro del capitán Flint, famoso bucanero; la narración y delineación de los personajes son inconmensurables. El tesoro está conformado por la friolera de setecientas mil libras de oro. Todos los planes corsarios se van a descubrir cuando el joven e inteligente grumete escuche, desde dentro de un barril de manzanas, los planes pergeñados por el pseudococinero, el ‘hombre de una sola pierna’, John Silver. En tierra firme aquellos buscadores del tesoro, siguiendo las indicaciones laxas de un mapa extraño, atravesarán un bosque de pinos, muy frondoso, y con árboles de diversas alturas. La pista, patognomónica, es la de hallar los tres ‘árboles elevados’, que se encuentran situados en el declive de la montaña de ‘El Vigía’ que preside la isla. La ubérrima naturaleza, esplendorosa, de aquella isla, queda casi anulada por el resplandor de la anhelada riqueza. Robert Louis Stevenson tiene una máxima ética, y que estriba en que la codicia puede cegar el espíritu de los seres humanos. El lenguaje es muy natural y sencillo. La encuadernación delicada y elegante; con un autor que tiene una extraordinaria maestría al escribir, y en su forma de hacerlo presenta toda la panoplia necesaria para una interesante y documentada novela de aventuras sobre piratas: loros parlanchines, amistad entre seres humanos de diverso jaez y condición, traiciones inesperadas, codicia por obtener bienes económicos de forma rápida, un instinto muy desarrollado de supervivencia, y una valentía sobresaliente para hacer frente a la facción réproba de la narración. Robert Stevenson escribió esta estupenda obra con el fin, más que loable, de entretener a su hijastro Lloyd Osbourne, quien era un amante de las historias de piratas. Más adelante la novela fue publicada por entregas, algo que ya era lo más habitual durante el siglo XIX, en este caso el pseudónimo era más que apropiado: Capitán George North. Esta obra que tuvo este nacimiento tan humilde, se fue convirtiendo en un clásico para todos los lectores que desean acercarse, sin ambages, a estas historias de piratas o bucaneros, que te conducen, sin solución de continuidad, al siglo XVII o XVIII. John Silver fue el contramaestre del capitán Flint, y ahora se ha diluido de forma camaleónica, como si fuese un cocinero de experiencia, pero es el líder de los piratas. Con un estilo depurado, se llega a la consciencia del ambiente marino bucanero en su plenitud, con el sumatorio entre piratas y su bebida estrella que era el ron, todo ello para llegar a la Isla del Tesoro, donde los acontecimientos, que nos llevan de sorpresa y de estremecimiento continuos, nos depararán momentos arriesgados sin la más mínima excepción para cualquiera de los lectores. En la obra aparecen reminiscencias de dos escritores de prestigio: Washington Irving y Daniel Defoe, entre otros. El propio autor escribe en su obra sobre ‘Ensayos de la literatura’: “Me han dicho que hay gente a la que no le importan mapas, y a mí me parece increíble. Los nombres, las siluetas de las zonas boscosas, el curso de ríos y caminos, las huellas prehistóricas del hombre, todo ello aún perfectamente visible, colina arriba y valle abajo: molinos y ruinas, estanques y transbordadores, tal vez un menhir o el círculo de los druidas en el brezal; los mapas son una fuente inagotable de interés para cualquier persona que tenga ojos para ver y dos peniques de imaginación para entenderlos”. Estimo que esta obra merece una nueva lectura, si alguien la leyó en edades anteriores, se debe realizar un nuevo acercamiento, ya que la narración es una continua cascada de hechos y situaciones emocionantes. “Jamás trastorno alguno en la vida ha sido más sentido que aquel. Se diría que un rayo había herido a todos aquellos hombres. Pero a Silver el golpe le pasó en un instante. Todas las facultades de su alma se habían concentrado por un rato en aquel tesoro, es verdad…”. «Ut placeat Deo et hominibus. ET. Auditur et altera pars». Puedes comprar el libro en:
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