El aforismo –pudiera decirse de él- da mucho a cambio de bien pocas palabras. Constituye, pues, de alguna manera, un diálogo selecto con su necesaria intimidad. Es de señalar en este libro, desde luego, el interés añadido por cuanto cada aforismo es colocado, y anotado después, no solo en su espacio natural, en su lugar dentro de la geografía de la obra de Kafka, sino, como he dicho, anotado, hecho materia de reflexión y estudio en procura de su naturaleza y aún sus significados (Toda expresión, toda palabra es susceptible de serlo, pienso, por la razón esgrimida en su día por Wittgesntein: la palabra tiene forma propia, vida propia y, por extensión, es susceptible de ser pensada por el lector, el verdadero crítico). Ahora bien, ello comporta –o puede comportar-, necesariamente, no únicamente un posible bien sino el riesgo del exceso por cuanto el crítico, si es el caso, corre el riesgo o bien de encerrar en su criterio –parcial, extraño- las riquezas interiores de la expresión aforística, o bien de ir más allá de lo que el aforismo pretende decir en sí. Con todo, considero que hay que dar por buena tal pretensión interpretativa –más si se trata de un acuñado y respetado crítico del autor- por cuanto, de ser pertinente, dota de un mayor horizonte el contenido aforístico. Dicho lo cual este lector, con humilde voluntad, no tendría inconveniente en decir que acaso podría observarse, en el siguiente aforismo citado, una pretendida valoración que hace rebasar, aparentemente, los bordes del contenido significativo, filosófico, del aforismo aludido. Y la cuestión es bien sencilla: sin eludir el posible significado atribuido a un aforismo tan natural y fecundo, ¿por qué no pensar que su significado va más allá de las alusiones materiales en que quiere circunscribirse el valor significativo de este aforismo? A mí, sencillamente, me ha parecido que el contenido expresivo –incluso filosófico y moral que encierra el párrafo- es más extenso y abarcador que una mera circunscripción a estimaciones ‘fisiológicas o biológicas’ En fin, diga y piense el lector. Me refiero al aforismo cuyo texto es el siguiente: “Hay preguntas que jamás podríamos superar si por naturaleza no estuviésemos liberados de ellas”. Eso sí, salvadas estas breves consideraciones formales, el libro constituye un auténtico regalo no solo porque su autor haya adquirido tan significativa memoria en el haber de tantos lectores, sino por lo que supone, sin duda, de poder adentrarnos en la obra de un escritor que, como pocos, ha puesto el contenido de su vida en sus escritos, y, además, en ello, una inteligencia de penetración en el interior reflexivo y sentiente del hombre que todo resultado de su labor literaria ha de saludarse con gozo y disfrutarse acompañado del mejor silencio, el del espíritu. Dígase, a mayores que es muy meritoria y resaltable tanto la labor del responsable de la edición, como, no en menor medida, del traductor. Puedes comprar el libro en:
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