En más de 600 hojas el autor realiza una aproximación, en ocasiones paradójica y sorprendente, con respecta al personaje de José Stalin, un hombre de hierro, y me refiero a los calificativos apriorísticos, porque algunos de ellos, y algunos análisis que realiza sobre este político son de una cierta suavidad, y esto siempre que lo pone en la balanza frente a otro congénere tan criminal como él, ahora me estoy refiriendo a Adolf Hitler. La obra contiene un prólogo exclusivo del autor, Geoffrey Roberts, para esta edición española. «Este innovador libro ofrece una detallada reconstrucción del liderazgo de Stalin desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 hasta su muerte en 1953. Haciendo uso de una gran cantidad de nuevo material procedente de los archivos rusos, Geoffrey Roberts pone en tela de juicio una larga lista de percepciones estándar de Stalin: sus cualidades como líder, sus relaciones con sus propios generales y con otros grandes líderes mundiales, su política exterior y su papel en la instigación de la Guerra Fría. A la vez que explora con franqueza todo el alcance de las brutalidades de Stalin y su impacto en el pueblo soviético, Roberts también descubre pruebas que llevan a la asombrosa conclusión de que Stalin fue tanto el mayor líder militar del siglo XX así como un notable político que intentó evitar la Guerra Fría y establecer una distensión a larga plazo con el mundo capitalista. Mediante una narración militar, política y diplomática integrada, el autor traza un retrato personal sostenido y convincente del líder soviético. El cuadro resultante es fascinante y contradictorio, y cambiará inevitablemente la forma de entender a Stalin y su lugar en la historia. Roberts describe a un déspota que ayudó a salvar el mundo para la democracia, a un encantador personal que diciplinaba sin piedad, a un ideólogo utópico que podía ser un realista práctico y a un señor de la guerra que asumió el papel de arquitecto de la paz de posguerra». No se puede negar que Stalin fue muy eficaz, y que entre un número indeterminado de soviéticos fue exitoso y aceptado, aunque sus políticas fueron brutales, criminales, genocidas, y con un número millonario de personas eliminadas o asesinadas, motu proprio, y dejo a la interpretación de los lectores que califiquen a estos resultados como juzguen menester. Es obvio que Stalin era un caudillo para sus gentes, pero igualmente, le guste o no al autor, también lo fueron Benito Mussolini, primero socialista y luego creador del fascio o fascismo, y lo mismo Adolf Hitler, hacedor del NSADP o Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, solamente hay que consultar todo lo que ambos representaron para Alemania o Italia, y, sobre todo, en el caso del Führer considerado providencial por gran numero, desgraciadamente, de los alemanes del momento histórico del siglo XX en que vivió. El presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt difícilmente puede ser un caudillo, ya que sea como sea, los EE. UU. de América son una democracia. Igualmente puede ser la consideración hacia Winston Churchill, aunque el caso de este taimado político británico necesitaría un estudio mucho más pormenorizado, porque el cinismo del político inglés, ya desde sus pasos por la Unión Sudafricana, en la Guerra de los Boers, fue proverbial, inclusive llego a considerar a Hitler como esencial para los alemanes. Quizás sea inexplicable la sorpresa que le supuso a Stalin la invasión de la Wehrmacht, con la Operación Barbarroja, ya que es lógico colegir que el espionaje soviético debería haber funcionado mucho mejor; aunque lo mismo se le puede achacar al presidente Roosevelt y el bombardeo japonés de Pearl Harbor. Stalin luchó, con denuedo, para que la Gran Alianza contra los alemanes pudiese derrotarles; y hasta tal punto es así, que el caudillo soviético pretendió que la guerra continuase hasta el exterminio total de los nacionalsocialistas, y de todos los germanos. No obstante, está claro el sacrificio ingente, en vidas humanas, que tuvo la URSS, por la saña terrorífica con la que las SS de los grupos de exterminio y los comisarios políticos del PCUS lucharon para acabar con los judíos y otros diversos grupos sociales, las SS, y los comunistas contra los soldados que no luchasen hasta perder la vida. A continuación, tiene lugar el comienzo de la Guerra Fría, de la que el estalinismo es totalmente responsable, dejando puestas las condiciones para la represión criminal ulterior de húngaros, alemanes del este, checos, eslovacos y polacos, a mayor abundamiento. Sigue sorprendiéndome el historiador Roberts en sus datos, sobre todo cuando indica que el régimen estalinista de la postguerra era menos represivo y más nacionalista, no dependiendo en tanta cuantía del capricho y de la voluntad de Stalin, lo cual no es correcto, ya que la desestalinización solo comenzó con el sucesor ucraniano, Nikita Jrushchov, y la perplejidad, inclusive en la URSS, que supuso conocer los múltiples crímenes y desafueros del georgiano. No obstante, acepto y comparto el que el culto a la personalidad del líder siguió en la URSS hasta su muerte, e incluso produjo desazón entre muchos de los soviéticos que creían no poder vivir sin él. “Hay algunos para los que la única imagen aceptable es la de Stalin como dictador malvado que no trajo más que desgracias al mundo. Esta es la imagen del culto a Stalin: el dictador como demonio, no como deidad. Es una imagen de Stalin que rinde un perverso homenaje a sus habilidades como dirigente político. Ciertamente, Stalin era un político hábil, un ideólogo inteligente y un magnífico administrador. También era una imagen tranquilamente carismática que dominaba personalmente a todos los que entraban en contacto con él. Stalin no era sobrehumano. Calculó mal, percibió mal y se dejó engañar por sus propios dogmas. No siempre tenía claro lo que quería o cómo quería que se desarrollaran los acontecimientos. Era tan caprichoso como calculador y con frecuencia tomaba decisiones que iban en contra de sus propios intereses. La otra cosa que hace este libro es rebajar a Stalin a tamaño humano. No se trata de negar los tiempos tumultuosos en los que vivió ni de infravalorar el carácter trascendental o terrible de muchas de sus acciones. Pero sí sugiero que Stalin fue más ordinario, y por tanto más extraordinario en su repercusión, de lo que imaginan sus devotos o sus detractores. Esta normalización de Stalin conlleva el peligro de hacer que sus numerosos crímenes parezcan comunes”. Indudablemente soy uno de los historiadores que consideran a Iósif Vissariónovich Dzhugashvilli o Iósif Stalin, nacido en Gori-Georgia, 6/18 de diciembre de 1878, y pasado a mejor vida en Moscú, el 5 de marzo de 1953, como un dictador genocida e ignominioso; no obstante, recomiendo este libro, para tener todos los datos, sociopolíticos, religiosos y militares o bélicos para poder juzgar, de forma fehaciente y rigurosa, todo lo que se debe saber sobre el personaje. «Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum». Puedes comprar el libro en:
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