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La victoria sin triunfo o el cuento del héroe
La victoria sin triunfo o el cuento del héroe

La victoria sin triunfo o el cuento del héroe. Parte 1

martes 12 de marzo de 2024, 12:11h

Recuerdo, en mis viajes nocturnos, en aquellos intergalácticos, o simplemente al atravesar el Aleph a la caída de la luz, un hombre me dijo: «Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, hasta cada cosa, debería ser poético, ya que profundamente lo es». Lo que aquel viejo ya de 70 años de allende tierras sureñas afirmaba, tenía mucho de sentido, sobre todo si lees a ese griego y sus tragedias, en la cual, en una de esas tragedias estaba ¿yo? Sí, ¡su servidor! ¡Yo! Ahí estaba mi nombre, mi ciudad, el nombre de mi madre, madrastra y esposa. Inverosímil casualidad, ¿cómo podía ser? y así, así empecé a leer…

Crecí no como cualquier niño, siempre supe que era diferente, mi fuerza física delataba que el Urano me deparaba bifurcaciones diferentes a los demás. Creí que sabía y podía todo. Caminé hacia la juventud, y ahí me di cuenta que los golpes también duelen, que mis manos también sangran. Sin embargo, y a pesar de ello, iba cada vez teniendo más fama entre estas ínsulas del mar más famoso de este orbe. Era todo un héroe, mis aventuras estaban llenas de éxito, plausibles empresas llenas de gloria atiborraban de premios mis paredes. Las guirnaldas condecoraban mi morada. Sabía que libros aún no escritos iban a describir por la eternidad cada una de mis tareas, mis hazañas, mis hombradas.

Entonces, conocí a ella, la mujer más hermosa de todo este reino, y la más codiciada, incluso, por aquel río con vida. Pero nadie me la podía robar, la hice mía, y, sobre todo, me hice de ella. Fui el primer hombre de la historia en derrotar a un dios, en este caso, a uno que dominaba la furia de todo un río, y quedarme con la guirnalda más bella de todas: mi esposa, mi amada esposa. Dos hijos después, en un ocaso de otoño, el más enorme de los centauros quiso apropiarse del aroma que solo yo podía disfrutar, quiso abusar de los frágiles huesos y la delicia carnal de ella, pero ni el rey de los centauros pudo con mi valentía. Protegido por la piel de león caído de la luna, la maza divina y la compañía etérea de mi padre, logré derrotar a tan temible bestia, lo cual cerraba otro triunfo más para este humilde redentor. Sin saber, que al alcanzar a la diosa de la victoria aquel día, en una mala jugada del azar fatal, sellaba mi funesto destino hacia las rémoras del averno y su laberinto.

Continuará…

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