En cualquier caso, la esencia de la poesía de Ballesteros, radica en una poética de la caballerosidad que define en gran parte a la generación del lenguaje a la que pertenece, la Promoción poética del 60, a saber Ángel García López del que reseñamos hace muy poco un poemario excepcional, Testamento hecho en Wátani, Manuel Vázquez Montalbán, Rafael Pérez Estrada, Francisca Aguirre, Félix Grande, Carlos Álvarez, Joaquín Benito de Lucas, Jesús Hilario Tundidor, Diego Jesús Jiménez, Manuel Ríos Ruiz, José Miguel Ullán, Rafael Soto Vergés y Antonio Hernández, un grupo que se orienta en la apasionada búsqueda incondicional del lenguaje sin barnices ideológicos ni distorsiones ni disparates ni disonancias. La esencia pues de la poesía de Rafael Ballesteros y por extensión de la Promoción Poética del 60 está en estos dos ejemplos de libros inéditos, esto es, la capacidad de querer aprender, un deseo del conocimiento que se fundamenta como eje vertebrador de la obra. Por si fuera poco, se reviste de gratitud y respeto además de una acérrima defensa de la libertad creadora que pasa por tensionar el texto poético en todas sus estructuras, fónicas, léxicas, formales y que se distingue con unos finales de poemas sencillamente extraordinarios. Sin duda, configurar el poema es un proceso arduo, desde el mismo título, pero los finales son a mi modesto entender lo más relevante. Rafael Ballesteros en su singular diálogo con el árbol de la literatura y con la intensidad de la emoción y de la palabra ha logrado un estilo poético reconocible en su plena autenticidad que poetiza el dolor y la materia que se transforma (o por ser exacto, no existe la materia sin la existencia del hombre y también sus contrarios, que elige la duda inquieta cuando no el desasosiego para llegar a ciertos convencimientos, siendo el primordial el propio sentido de la vida. De esta suerte, la luz será iluminadora pero a la vez será también sombra, una zona espacio temporal desprovista de absolutismos, en una batalla lírica, filosófica y de máximas expectativas con la muerte. De hecho, se cita el volumen anterior, Jardín de poco. Poesía inédita (2010-2018) que ya incluía Almendro y Caliza, como vertebrado por la muerte, “posicionándose en senectud”. Sin embargo, no debemos caer en aparentes certezas. Releyendo su obra, la primera parte de su primer libro Las contracifras, publicado en la colección El Bardo, 1969, que se titula “Agua de tan mal pozo”, encierra ya esta voluntad de diálogo: “Ese es el sitio justo para el beso:/el ojo. El justo del amor:la vida./El justo del comer es la comida/y el de la muerte:nada. Nada. ...La vida se sabe de memoria y duele”. Por consiguiente, la muerte es una parte de su poesía. Una poesía que no renuncia a la tradición clásica. Una poesía con muchas concomitancias dramatúrgicas e interrogativas que rechaza cualquier impostura, por supuesto cualquier impostura poética y, que solo pretende ofrecer, nada menos y nada más que su propia aplicación poética, su propia historia literaria. El propio poeta nos lo confirma: “Cuando estoy más cerca de la vida, estoy más cerca de la muerte. Vivir esta contradicción es vivir la emoción. Allí está la poesía. El contacto intenso y sincero con la vida”.
Precisamente la exigencia que muestra el poeta en su lucha con la palabra justifica esta nueva versión y publicación de Almendro y caliza. Se ha querido diseñar una actitud a contracorriente a partir de títulos como Las contracifas o Contramesura, sin embargo, muy al contrario, entiendo que el poeta Rafael Ballesteros distingue la necesidad de desarrollar la lengua poética, de reivindicar no sólo el concepto de escritura textual sino también el de literatura. Por ello, esa profunda indagación y experimentación de la lengua, esa lúcida conciencia de obra con la que Ballesteros mima el lenguaje al extremo, no deja ningún verso sin revisión. El lenguaje es la razón de ser, el punto de partida y de llegada del poema, y en este caso concreto del poemario. La lengua constituye un lugar de encuentro con lo contemporáneo y un puente con lo pasado. Como lector interesado, volvería la mirada hacia el concepto de circularidad no exento de contradicción como símbolo de lo menos defectuoso. El poeta nos lo escribe con absoluta belleza y nitidez: “...Una luz, por cada oscuro./Cada dios lleva su ateo/...Si del silencio inalterable y esencial/y del ingenio germano más ingente/fluye la humana música/...Y si/es nada, otra vez es principio, de nuevo todo,/rotación hábil y continua, flecha en el aire,/tiempo que no se detiene, arena movediza,/mohosa daga,asunto fangoso, sin aire/ Y por ello, pasa (el vacío) a ser parte/de la sustancia”.