Ha llegado el momento de hacerlo. Escucharse. Intentar comprenderse, aunque no haya perdón, aunque no pueda haber perdón, pero sí arrepentimiento, sí concienciación, darse cuenta de que las cosas han cambiado, que nunca debieron ser de esa forma.
Lo que parecía perfecto, un camino con el que se conseguirían reivindicaciones y venganzas, hacerse oír, con el tiempo se descubre que no servía para nada, nada más que para causar dolor. Para sufrir, para perder a los seres más queridos, para acrecentar la ira y, eso, es como irnos matando a nosotros mismos. Nosotros somos también Nuestros muertos.
Los de ETA y los de la represión franquista, los de cualquier lucha donde el objetivo (ese era el nombre que empleaban) no pueda defenderse, donde no haya diálogo.
De eso se trata en este texto de Mariano Llorente, en el que también es el director: del diálogo. Del encuentro, yo diría incluso de la ternura, de los recuerdos, de una luz que ilumine un nuevo espacio.
Es hora de abrir los visillos de esas ventanas sucias, de abrir esas fosas comunes donde enterraron a los que solo querían lo mejor para su familia y su pueblo, de abrir con carpetas y documentos aquello por lo que no se está de acuerdo. Abrir las manos de quien entiende que aquello fue error. Se enseñarán y se verán las cicatrices, la muerte tatuada en los sentimientos, pero es necesaria la conciliación, a pesar de aquello y de que nadie nos va a devolver lo que nos quitaron. Mas hay que intentarlo. Intentar que los gritos y los llantos tornen en sonrisas, al menos, ya que no en alegría.
Hay que escuchar. Escuchar en un susurro, escuchar hasta los silencios. Y fijarse en las miradas, y hacer el gran esfuerzo de seguir viviendo, por ellos, por Nuestros Muertos.
Es un diálogo a varias voces, la madre que perdió al hijo con el que se la quitó, pero también la nieta, la hija que perdió al padre, el hermano que perdió al hermano, el joven que es el pasado y el pasado que no debe repetirse con los mismos términos. Ni unos ni otros, no se pueden restañar las heridas, pero sí hacerlo más llevadero.
María Álvarez en un delicado y, a la vez, personaje de abuela, de señora ya mayor, sin resentimientos que la impidan ser equitativa, fuerte emocionalmente, porque ya se rompió en su momento. Y Carlos Jiménez-Alfaro, en su propia introspección, cuestionándose a sí mismo, ejecutor ahora de sus sentidos, intentando vestirse de realidad, acróbata en la cuerda floja de su tormento.
Los acompañan Clara Cabrera y Javi Díaz, que son los espejos, el infinito recorrido de las edades, el estímulo de las sombras que acechan a los protagonistas.
Sobrecogedor encuentro. Pero necesario. Los hechos sucedidos dejan de convertirse en piedra y devienen en agua, en lágrimas, en murmullo. Que nunca más vuelva a suceder aquello. Hablemos. Y escuchemos.
FICHA ARTÍSTICA
NUESTROS MUERTOS
MICOMICÓN
Texto y dirección: Mariano Llorente
Interpretación: María Álvarez, Carlos Jiménez-Alfaro, Clara Cabrera, Javier Díaz
Vestuario y escenografía: Laila Ripoll
Música: Mariano Marín
Espacio: Sala Teatro Cuarta Pared