El asesinato del ojo se acrecentó a partir del movimiento Gran Retorno de 2018, el que sancionó la expansión de los asentamientos de colonos judíos en territorio palestino, incumpliendo todas las resoluciones de Naciones Unidas. Nadie parece ver nada. Lecciones de tinieblas para dejar cientos de ojos en blanco. Un irrelevante daño colateral si consideramos los más de 23.000 muertos que viene cobrándose esta guerra en la que se sustancian un error militar, una exhibición de barbarie. Y algo que nos toca cerca.
Hace unos días el secretario de Estado norteamericano Anthony Blinken y el jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, visitaban la zona. No faltaron muestras de solidaridad con el pueblo palestino, las obligadas por su credo. Demócrata el primero. Socialista el segundo. Nada que ver con el atrabiliario Donald Trump. Vayamos a los hechos.
Aquel Obama que recibió el Nóbel de la Paz rubricó en 2016 el ‘Memorando de Entendimiento’ con Israel. Validaba el envío de “ayuda militar” ampliada por Biden. En 2022 alcanzó la cifra de 3.300 millones de dólares. Un acuerdo paralelo entre la UE e Israel derivó entre 2008 y 2023 setenta millones de euros destinados a potenciar sus fábricas de armamento. En cuanto a España, nuestras exportaciones militares a Israel superan los cien millones de euros, impunes, pese a haber sido denunciadas por incumplir los criterios de posición común de la UE.
Con una mano, la retórica de la paz. Con la otra, más munición para la política del asesinato del ojo. Consejo de Seguridad de la ONU: Sumemos el veto estadounidense a cualquier alto el fuego en Gaza.
Pronto cumplirá el siglo aquella novela de Aldous Huxley, ‘Ciego en Gaza’, en la que descarna la ceguera de Europa. Más cruda es la nuestra. Un genocidio en la mayor cárcel a cielo abierto del planeta. Toneladas de muerte que apenas pesan lo que una pluma en otra zona ciega. La de nuestra conciencia.
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